En un pequeño pueblo del hermoso valle suizo de Loetschental, Matthias Bellwald camina por la calle principal y es recibido a cada paso por lugareños que sonríen, le dan la mano o le dicen una palabra amable.
Bellwald es alcalde, pero este no es su pueblo. Hace dos meses, su hogar, a cinco kilómetros de distancia, Blatten, desapareció del mapa cuando parte de la montaña y el glaciar se derrumbaron en el valle.
Los 300 habitantes del pueblo habían sido evacuados días antes, después de que los geólogos advirtieran que la montaña era cada vez más inestable. Perdieron sus hogares, su iglesia, sus hoteles y sus granjas..
Lukas Kalbermatten también perdió el hotel que había pertenecido a su familia durante tres generaciones. “El ambiente del pueblo, todos los callejones entre las casas, la iglesia, los recuerdos de cuando jugabas allí de niño… todo esto se ha ido”, dice.
Hoy vive en una vivienda prestada en el pueblo de Wiler. Bellwald también tiene una oficina temporal allí, donde supervisa la gran operación de limpieza y la reconstrucción.
La buena noticia es que cree que su pueblo podrá estar limpio para 2028, y que las primeras casas nuevas estarán listas para 2029. Pero el precio es elevado.
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Se estima que la reconstrucción de Blatten costará cientos de millones de dólares, quizás hasta US$1 millón por residente.
Las contribuciones voluntarias del público recaudaron rápidamente millones de francos suizos para ayudar a quienes habían perdido sus hogares. El gobierno federal y el cantón también prometieron apoyo financiero. Pero algunos en Suiza se preguntan: ¿vale la pena?
Aunque el desastre conmocionó a Suiza, aproximadamente dos tercios del país son montañosos, y los científicos del clima advierten que los glaciares y el permafrost —el pegamento que mantiene unidas las montañas— se están descongelando a medida que aumenta la temperatura global, lo que aumenta la probabilidad de deslizamientos de tierra. Proteger estas zonas será costoso.
Suiza gasta casi US$500 millones al año en estructuras de protección, pero un informe elaborado en 2007 para el parlamento suizo sugirió que una protección real contra los peligros naturales podría costar seis veces más.
¿Es una inversión que merece la pena? ¿O debería el país —y sus residentes— realmente considerar la dolorosa opción de abandonar algunos de sus pueblos?
Los Alpes son parte integral de la identidad suiza. Cada valle, como el Loetschental, tiene su propia cultura.
Kalbermatten solía enorgullecerse de mostrar a los huéspedes del hotel las antiguas casas de madera de Blatten. A veces les enseñaba algunas palabras de leetschär, el dialecto local.
La pérdida de Blatten, y la perspectiva de perder otros pueblos similares, ha hecho que muchos suizos se pregunten cuántas de esas tradiciones alpinas podrían desaparecer.
Hoy, Blatten yace bajo millones de metros cúbicos de roca, lodo y hielo. Sobre él, la montaña permanece inestable.
Cuando inicialmente fueron evacuados, los residentes de Blatten, sabiendo que sus casas habían permanecido allí durante siglos, creyeron que era una simple medida de precaución. Pensaban que pronto volverían a casa.
Fernando Lehner, empresario jubilado, afirma que nadie esperaba la magnitud del desastre: “Sabíamos que habría un deslizamiento de tierra ese día… Pero fue simplemente increíble. Nunca imaginé que se derrumbaría tan rápido”.
“Y esa explosión, cuando el glaciar y el deslizamiento de tierra descendieron al valle, nunca la olvidaré. La tierra tembló”, expresa.
Los habitantes de Blatten, deseosos de recuperar sus hogares lo antes posible, no quieren hablar del cambio climático. Señalan que los Alpes siempre son peligrosos y describen el desastre como un evento único en un milenio.
Pero los científicos del clima afirman que el calentamiento global está haciendo que la vida alpina sea más riesgosa.
Matthias Huss, glaciólogo del Instituto Federal de Tecnología de Zúrich y del grupo de monitoreo de glaciares Glamos, argumenta que el cambio climático fue un factor en el desastre de Blatten.
“El deshielo del permafrost a gran altitud provocó el colapso de la cumbre. Esta cima se desplomó sobre el glaciar… Y el retroceso del glaciar provocó que este estabilizara la montaña con menor eficiencia que antes. Por lo tanto, el cambio climático influyó en todos los aspectos”, explica.
