Los desafíos de la megapresa que Etiopía inaugura en el Nilo y que a enfrenta a Egipto

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Como ocurre en la vida cotidiana, ocurre en la geopolítica. Cada vez que alguien inicia un gran proyecto de construcción, existe el riesgo de que alguno de sus vecinos se moleste. Eso está pasando con uno de los proyectos de infraestructura más importantes de la historia reciente de África: la Gran Presa del Renacimiento Etíope, que inaugurará Etiopía este martes sobre el río Nilo Azul.

El proyecto se empezó a construir en 2011 y costó US$5000 millones. Muchos dicen que es dinero bien gastado. Se espera que la presa abastezca electricidad a alrededor del 60% de los etíopes que actualmente no la tienen.

Al parecer, Etiopía también tiene previsto mandar energía a algunos países de la región, como Kenia, y quiere construir una red de transmisión que cruce el mar Rojo para vender electricidad a países de Oriente Medio como Arabia Saudita. Pero la construcción de la presa molestó profundamente a algunos de los vecinos de Etiopía.

Egipto, que depende en gran medida del agua del Nilo, se mostró especialmente molesto y, durante un tiempo, incluso se habló de un conflicto abierto entre los dos países. “Aproximadamente el 93% de Egipto es desierto y está prácticamente despoblado. Los 107 millones de habitantes vivimos del Nilo”, señaló a la BBC el profesor Abbas Sharaky, geólogo de la Universidad de El Cairo.

Egipto teme que la presa reduzca drásticamente el caudal que llega al país, lo que provocaría una grave escasez de agua. Los egipcios también tienen que asumir una nueva y dura realidad. En un acuerdo de 1920 con el entonces poder colonial británico en la década de 1920, se le garantizó a Egipto el acceso a alrededor del 80% de las aguas del Nilo.

“Gran Bretaña lo hizo para apaciguar a Egipto y asegurar sus propios intereses, ya que Egipto es un Estado estratégico que controla el canal de Suez, la puerta de entrada a Europa”, le explicó a la BBC Rashid Abdi, analista del centro de estudios Sahan Research, con sede en Kenia. Ese acuerdo parece haber llegado a su fin.

El mapa de la Gran Presa.

En Etiopía, la historia es totalmente diferente. Allí, la presa se convirtió en un símbolo de orgullo nacional y de unión. “Los etíopes pueden estar en desacuerdo sobre cómo comer ínyera (su alimento básico), pero están de acuerdo en lo que respecta a la presa”, afirmó a la BBC Moses Chrispus Okello, analista del Instituto de Estudios de Seguridad, con sede en Sudáfrica.

Para el primer ministro etíope Abiy Ahmed Ali, el proyecto también situó a su país en el centro del escenario mundial. Pero también supuso enormes retos y costos. “Separarme de mi familia durante tanto tiempo fue difícil”, dijo Moges Yeshiwas, un ingeniero mecánico que lleva alrededor de una década trabajando en el proyecto. Solo podía ir a su casa en Bahir Dar, a 400 kilómetros de distancia, dos veces al año.

La lejanía de la presa, el calor a veces extremo (las temperaturas podían alcanzar los 45°C) y las largas jornadas laborales también afectaban a los trabajadores. “Nuestros turnos iban de siete de la mañana a siete de la tarde, con solo una hora de descanso para comer. Luego nos relevaba el equipo de noche, porque el trabajo tenía que continuar las 24 horas del día”, explicó Moges.

El proyecto supuso un motivo de unión, algo atípico en un país se vio sacudido por la violencia política y los conflictos étnicos en la última década. Mientras que algunos, como el ingeniero Moges, trabajaban directamente en la presa, millones de etíopes invirtieron literalmente en ella.

Personas de todo tipo contribuyeron a la construcción de la presa mediante donaciones y la compra de bonos emitidos por el gobierno. A pesar de las afirmaciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de que Washington apoyó financieramente la construcción de la presa, Adís Abeba sostiene que fue financiada completamente con fondos nacionales.

La construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope se considera un motivo de orgullo nacional en Etiopía, aunque enfureció a Egipto.Minasse Wondimu Hailu/Anadolu Agency vía Getty Images

En varias ocasiones se llevaron a cabo campañas de recaudación de fondos en las que contribuyeron ciudadanos comunes. El enfermero Kiros Asfaw fue uno de ellos. A pesar de ser originario de la región de Tigray, devastada por una guerra civil, contribuyó en la medida de sus posibilidades a la construcción de la presa desde que se anunciaron los planes por primera vez en 2011.

