Estamos en una nueva era de “todo interconectado”, pero ¿cómo llamarla?

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En estos últimos dos años tuve que hacerme por primera vez una pregunta que nunca me había hecho: ¿Qué nombre tiene la era en la que vivimos actualmente?

Yo nací en la era de la Guerra Fría y la mayor parte de mi carrera como columnista transcurrió en la Posguerra Fría, esas décadas posteriores a 1989 que estuvieron caracterizadas por el predominio unipolar de Estados Unidos hasta 2020, cuando se produjo el caótico retiro norteamericano de Afganistán, seguido de la invasión a gran escala de Rusia en Ucrania, que hizo volar por los aires la andamiaje de seguridad de la Europa de la Guerra Fría y la Posguerra Fría, y luego el auge de China como verdadero par de Estados Unidos en materia económica y también en rivalidad militar.

En algunos países, se debate la idea de que una de las obligaciones centrales para los empleadores será notificar a sus empleados y candidatos cuando utilicen sistemas de inteligencia artificial para tomar decisiones laborales, ya que el uso de la IA a la hora de reclutar personal ya es una práctica existenteCanva

Mi idea inicial era que a esta nueva época debíamos llamarla “Post-Posguerra Fría”, pero eso no dice nada. Hoy estamos en un momento que es mucho más que la consecuencia de una rivalidad mayormente bipolar entre dos superpotencias nacida en la segunda mitad de la década de 1940. Hoy estamos ante el nacimiento de algo novedoso y sumamente completo a lo que todos debemos adaptarnos, y rápidamente… pero ¿cómo se llama?

Muchos climatólogos denominan nuestra época actual como “Antropoceno”, la primera era climática provocada por el ser humano. Muchos tecnólogos la llaman “Era de la Información” o más recientemente “Era de la Inteligencia Artificial”.

Y algunos estrategas prefieren llamarla “el Retorno de la Geopolítica” o, como dice el título del historiador Robert Kagan, “La jungla que vuelve a crecer”.

Pero ninguna de estas etiquetas abarca la fusión completa que se está produciendo entre la aceleración del cambio climático y las rápidas transformaciones en tecnología, biología, cognición, conectividad, ciencia de los materiales, geopolítica y geoeconomía, que han desencadenado una explosión de todo tipo de fenómenos que se combinan entre sí, al punto que hoy en día los sistemas binarios parecen estar dando paso a sistemas poligonales.

La ley define la inteligencia artificial como cualquier sistema basado en máquinas que infiera, a partir de la información que recibe, cómo generar resultados que puedan influir en entornos físicos o virtualesCanva

La inteligencia artificial (IA) avanza a pasos agigantados hacia la “inteligencia artificial general polimática”, el cambio climático se precipita en una “policrisis”, la geopolítica evoluciona hacia alineamientos “policéntricos” y “poliamorosos”, el comercio, antes binario, se dispersa en redes de suministro “polieconómicas”, y nuestras sociedades se diversifican en mosaicos cada vez más “polimórficos”.

Como columnista de temas internacionales, ahora debo seguir de cerca no solo el impacto y las interacciones de las superpotencias, sino también de las máquinas superinteligentes, de individuos superpoderosos que aprovechan la tecnología para extender aún más su poder, y de las corporaciones superglobales, así como de las supertormentas y de los estados superfallidos, como Libia y Sudán.

El estudio reveló que la correcta implementación de la inteligencia artificial aumenta la productividad en un 30%

Un día, mientras reflexionaba sobre todo esto con Craig Mundie, exdirector de investigación y estrategia de Microsoft, le comenté que en casi todos los temas sobre los que he escrito últimamente, los antiguos sistemas binarios de izquierda y derecha estaban siendo reemplazados por sistemas múltiples interconectados, y a su paso iban desarticulando la coherencia de los paradigmas de la Guerra Fría y la Posguerra Fría.

En momento dado, Mundie me dijo: “Ya sé cómo debería llamarse esta nueva era: el Policeno”.

Era un neologismo, una palabra que se le ocurrió sobre la marcha y que no está en el diccionario, pero deriva del griego “poli”, que significa “muchos”.

