PARÍS.- La cumbre de la OTAN de este martes y miércoles en la ciudad holandesa de La Haya será monotemática, por no escribir “monomaníaca”. Centrada en una cifra: el 5%. El fetiche, el amuleto, el talismán de Donald Trump. Una cifra que ya repetía en la campaña electoral, confirmada tan pronto como volvió a la Casa Blanca. Era necesario que los aliados de Estados Unidos dentro de la OTAN, es decir, los europeos y Canadá, aumentaran en forma consistente sus gastos para la defensa, dedicando no menos del 5% de su PBI.
Un salto exorbitante para la mayoría de los 32 países de la Alianza Atlántica. De ahí la primera reacción, que se escuchó en varias capitales: “¡Ridículo!”, según un diplomático de la organización con sede en Bruselas.
Pero, ridículo o no, la voz del más fuerte (Trump) pesa. Ignorarla no está exento de riesgos. Durante su primer mandato, enfadado, Donald Trump amenazó con retirarse de la OTAN, y no mover un dedo para ayudar a un aliado atacado que no hubiera invertido lo suficiente en su defensa, “aprovechándose gratis” del paraguas de seguridad estadounidense.
La cumbre 2025 de la OTAN se abre este martes en La Haya en un contexto mucho más complejo para los europeos. Donald Trump, que desprecia las alianzas, se siente más libre que nunca, desembarazado de todo prurito estratégico, convencido de que es el “único” que sabe lo que hay que hacer en el mundo y más amigo que nunca del autócrata ruso Vladimir Putin.
En esas condiciones llegó este martes a La Haya, justo a tiempo para acudir al banquete ofrecido por el rey Guillermo de Holanda a los líderes de la Alianza.
Desde febrero, Donald Trump comunicó a sus aliados —agobiados, además, por derechos de aduana o amenazas de anexión, en el caso de Canadá o de la Groenlandia danesa—, que Estados Unidos pretende retirar hombres y equipos militares del Viejo Continente. Prioridad a China. Trump también dejó claro que el apoyo a Ucrania frente a la agresión del Kremlin es ante todo negocio de los europeos.
Esa transferencia de responsabilidad comienza mientras el rearme desenfrenado de Rusia y su “comportamiento agresivo” hacen temer que el Kremlin se ponga en orden de batalla para “testear”, incluso atacar, a uno de los miembros de la Alianza, “dentro de tres, cinco o siete años”, según afirman en el cuartel general de la OTAN. En esas condiciones, los europeos se preocupan por una retirada rápida de la contribución estadounidense a la seguridad del Viejo Continente y un abandono total de Kiev antes de haber tenido el tiempo de desarrollar sus propias capacidades defensivas.
En todo caso, de “ridículo”, el 5% para el horizonte 2035 pasó a ser incluido finalmente en las conclusiones de la cumbre, según confirmó el lunes el secretario general de la OTAN, Mark Rutte. Donald Trump estará satisfecho. Queda por ver, después del verano boreal, si eso será suficiente para ganarse sus buenas gracias.
Mark Rutte es alabado por varios diplomáticos en la OTAN por haber maniobrado bien. El ex primer ministro holandés pudo conciliar el apaciguamiento del impredecible inquilino de la Casa Blanca con un objetivo considerado serio. Para mantener una defensa y una disuasión creíbles en el contexto de la guerra rusa, la OTAN primero revisó sus planes, luego adaptó la lista de capacidades militares necesarias, sobre la cual los ministros de Defensa expresaron su acuerdo a principios de junio. Rutte menciona una multiplicación por cinco de las capacidades de defensa aérea, “miles” de tanques y vehículos blindados adicionales, “millones” de proyectiles.