Afirma que compró bonos del estado más de 100 veces, aunque tuvo que dejar de hacerlo durante el conflicto en Trigray, cuando se suspendieron los servicios básicos, incluidos los bancarios.

La motivación de Kiros radicaba en las declaraciones del difunto primer ministro de Etiopía que supervisó el inicio del proyecto, Meles Zenawi, en las que llamaba a todos los etíopes a unirse unirse para apoyar la presa. “Me prometí a mí mismo hacer todo lo posible para ayudar a que se completara”, le dijo a la BBC Kiros, padre de cinco hijos.

Ahora, con todas las turbinas en funcionamiento, las miradas se centran en la diferencia que la energía puede suponer para Etiopía. A plena capacidad, la presa debería generar 5100 MW de energía, más del doble de lo que produce el país sin la presa y suficiente para abastecer a decenas de millones de hogares más en el país. Sin embargo, eso depende de que se cuente con la infraestructura necesaria para llevar la energía a diferentes partes del país.

Getenesh Gabiso espera que la electricidad llegue a su pueblo.Amensisa Negera / BBC

Getenesh Gabiso, de 35 años y quien vive en Alamura, una aldea agrícola a las afueras de Hawassa, una importante ciudad del sur de Etiopía, es una de las personas que imagina la diferencia que la presa puede suponer. Su vida es un reflejo de la de millones de personas en las zonas rurales de Etiopía.

A pesar de que su pequeña cabaña de paredes de barro y techo de paja se encuentra a solo 10 kilómetros de Hawassa, la mujer, su esposo y sus tres hijos no tienen acceso a electricidad. Para cocinar, Getenesh recoge leña en los alrededores de su granja. Y para iluminar utilizan lámparas de queroseno. Su esposo, Germesa Galcha, está preocupado por la salud de su familia.

“[Getenesh] tenía unos ojos grandes y bonitos. Pero todos estos años de humo se los están dañando. Se le han vuelto llorosos”, afirma y añade: “A veces me pregunto qué haría si el humo asfixiara a mis hijos”.

Getenesh a veces depende de la débil luz del teléfono móvil de su esposo por la noche. “Quiero ver la luz en mi casa. Ahora mismo, el resto de aparatos eléctricos no me importan. Lo único que quiero es luz por la noche”, explica a la BBC. Ella y su familia están deseando ver la diferencia que puede suponer la energía de la Gran Presa del Renacimiento Etíope.

Sin embargo, el ministro Habtamu admite que aún queda mucho por hacer para ampliar la infraestructura de la red eléctrica nacional. Aún es necesario tender decenas de miles de kilómetros de cable para garantizar la conexión de pequeñas ciudades y aldeas remotas.

En una nación dividida, la construcción de la presa logró unir a la gente.Getty Images

Pero para el ingeniero Moges, la energía generada en el Nilo Azul acabará marcando la diferencia. Tiene un hijo que nació mientras trabajaba en la presa. “Odio no haber podido estar ahí para él tanto como debía”, afirma y dice: “Pero sé que su futuro será brillante por algo en lo que contribuí, y estoy muy orgulloso de poder decírselo cuando crezca”.

En Egipto, es posible que los padres tengan conversaciones muy diferentes con sus hijos en el futuro. El profesor Sharaky le dijo a la BBC que la única razón por la que Etiopía pudo comenzar la construcción de la presa fue que se produjo en medio de la agitación en Egipto por la fuerza revolucionaria de la Primavera Árabe.

“Egipto se encontraba en una situación muy delicada, sin presidente, y nuestro ejército estaba ocupado dentro del país”, afirmó, y añadió que el país había tomado medidas para encontrar fuentes alternativas de agua, como la construcción de la planta de tratamiento de agua más grande del mundo y la perforación de más de 5000 pozos.

El primer ministro Abiy Ahmed en la presa en 2022.AMANUEL SILESHI/AFP vía Getty Images

Sin embargo, el impacto de esa decisión tomada hace casi 15 años se sigue sintiendo hoy en día. Egipto se vio obligado a realizar cambios en su sector agrícola, por ejemplo, reduciendo la superficie dedicada al cultivo de arroz, que consume mucha agua, de unos dos millones de acres a un millón, según el académico.

“Si se almacenan 64.000 millones de metros cúbicos de agua que antes fluían hacia Egipto, ¿no va a causar eso daños?”, preguntó el profesor Sharaky.

Por Kalkidan Yibeltal