Aunque suene un poco raro, me pareció el nombre perfecto para esta nueva época, donde gracias a los teléfonos inteligentes, las computadoras y la conectividad omnipresente, cada persona y cada máquina tiene cada vez más voz y capacidad para influir en los demás y en el planeta a una velocidad y escala antes inimaginables.

Así que bienvenidos al Policeno. Fue interesante el viaje hasta llegar acá.

Mi viaje a través de las distintas etapas que me llevaron al Policeno comenzó en el verano de 2024, dos años después del lanzamiento de ChatGPT, cuando le pedí a Mundie que fuera mi tutor en materia de IA.

Mapa de la temperatura global del 31 de octubre de este añoCopernicus

Con los años he tenido la gran fortuna de desarrollar una red de expertos en diferentes temas a quienes considero mis tutores, que se han convertido en valiosos maestros y amigos, y Mundie, originalmente diseñador de supercomputadoras, es mi referente en informática desde 2004.

Una de las primeras cosas que me explicó fue que el santo grial de la revolución de la IA era crear una máquina con “inteligencia artificial general polimática”, o sea un polímata capaz de dominar la física, la química, la biología, la informática, la filosofía, a Mozart, a Shakespeare y el béisbol mejor que cualquier humano, y luego razonar en todas esas disciplinas a un nivel multidimensional superior al que un humano jamás podría alcanzar, para generar ideas revolucionarias que a ningún humano se le podrían ocurrir.

Si bien algunos escépticos creen que jamás podremos construir una máquina con una inteligencia artificial general (IAG) verdaderamente polimática, muchos otros, incluido Mundie, creen que solo es cuestión de tiempo, y no mucho…

Todo esto fue posible gracias a la evolución de los microchips. En la era binaria, los chips procesaban datos en serie, alternando entre 0 y 1 para ejecutar una instrucción tras otra. En el Policeno, los chips pueden computar en paralelo, procesando miles de tareas más pequeñas a la vez, cada una consciente de las demás e interactuando con ellas.

ARCHIVO – La planta de energía Warrick, una estación generadora alimentada con carbón, el 8 de abril de 2025, en Newburgh, Indiana; el cambio climático es uno de los problemas que consideran los expertos que hablan de «poli-crisis»Joshua A. Bickel – AP

El gran salto en el procesamiento paralelo que ocurrió a principios de la década de 2000 hizo posible la IA actual. Fue lo que permitió que las computadoras incorporaran enormes cantidades de datos a sus “cerebros” —sus redes neuronales— y se autoentrenaran utilizando miles de millones de pequeños ajustes, llamados parámetros.

A medida que un sistema de IA aprende, ajusta continuamente esos parámetros —como si girara un dial— para poder reconocer patrones, evaluar alternativas y con el tiempo volverse más inteligente.

He estado siguiendo este cambio durante años desde uno de mis puntos de vista favoritos. Cuando quiero entender cómo está cambiando el poder en el mundo, rara vez llamo al Pentágono o al Departamento de Estado. En cambio, visito Applied, que a menudo puede ver antes que nadie qué empresas y países están impulsando la frontera tecnológica y cuáles se están quedando atrás.

“Hemos pasado de diseños monolíticos a diseños desagregados, dividiendo el chip en ‘chiplets’, cada uno con su propia función especializada, y luego recombinándolos en un sistema integrado”, me explicó mi tutor en materia de informática, Tristan Holtam, jefe de personal de Applied Materials, en Silicon Valley, empresa que fabrica el instrumental de precisión que usan Nvidia, TSMC, Intel y Samsung para producir los chips de última generación.

En esta imagen tomada de un video proporcionado por el servicio de prensa del Ministerio ruso de Defensa el viernes 7 de noviembre de 2025, un lanzacohetes múltiple Grad de 122 mm dispara hacia posiciones ucranianas en un lugar no revelado de Ucrania. (Servicio de prensa del Ministerio ruso de Defensa via AP)Russian Defense Ministry Press Service

“Eso permite que un solo ‘sistema de un paquete’ contenga muchas funciones diferentes —lógica, memoria, comunicaciones, gráficos— coexistiendo y optimizándose mutuamente”, lo que resulta en una capacidad de computación mucho mayor y con menor consumo de energía.