Los cambios geológicos no relacionados con el cambio climático también influyeron, admite, pero señala que los glaciares y el permafrost son factores estabilizadores clave en los Alpes.
Su equipo en Glamos ha monitoreado una contracción récord de los glaciares en los últimos años. Y las temperaturas medias alpinas están aumentando.
En los días previos al derrumbe de la montaña, el umbral de cero grados de Suiza (la altitud a la que la temperatura alcanza el punto de congelación) superó los 5000 metros, la mayor altitud de cualquier montaña del país.
“No es la primera vez que observamos grandes deslizamientos de tierra en los Alpes. Creo que lo que debería preocuparnos es que estos sucesos son cada vez más frecuentes, pero también más impredecibles”, afirma Huss.
Un estudio de noviembre de 2024 del Instituto Federal Suizo de Investigación, que revisó tres décadas de información, coincidió en que el cambio climático estaba “alterando rápidamente los entornos de alta montaña, incluidos cambios en la frecuencia, el comportamiento dinámico, la ubicación y la magnitud de los movimientos de masas alpinas”, aunque cuantificar el impacto exacto del cambio climático era “difícil”.
Más pueblos, más evacuaciones
Grisones es la región turística más grande de Suiza y es popular entre esquiadores y senderistas por su naturaleza virgen, sus vistas alpinas y sus bonitos pueblos.
Los Juegos Olímpicos de Invierno se celebraron aquí en dos ocasiones en el exclusivo complejo turístico de St. Moritz, mientras que la ciudad de Davos recibe a líderes mundiales para el Foro Económico Mundial cada año.
Un pueblo de Grisones tiene una historia diferente que contar.
AP
Brienz fue evacuado hace más de dos años debido a indicios de peligrosa inestabilidad en la montaña.
Sus habitantes aún no han podido regresar, y en julio, las fuertes lluvias que cayeron en toda Suiza llevaron a los geólogos a advertir sobre la inminencia de un deslizamiento de tierra.
En otra parte de Suiza, sobre el complejo turístico de Kandersteg, en la región del Oberland bernés, una pared rocosa se ha vuelto inestable, amenazando el pueblo. Ahora, los residentes tienen un plan de evacuación.
Allí también las fuertes lluvias de este verano dieron la alarma y algunas rutas de senderismo que suben al lago Oeschinen, una popular atracción turística, fueron cerradas.
Algunos desastres se han cobrado vidas. En 2017, un enorme deslizamiento de rocas cerca del pueblo de Bondo mató a ocho excursionistas.
Desde entonces, Bondo ha sido reconstruido y refortificado, con un costo de US$64 millones. Ya en 2003, el pueblo de Pontresina gastó millones en una presa de protección para apuntalar el permafrost que se descongela en la montaña.
No todos los pueblos alpinos están en riesgo, pero la aparente imprevisibilidad está causando gran preocupación.
Blatten, como todos los pueblos de montaña suizos, fue mapeado y monitoreado según sus riesgos; por eso sus 300 residentes fueron evacuados. Ahora también se cuestiona el futuro de otros pueblos.
Tras el desastre, hubo una gran muestra de solidaridad. Pero el posible costo de la reconstrucción también generó dudas.
Un editorial del influyente diario Neue Zürcher Zeitung cuestionó el modelo tradicional y constitucional de distribución de la riqueza de Suiza, que desvía los ingresos fiscales de centros urbanos como Zúrich para apoyar a comunidades montañosas remotas.
El artículo describió a los políticos suizos como “atrapados en una trampa de empatía”, y agregó que “dado que estos incidentes son cada vez más frecuentes debido al cambio climático, están debilitando la disposición de la gente a pagar por el mito de los Alpes, que configura la identidad de la nación”.
Sugirió que las personas que viven en zonas de riesgo de los Alpes deberían considerar la reubicación.
Preservar los pueblos alpinos es costoso. Y el Neue Zürcher Zeitung no fue el primero en cuestionar el costo de salvar cada comunidad alpina, pero su tono irritó a algunos.
Si bien tres cuartas partes de los suizos viven en zonas urbanas, muchos tienen fuertes vínculos familiares con las montañas. Suiza puede ser hoy un país rico, altamente desarrollado y con alta tecnología, pero su historia es rural, marcada por la pobreza y las duras condiciones de vida. La hambruna del siglo XIX provocó oleadas de emigración.