Estas adquisiciones —aún será necesario que la industria siga la cadencia— deberían llevar el esfuerzo de inversión en defensa al 3,5% del PBI, calculó el “SecGen” (secretario general de la OTAN) y su equipo. La norma actual es del 2%. Y para completar y llegar al famoso 5%, el “frugal” Rutte —llamado así por su negativa a abrir los cordones de la bolsa cuando formaba parte del Consejo Europeo como premier de su país—, tuvo la idea de añadir una segunda canasta de gastos: 1,5% del PBI dedicado a la “seguridad”.
Para elaborar ese catálogo de gastos autorizados para ser incluidos en esa canasta, la negociación fue “intensa”, según afirma un diplomático desde Bruselas. La lista permanecerá “clasificada”, al igual que la de las capacidades militares: no es necesario señalar al enemigo adónde residen las debilidades, justifica Rutte. Pero se sabe que se podrán contabilizar trabajos de infraestructura (carreteras, ferrocarriles, puertos), así como las defensas cibernéticas, las reservas estratégicas o la cooperación civil-militar. En resumen, todo lo que apoye la acción militar y la seguridad en un sentido amplio.
“Es un cambio de paradigma para la Alianza, que reconoce que la defensa, y la seguridad, es algo más que tanques y aviones de combate”, analiza el general Nicolas Richou, ex comandante de la 7ª. brigada blindada francesa.
Y partiendo de un objetivo “ridículo”, la negociación se centró entonces en ¿alcanzarlo en 2032 o 2035? A pesar de la dificultad (¿la imposibilidad?) para algunos aliados —como Bélgica, Italia o el Reino Unido— de alcanzar esa meta, aunque sea en diez años, todos terminaron apoyando el objetivo.
La cumbre resultó así salvada y se reducirá a su mínima expresión: una cena en el Palacio Real, este martes, y una sola sesión de trabajo, el miércoles, de unas tres horas aproximadamente. Con conclusiones escritas, condensadas en una página. Hay que cerrar lo antes posible, con la esperanza de evitar cualquier espectáculo de desunión o debilidad, mientras se temen los “ánimos” trumpistas.
“Lo que vimos en el G7, cuando el presidente estadounidense abandonó precipitadamente la cumbre, nos confirma que fue la idea correcta”, dice una fuente diplomática europea.
Todavía fue necesario gestionar el caso español. Pedro Sánchez había roto públicamente filas, el jueves pasado, en una carta dirigida a Rutte. Desde Madrid, el jefe del gobierno afirmó que con un 2,1% dedicado a la defensa, España podrá hacer su parte. Después de intensas negociaciones durante todo el fin de semana, Sánchez afirmó haber obtenido una derogación. Rutte aclaró que la consigna seguirá siendo del 3,5%, pero que todos los aliados disponen de “flexibilidad” para definir sus trayectorias de gastos anuales que, de todas formas, se volverán a estudiar en 2029, para una revisión del objetivo, “y decidir si no hay que modificarlo… al alza”.
Los partidarios más entusiastas de este “salto” al 5% —especialmente aquellos que ya han casi llegado, como Polonia—, quieren evitar la repetición de la cumbre de 2014 cuando, en el contexto de la anexión de la Crimea ucraniana por Moscú, los aliados acordaron “tratar de acercarse en los próximos diez años al 2% recomendado”.
Esta vez, el “plan de inversión” prevé mecanismos para escrutar las trayectorias nacionales: informes anuales y presión de pares, en ausencia de un mecanismo de sanción financiera como el previsto en la Unión Europea en caso de déficit presupuestario excesivo. Pero la verdadera presión, se estima en la OTAN, debería venir de la conciencia, compartida en las capitales, de que Europa ha entrado “desafortunadamente en una era completamente diferente”. Y que la disuasión requiere una inversión considerable.
Antes reacios ante una nueva carrera armamentista, también el europeo de la calle parece haberse convencido. En vísperas de la cumbre de La Haya la mayoría de las 16.400 personas encuestadas en 12 países europeos por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) se declaró a favor del aumento de los gastos de defensa nacional de su país, con claras mayorías en Polonia, Dinamarca, Reino Unido, Estonia y Portugal.