Y cuando los diseñadores de chips se quedaron sin espacio para embutir más funciones en dos dimensiones, pasaron a tres. Ahora los chips se construyen verticalmente, apilando muchas capas de circuitos: pequeñas rampas de transistores y celdas de memoria unidas por kilómetros de cableado microscópico o incluso nanoscópico, donde cada nueva capa aumenta drásticamente la capacidad del chip para el aprendizaje, la predicción y la toma de decisiones.

Si sumamos todo, tenemos la base de silicio para el Policeno: multiinteligencias, interconectadas a la perfección, que mejoran y evolucionan conjuntamente en tiempo real.

Una semana después de mi “tutorial” sobre IA con Mundie en 2024, recibí un correo electrónico de mi tutor ambiental favorito, Johan Rockström, director del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático y uno de los principales científicos del sistema terrestre del mundo.

Rockström me dijo que él y su colega Thomas Homer-Dixon, CEO del Instituto Cascade de la Universidad Royal Roads en Columbia Británica, estaban organizando un seminario en Nueva York durante la semana del clima y me preguntó si lo podía ayudar a darle forma.

Le dije que con todo gusto y le pregunté de qué trataba.

“De la policrisis”, me respondió Rockström.

Pensé: “¡Qué interesante que mi tutor de IA hable de ‘inteligencia general artificial polimática’, mis tutores de microchips hablan de polichips, y ahora mi tutor ambiental habla de ‘policrisis’! ¿Por qué tantos ‘poli’ en todas partes?”.

Una imagen que deja la guerra en medio oriente: la Cruz Roja transporta cuerpos de israelíesAgencia AFP – AP

El término “policrisis” existe desde hace décadas, pero fue popularizado recientemente por el historiador Adam Tooze, de la Universidad de Columbia, para explicar cómo una crisis —como el Covid-19 o la guerra de Ucrania—, puede desencadenar una multiplicación de crisis en todo el mundo.

Rockström y Homer-Dixon vienen explorando el mismo concepto, pero enfocado en cómo el efecto dominó de las crisis ambientales están rompiendo lo que Rockström llama nuestros “límites planetarios”, o sea los sistemas interconectados de soporte vital, como la estabilidad del clima y la salud de nuestros océanos, bosques y suelos.

Durante décadas, cuando hablábamos del cambio climático, el argumento era simple y bastante binario: más calentamiento es malo, menos calentamiento es bueno.

Sin embargo, la forma de pensar sobre el cambio climático ha experimentado su propio cambio de fase.

Según Rockström, hoy el cambio climático es la chispa que desata una cascada de crisis interconectadas que ponen a toda la Tierra en un estado de policrisis, con eventos que se refuerzan mutuamente, como el derretimiento de los casquetes polares y la deforestación del Amazonas.

Esto desencadena más sequías, inundaciones, incendios forestales, pérdidas de cosechas y aumento del nivel de los océanos, lo que a su vez provoca crisis económicas, migraciones masivas, el colapso de Estados frágiles y un quiebre de confianza a nivel mundial.

Fui testigo directo de una versión reducida de esta dinámica en Siria en los años previos al estallido de la guerra civil en 2011.

Fogoneada por los cambios en los patrones climáticos, una sequía sin precedentes arrasó los cultivos, obligó a cientos de miles de sirios de las zonas rurales a abandonar sus cultivos y los empujó a los suburbios de ciudades como Alepo y Damasco, donde enfrentaron la escalada de los precios de los alimentos, el desempleo y los antiguos resentimientos étnicos y sectarios.

Después, desde sus celulares los sirios vieron los levantamientos en Egipto y Túnez, provocados en parte por el aumento de los precios de los alimentos, y así fue que estalló la guerra civil en Siria.

