Entre 1981 y 1982, una joven texana aterrizó en Buenos Aires con una cámara colgada al cuello, un español impecable y una pasión genuina por contar historias. Jane Ragsdale, una de las víctimas de las trágicas inundaciones de Texas, llegó como becaria de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y se sumó a la redacción de LA NACION en plena dictadura militar.
Ragsdale había soñado con ser corresponsal extranjera desde muy chica. En su familia, el periodismo era más que un oficio: era parte del ADN. Su abuelo había sido editor de un diario en Galveston, Texas, y se sentaba junto a sus nietos para enseñarles sobre puntuación y ortografía, e incluso les enviaba copias corregidas de cartas que ellos habían escrito. Un ritual que, según contaría años después, marcó su amor por las historias bien contadas.
En la Universidad de la Mujer de Texas, Ragsdale estudió español y periodismo, convencida de que algún día escribiría desde América Latina. Y así lo hizo.
Después de una pasantía en un diario local de Texas, el Denton Record-Chronicle, en la década del 70, la joven periodista viajó a Guatemala y a la Argentina, un periodo que la marcó definitivamente, según recordaría más tarde. “Era el diario de mis sueños”, dijo en 2015 al describir su paso por LA NACION. “Era el trabajo que siempre pensé que quería. Pensaba: ‘Es esto. Este era el tipo de periódico de Clark Kent, es cosa seria’”.
Durante su beca en LA NACION, Ragsdale cubrió calles hostiles para el periodismo durante la dictadura, cuando el solo hecho de sacar una foto podía convertirse en un problema. Pero ella lo hacía igual y así, por ejemplo, un día la policía la increpó por fotografiar edificios de la Universidad de Buenos Aires.
“Le quitaron la cámara y casi la arrestan”, recuerda en diálogo con LA NACION Liliana Sánchez Andrés, amiga de Ragsdale desde aquellos días en que compartieron la redacción en Buenos Aires. “Solía contar que ese episodio le hizo ver cuánto valoraba la libertad de prensa”.
Ragsdale admiraba profundamente al diario y estaba agradecida por aquella oportunidad. “Fue el trabajo de sus sueños”, dice Sánchez Andrés, periodista argentina que vive en Miami hace un cuarto de siglo, confirmando las palabras que su amiga siempre dedicaba a LA NACION.
“Admiraba a sus colegas y con muchos de nosotros salió a la calle a cubrir noticias. Fue en Buenos Aires donde aprendió a dominar el español rápidamente”, recuerda, y cuenta que Jane siempre recordaba haber asistido al primer recital de Mercedes Sosa tras el exilio, en el teatro Ópera, en febrero de 1982.
La beca terminó apenas unos días antes del estallido de la guerra de Malvinas. Todo indicaba que era el momento perfecto para lanzar una carrera periodística, pero Jane eligió otro rumbo. “Optó por regresar a Texas para ayudar a manejar el campamento de verano, que era el negocio familiar”, explica Liliana.
Es que, según rememoró Ragsdale más tarde, en Buenos Aires se dio cuenta que “simplemente no soportaba vivir en la ciudad”. “No me gustaba nada la vida urbana”, dijo.
La joven texana nacida en Houston volvió entonces a sus raíces: los campamentos de verano que la habían marcado desde niña.
En la década de 1960, sus padres habían comprado el Camp Stewart, un campamento para varones cerca de Hunt, en Texas. Ella, por su parte, pasó varios veranos en el Camp Mystic, un campamento cristiano para niñas que fue gravemente golpeado por las inundaciones del fin de semana, y en Heart O’ the Hills, en la zona de Hill Country. Allí encontró su verdadera vocación.
Desde 1978 hasta 1987 -con esa pausa en la que vivió en Guatemala y la Argentina-, Ragsdale fue directora de programa en el campamento cristiano para niñas: diseñaba actividades, organizaba talleres y formaba equipos.
En 1988 asumió como directora general, rol que mantuvo hasta el día de su muerte, el viernes pasado, cuando estaba en el campamento -que todavía no había recibido a las niñas- y fue sorprendida por las trágicas inundaciones a partir de la crecida del río Guadalupe. A sus 68 años, fue la única víctima en su amado Heart O’ the Hills.
Ragsdale tenía 68 años y un hijo de 35 años. Su marido murió en junio de 2022, a los 84 años. Junto a él, ella retomó su amor por el periodismo cuando publicaron juntos la revista trimestral Texas High School Hoops entre 1987 y 1991.
“Disfruté cada minuto del campamento desde la primera vez que lo pisé”, dijo la mujer en una entrevista de en 2015 con la Comisión Histórica del Condado de Kerr.
Ragsdale no era solo una administradora. Era el alma del campamento. “Era nuestra guía, nuestro ejemplo y nuestro lugar seguro”, indicaron desde la cuenta oficial del campamento. “Recibía a cada persona que llegaba al campamento, niñas, padres, miembros del personal o trabajadores, siempre con los brazos abiertos”, recuerda Liliana Sánchez Andrés. “Creaba un hogar lejos del hogar para cada una de las miles de personas que han pasado por ‘The Heart’ a lo largo de los años”.
“Ella me enseñó todo lo que sé, desde habilidades básicas hasta cómo cambiar una llanta”, recordó Ava Steindl, excampista y luego coordinadora, en un mensaje en Instagram. “Heart O´the Hills y Jane me convirtieron en quien soy hoy, siempre serán mi hogar», publicó, en un sentido mensaje acompañado por una foto de la mujer.
El impacto de su liderazgo fue inmenso: cientos de familias en Texas la recuerdan como una figura formadora, sabia, cariñosa. En cuestión de horas, la publicación de su fallecimiento en Facebook recibió más de 500 comentarios cargados de dolor, anécdotas y gratitud.
“Jane era un pilar entre las mujeres y un ejemplo de lo que debería ser la fuerza femenina y piadosa cuando más se la necesitaba”, escribió una mujer en la publicación de Facebook. “Era un alma auténtica”, agregó otra en la misma red.
Su historia fue tejida entre dos mundos: el de la redacción y el de los fogones. Nunca renegó de su paso por el periodismo. Al contrario, lo recordaba con nostalgia y respeto. Pero encontró su lugar en los bosques texanos, entre canciones al atardecer, juegos de equipo, cartas escritas a mano y niñas que, año tras año, volvían a Heart O’ the Hills para crecer bajo su guía.
“Era la persona más bondadosa y sabia que he conocido”, escribió Maggie Marsh-Nation, su compañera de cuarto en la universidad. Y agregó: “Tuve la suerte de compartir habitación con ella durante un año. Miles de personas que la conocieron la extrañarán”.
Ben Sandifer, naturalista y amigo cercano, la describió como “una parte muy importante del tejido y el núcleo de Texas Hill Country”. Una mujer que trascendió generaciones, que tocó vidas, que creyó en la educación desde el afecto y el ejemplo.
Su principal proyecto, decía, era seguir haciendo lo que más amaba. “Ella decía que tenía mucha suerte de que su pasión en la vida y su trabajo fueran la misma cosa”, dice Sánchez Andrés.
Su legado seguirá latiendo entre las niñas que ella formó y los amigos que aprendieron de ella que se puede cambiar el mundo sin hacer ruido: con una cámara, una linterna y una enorme vocación de servicio.