De “los bárbaros van a invadir EE.UU.” a los bailes de Trump y el que más gente reunió en el estadio: lo que no se vio del foro global donde habló Messi

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MIAMI.— Gianni Infantino está sobre el escenario del Kaseya Center, con una pelota de fútbol en las manos y la sonrisa amplia de alguien que busca destacar su faceta más carismática, mientras hace tiempo. “Si se preguntan por qué me siguen haciendo preguntas, es porque tenemos que hacer tiempo hasta que llegue Messi”, dice.

Mientras tanto habla de su infancia en Suiza y de cómo llegó al puesto más alto dirigencial del fútbol. “Si yo pude ser presidente de la FIFA, habiendo nacido en un pequeño pueblo, cualquiera puede cumplir sus sueños”, expresa.

Son apenas unas cinco mil personas, contando prensa y curiosos, en un estadio que puede albergar veinte mil. Aun así, Infantino se mueve con soltura. Y entonces llega el anuncio que mezcla fútbol y espectáculo: arrojará la pelota al público y quien la agarre tendrá entradas gratis para dos personas para el Mundial.

La multitud se ríe, algunos se estiran para atraparla, y el presidente de la FIFA aprovecha para sentar un pronóstico que suena a profecía: “Realmente no sé si los estadounidenses se dan cuenta de lo que está pasando. Los mexicanos sí lo entienden un poco más, porque saben más de fútbol. Los canadienses son incluso más ajenos”.

“Lo que va a suceder en este país será algo enorme. Una horda de bárbaros —pero bárbaros con pasión— va a conquistar el país. Y el resultado será que el fútbol, o ‘soccer’, conquistará América. Este es un país que nunca fue conquistado. Pero por primera vez, lo será. Lo anuncio aquí, ante ustedes”, dice con humor”.

La risa recorre el escenario y las gradas vacías, mientras Infantino combina humor, datos y una certeza que parece inquebrantable.

Después llega Lionel Messi, y el estadio se transforma. “Messi, Messi, Messi”, grita la multitud cuando aparece vestido con pantalón de vestir y saco gris. El capitán del Inter Miami y campeón del mundo repasa su infancia en Rosario, sus años en Barcelona, la salida abrupta del club catalán y la llegada a Estados Unidos.

Frente a él, en primera fila está Antonella Roccuzzo, a quien mira constantemente buscando su aprobación silenciosa. Cerca de ella, el extenista David Nalbandian sigue cada gesto con la concentración de un espectador que sabe lo que representa aquel hombre sobre el escenario.

El alcalde de Miami, Francis Suárez, conduce la entrevista y, en un momento, le entrega a Messi la llave de la ciudad. “Me siento muy honrado por esto. Nos sentimos queridos, agradecidos y felices de vivir en esta ciudad”, dice el capitán de la selección argentina y el público responde con aplausos que parecen atravesar el techo del estadio, un reconocimiento colectivo que mezcla afecto, admiración y celebración.

Messi habla de sacrificios, de cumpleaños y fiestas perdidas por el fútbol, de la importancia de la familia y de la necesidad de prepararse para la vida después del deporte. Recuerda su título mundial en Qatar y lo compara con el nacimiento de sus hijos: “Es difícil explicar lo que significó ese título. Para un jugador, ganar el Mundial es lo máximo. No hay más”. Y habla de la MLS, del crecimiento del fútbol en Estados Unidos, de estadios llenos y fines de semana que se sienten como una fiesta global. La entrevista termina, pero la sensación de cercanía con el jugador permanece, incluso cuando se mira la ocupación del estadio: apenas un treinta por ciento, con alguien que luce una camiseta argentina.

Horas antes, Donald Trump había convertido el mismo escenario en un hervidero de aplausos y vítores. Entró al ritmo de “God Bless The USA”, hizo un pequeño baile y aprovechó la ocasión para ensalzar los logros de sus nueve meses de gestión, a los que calificó de “era dorada” para Estados Unidos. Pero también dedicó tiempo a hablar del revés electoral que sufrieron los republicanos y del triunfo de Zohran Mamdani en Nueva York, primer musulmán en liderar la ciudad, a quien calificó de “comunista”. “Lo que pasó en Nueva York fue terrible”, dijo, y advirtió sobre el riesgo de que Estados Unidos se transforme en una “Cuba comunista o Venezuela socialista”, insistiendo en que el país debe elegir “entre el comunismo o el sentido común”.

Entre críticas a Joe Biden, elogios a la economía y llamados a comunicar mejor los logros republicanos, Trump cerró su discurso de casi una hora con otro pequeño baile, esta vez al ritmo de “YMCA”. Habló de Miami como refugio histórico frente al comunismo y recordó que la Edad de Oro de Estados Unidos había comenzado, mientras los abucheos a Mamdani resonaban en el estadio que mezcló por un día política, el espectáculo y el deporte entre pronósticos apocalípticos de bárbaros con pasión.

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