Huelga decir que esta combinación de Estados fragmentados y de la desintegración de las alianzas de la Guerra Fría está fomentando una geopolítica más “poliamorosa”.

En 2011, el historiador Walter Russell Mead comentó que tras la revolución de la década de 1990 que provocó el colapso de la Unión Soviética, los rusos tenían un dicho que hoy sería aplicable a muchos otros países: “Es más fácil convertir una pecera en sopa de pescado que convertir la sopa de pescado en una pecera”.

Desde Europa hasta Medio Oriente, pasando por África y América Latina, muchas peceras se están convirtiendo en una sopa de pescado repleta de milicias sectarias, tribales o en redes, y con un poder desmesurado.

No es casual que al presidente Trump le costara tanto tiempo y energía —y presión— lograr que todos los diferentes Estados, ejércitos y milicias involucrados aceptaran un simple alto el fuego en la Franja de Gaza. Así que lograr la paz podría llevarle el resto de su mandato…

Al mismo tiempo, cuando comencé en el periodismo en 1978, el mundo se definía en gran medida por una serie de dicotomías: Este-Oeste, comunista-capitalista, Norte-Sur.

La mayoría de los países de entonces pertenecían a uno de esos bloques. Hoy, se ha convertido en una danza caótica de cambio de parejas: Irán está alineado con Rusia contra Ucrania, pero China le suministra tecnología para drones tanto a Rusia como a Ucrania, mientras que Israel está alineado con el Azerbaiyán musulmán contra la Armenia cristiana.

La guerra hoy en día también es mucho menos binaria, con muchos más ataques “híbridos” provenientes de todas partes.

Porque la línea del frente se ha vuelto múltiple: Putin está en lucha contra Ucrania dentro de territorio ucraniano, pero al mismo tiempo lucha contra Europa Occidental utilizando el ciberespacio como campo de batalla, donde todos están conectados, pero nadie tiene el control.

Crecí en Minnesota en la década de 1950 y por entonces el panorama social era extremadamente binario. En general, eras blanco o negro, hombre o mujer, heterosexual u homosexual, cristiano o judío.

Estabas en el trabajo, en casa o en la escuela. Las categorías eran bastante rígidas y los límites estaban controlados por la cultura, la ley, los prejuicios, los ingresos y los usos y costumbres. La diversidad ciertamente existía, pero era limitada y rara vez era celebrada.

¡Pero ya no!

Hoy, mi ciudad natal, St. Louis Park —alguna vez corazón de la cultura judía de Minnesota, con sus sinagogas y delicatessen—, tiene como alcaldesa a Nadia Mohamed, una somalí musulmana de 29 años que se graduó en mi misma escuela secundaria y forma parte del gran flujo de somalíes a la gélida Minnesota.

Si todavía viviera en mi antiguo barrio, mi representante en el Congreso sería Ilhan Omar, una de las dos primeras mujeres musulmanas en ocupar un escaño en el Capitolio. Y me cuentan que en la escuela primaria cerca de la casa de mi infancia se hablan más de 30 idiomas, aproximadamente 29 más que cuando asistía yo.

No es de extrañar: desde 1990, la migración prácticamente se ha duplicado a nivel global, y se ha vuelto tan multidireccional —trabajadores que van del sur de Asia al Golfo Pérsico, estudiantes de África que van a China, refugiados sudaneses y eritreos a Israel, trabajadores polacos a Gran Bretaña y refugiados de Siria, Venezuela y Ucrania a todas partes— que las comunidades que antes se definían por una sola etnia o credo hoy son políglotas, policromáticas y polirreligiosas.

Cuando Adam Smith sentó las bases del comercio en el siglo XVIII, imaginó un mundo relativamente simple de relaciones binarias: yo produzco queso, vos producís vino, y al especializarnos en lo que mejor sabemos hacer, ambos salimos ganando.

Esta visión fue revolucionaria y aún sustenta nuestra opinión —salvo la del presidente Trump— de que el comercio puede beneficiar a ambas partes.

Pero si Adam Smith viviera hoy y observara cómo se fabrican los iPhones, las vacunas de ARNm, los vehículos eléctricos o los microchips avanzados, no solo actualizaría sus teorías, sino que tendría que escribir un libro nuevo.