Kalbermatten explica que la palabra “heimat” tiene una enorme importancia en Suiza. Heimat es cuando cierras los ojos y piensas en lo que hiciste de niño, el lugar donde viviste de niño: “Es una palabra mucho más importante que hogar.”
Pregúntale a un suizo que lleva décadas viviendo en Zúrich, Ginebra o incluso Nueva York, dónde está su heimat, y para muchos la respuesta será el pueblo donde nacieron.
Para Kalbermatten y sus hermanos, que viven en ciudades, heimat es el valle donde se habla leetschär, el dialecto en el que todos aún sueñan.
El temor es que, si estos valles se quedan despoblados, se pierdan también otros aspectos de la singular cultura montañera, como las Tschäggättä, las máscaras tradicionales de madera propias del valle de Loetschental.
Sus orígenes son misteriosos, posiblemente paganos. Cada febrero, los jóvenes locales las lucen, junto con pieles de animales, y corren por las calles.
Kalbermatten señala el ejemplo de algunas zonas del norte de Italia donde se ha producido esta pérdida cultural: “[Ahora] Solo quedan pueblos abandonados, casas vacías y lobos. ¿Queremos eso?”
Para muchos, la respuesta es no: una encuesta del instituto de investigación Sotomo preguntó a 2790 personas qué era lo que más apreciaban de su país. ¿La respuesta más común? Nuestro hermoso paisaje alpino y nuestra estabilidad.
Pero la encuesta no preguntó qué precio estaban dispuestos a pagar.
Boris Previsic, director del Instituto para la Cultura de los Alpes de la Universidad de Lucerna, afirma que muchos suizos, al menos en las ciudades, habían empezado a creer que habían domado el entorno alpino.
Los ferrocarriles, túneles, teleféricos y los altos pasos alpinos de Suiza son obras maestras de la ingeniería que conectan a las comunidades alpinas. Pero ahora, en parte debido al cambio climático, esa confianza se ha desvanecido.
“La geología inducida por el hombre es demasiado fuerte en comparación con los seres humanos. En Suiza, pensábamos que podíamos hacerlo todo con infraestructura. Ahora creo que estamos en el punto cero en materia de infraestructura”, argumenta Previsic.
El pueblo de Blatten se mantuvo en pie durante siglos: “Cuando estás en un pueblo que ya lleva 800 años existiendo, deberías sentirte seguro. Eso es lo que resulta tan impactante”.
En opinión de Previsic, es hora de luchar contra la desaparición de estos pueblos. “Luchar significa que debemos estar más preparados”, explica. “Pero debemos ser más flexibles. Siempre debemos considerar la evacuación”.
Al final, añade, “no se puede contener toda la montaña”.
En el pueblo de Wiler, el comentario de Previsic es recibido con una sonrisa cansada. “La montaña siempre decide”, coincide Bellwald, y agrega: “Sabemos que son peligrosas. Amamos las montañas, no las odiamos por eso. Nuestros abuelos vivieron con ellas. Nuestros padres vivieron con ellas. Y nuestros hijos también vivirán con ellas”.
A la hora del almuerzo en el restaurante local de Wiler, las mesas están llenas de equipos de limpieza, ingenieros y tripulantes de helicópteros. La operación de recuperación de Blatten está en pleno apogeo.
En una mesa, un hombre de una de las compañías de seguros más grandes de Suiza se sienta solo. Cada media hora, se le une alguien: una pareja de ancianos, un hombre de mediana edad y una mujer joven. Los invita a una bebida y anota cuidadosamente los detalles de sus hogares perdidos.
Afuera, por las sinuosas carreteras del valle, camiones y excavadoras avanzan lentamente hacia el lugar del desastre. Sobre sus cabezas, helicópteros transportan grandes trozos de escombros. Incluso los militares están involucrados.
Sebastian Neuhaus, al mando del batallón de preparación para desastres del ejército suizo, afirma que deben seguir adelante a pesar de la magnitud de la tarea. “Tenemos que hacerlo”, afirma. “Hay 300 historias de vida enterradas ahí abajo”.
El sentimiento persistente es de tenaz determinación para seguir adelante. “Si vemos a alguien de Blatten, nos abrazamos”, dice Kalbermatten y cierra: “A veces decimos: ‘Qué bien, todavía estás aquí’. Y eso es lo más importante: todos seguimos aquí”.