¿Qué cambió? En una palabra: la complejidad. La economía actual ya no se basa principalmente en el comercio bilateral de bienes específicos entre países con fronteras definidas e industrias autosuficientes.

En cambio, Eric Beinhocker, CEO del Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico de la Oxford Martin School, otro de mis tutores, señala que ahora operamos cada vez más dentro de ecosistemas globales que él denomina “redes interdependientes” de conocimiento, habilidades, tecnología y confianza.

Esto explica por qué la mayor parte del comercio actual involucra a más de dos países, y eso teje una compleja red donde los productos se diseñan en un país, los componentes se obtienen de varios otros, se fabrican en un lugar diferente, se ensamblan en otro más y se prueban en un tercero.

Smith identificó la división del trabajo como un gran impulsor de la productividad: si el trabajo está correctamente dividido, se pueden fabricar más piezas con menos trabajadores.

“Fue genial en su momento”, me comentó Beinhocker para una columna que publiqué en febrero, pero hoy, en el Policeno, “el motor más potente es la división del conocimiento”.

Cuando se comparten conocimientos y capacidades, podemos crear productos complejos que resuelven problemas complejos de forma más económica y rápida que cualquier país por sí solo.

Esa multiplicación de actores nuevos y diversos tiene sus precedentes en la historia de nuestro planeta. Si bien solemos pensar en la evolución como un proceso lento y gradual, lo cierto es que en la historia del mundo hubo explosiones masivas de nuevas especies y nuevos diseños, pero como me dijo Beinhocker, eso no solo ocurre en la naturaleza.

La civilización humana también ha seguido un patrón similar de grandes explosiones, me explicó, “y cada una de ellas amplificó drásticamente la complejidad de la vida humana” al aumentar el número de actores empoderados, conexiones, interacciones y ciclos de retroalimentación en el seno de la sociedad.

Pensemos en cómo la revolución de la imprenta rompió el monopolio de la información que ostentaban las élites religiosas y reales, y cómo la Revolución Industrial multiplicó el poder del ser humano y de las máquinas, potenciando el comercio y la conectividad global.

Y hoy también se han subido al escenario las máquinas y los robots con inteligencia artificial, que multiplican exponencialmente los nodos, las redes y las combinaciones de los diferentes actores.

Muchas democracias industriales llegaron a la conclusión de que la mejor forma de gobernar en la era industrial era con algún tipo de Estado de bienestar y sistemas políticos bipartidistas basados en una simetría fija izquierda-derecha.

No entiendo cómo eso podría seguir funcionando mucho tiempo más, en un mundo donde la mayoría de los problemas que enfrentamos no se responden con “esto o aquello”, sino con “esto Y aquello”. Los actores claves deben ser capaces de ocupar múltiples ámbitos y mantener ideas contrapuestas en tensión y al mismo tiempo.

Por naturaleza, soy una persona que cree en la coexistencia de ambas. En materia de inmigración, estoy a favor de un muro muy alto, con una puerta muy grande: fronteras muy seguras y una franca bienvenida a los inmigrantes legales, tanto los que llegan con mucha energía como los altamente cualificados.

En materia policial estoy a favor de más policías y mejor policía. En materia económica, estoy a favor de aumentar la riqueza y redistribuirla.

En materia de educación, estoy a favor de escuelas públicas bien financiadas, pero también de escuelas privadas, porque la competencia nos beneficia a todos.

No es que no pueda decidirme. Es que ya me he decidido: en el Policeno, las mejores respuestas residen en la síntesis, no en los márgenes.

“La interdependencia ya no es una opción: es nuestra condición”, apunta Dov Seidman, filósofo empresarial y fundador del Instituto HOW para la Sociedad.

“O construiremos interdependencias sanas y prosperaremos juntos, o sufriremos interdependencias nocivas y fracasaremos juntos”.

Sea cual sea el camino que tomemos, el destino que nos espera a todos es el mismo.

Traducción de Jaime Arrambide