Los “dos problemas” que Milei no resolvió, según el economista Martín Rapetti

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En medio de una nueva turbulencia económica, Martín Rapetti, director de la consultora Equilibra, analiza las causas de la crisis y los desafíos que enfrenta el gobierno de Javier Milei. A su juicio, la corrección fiscal más drástica de las últimas décadas no alcanza sin una estrategia de crecimiento ni una base política sólida. “Si el país no crece, no puede pagar, ni acumular dólares”, advierte.

En una entrevista con LA NACION, explica por qué la Argentina repite ciclos de inestabilidad, qué errores se arrastran desde el kirchnerismo y por qué el país —dice— “pasó de una década perdida a otra”.

El también investigador del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes), celebró que este año se cumplen 50 años de la creación de esta institución que es referente del pensamiento social y económico argentino. Fundado por politólogos, fue el ámbito donde surgieron las primeras discusiones del Plan Austral, con economistas como Adolfo Canitrot, Roberto Frenkel y José María Fanelli. Por sus aulas pasaron el propio Milei, Gustavo Cañonero y Ernesto Schargrodsky, entre otros, consolidándose como pilar formativo en la UBA.

—¿Por qué el país está en una nueva crisis cambiaria y financiera? ¿Fueron las elecciones o hubo otro detonante?

—El mercado tiene la percepción de que la Argentina no es muy “voluntariosa” para pagar sus deudas, y aunque eso tiene algo de verdad, también hay un estigma asociado a nuestra mala reputación por tantos defaults. Pero esos defaults, en realidad, estuvieron más ligados a la falta de capacidad de pago. La capacidad de pago no depende solo del déficit o del superávit: la mayoría de los países tienen déficit y no enfrentan problemas de deuda. En cambio, la Argentina, por su reputación y porque no crece, enfrenta dificultades para repagar. Si no hay crecimiento, no se pueden pagar las deudas ni acumular dólares. En ese sentido, hay dos problemas fiscales que Milei no resolvió.

—¿Cuáles son?

—El primero es el crecimiento: el Gobierno lo despojó del centro de la agenda. Su visión es “yo estabilizo la macro, elimino el déficit y la emisión, y el crecimiento es tarea del sector privado”. Pero la economía se estancó y volvió a caer. El segundo problema es político: Milei eligió una estrategia purista y divisiva, “somos nosotros o las siete plagas”, sin buscar alianzas con gobernadores. Así, cuando le va mal en una elección, el mercado interpreta que “se vienen las siete plagas” y huye. El Gobierno logró una fuerte corrección fiscal —la más drástica que se podía esperar—, pero eso no alcanza. Hace falta una estrategia de crecimiento y de gobernabilidad que asegure continuidad si el presidente tropieza. Es lo que están reclamando tanto el FMI como Washington.

—¿Usted dice que tendrían que haber diversificado los riesgos? ¿No cree también que hubo una sobrerreacción tras las elecciones en Buenos Aires?

—El principal problema económico de la Argentina es que no puede ofrecerle al mundo una hoja de ruta clara. El futuro del país es incierto: uno puede imaginar qué pasaría si Milei sigue en 2027, pero si no sigue, el panorama es totalmente impredecible. Puede haber una idea si gana un gobierno kirchnerista, y eso asusta, pero no queda claro qué pasa si gana una alternativa intermedia. Es un país bipolar, de extremos. La dirigencia política debería acordar reglas básicas y estables: una meta fiscal a diez años, una política monetaria con metas de inflación, un Banco Central independiente y con reservas, y una política cambiaria de flotación administrada. Si existiera consenso sobre esos lineamientos macroeconómicos, bajaría el riesgo país, porque quien gobierne seguiría más o menos el mismo rumbo. En Perú, uno puede dudar de quién será el presidente, pero no del rumbo del Banco Central. La Argentina necesita algo de esa previsibilidad.

Martín Rapetti: “No hay un botón de productividad: si nos encarecimos en dólares, hay que corregir el tipo de cambio”Noelia Marcia Guevara – La Nación

—Milei asumió con debilidad política. ¿Se le está pidiendo demasiado a alguien que se presentó como antisistema?

—Tal vez la elección fue errada. Por huir de un “cuco”, terminamos abrazando una idea que iba en contra de lo que necesitaba el país. Puede ser que Milei no vino a ofrecer eso. Entonces creo que es un mal antídoto para los problemas de la Argentina. Porque cualquier programa económico necesita un soporte político mayoritario.

—Sobre todo cuando se intenta un ajuste profundo y una gran transformación…

—Exacto. Y Milei no logró ese respaldo. Tal vez intentó construirlo y calculó mal. Habrá que ver qué muestran las elecciones, pero los resultados provinciales y las encuestas sugieren que no es un proyecto hegemónico, sino débil. Nació débil, pareció fortalecerse y volvió a mostrar fragilidad en los momentos decisivos. Esa debilidad política es parte del riesgo argentino.

—Le vaya bien o mal en las próximas elecciones, a Milei le quedan dos años de gestión y la economía muestra señales de que necesita una recalibración. ¿Qué puede hacer?

—Milei enfrenta un trilema: tres objetivos que no puede cumplir simultáneamente. Heredó un país sin crédito y un Banco Central sin reservas. Necesita los dólares que genera la economía para mantener bajo el tipo de cambio —clave para la estabilidad y el humor social—, pero también debe pagar deuda y acumular reservas. Ese equilibrio se rompió, y los mercados empezaron a ponerse nerviosos. Ahora parece que el Gobierno intentará resolverlo con una flexibilización del esquema cambiario, lo que implica dejar de contener el dólar y empezar a acumular reservas. Probablemente, el Tesoro de Estados Unidos ayude a cubrir parte de los pagos en el corto plazo. Pero, de cualquier modo, todo indica que el tipo de cambio subirá pronto.

—¿En cuánto están hoy las reservas del Banco Central?

—Si se calculan con la metodología del Fondo —excluyendo los desembolsos del programa—, están por debajo de negativas en US$10.000 millones, prácticamente igual que cuando Milei asumió.

Rapetti advierte que el Gobierno logró una corrección fiscal drástica, pero que sin una estrategia de crecimiento y alianzas políticas el plan económico pierde sustentabilidadNoelia Marcia Guevara – La Nación

—El Gobierno recibió el Banco Central con reservas negativas por US$11.500 millones, a mediados del año pasado logró equilibrarlas y ahora volvieron a caer.

—Sí, lo logró postergando pagos de importaciones, con un tipo de cambio más alto y una recesión que redujo la demanda de dólares. La próxima Argentina enfrentará otro trilema cambiario: en el corto plazo no habrá suficientes dólares para que los privados compren (ahorristas y empresas), para que el Banco Central acumule reservas y para que la economía crezca con un tipo de cambio similar al actual. Por eso, el tipo de cambio probablemente suba, lo que generará una recesión que libere dólares por menor demanda de importaciones. Una vez que el dólar más alto se estabilice, el Banco Central podrá recomprar reservas y, recién ahí, podría comenzar una recuperación. Pero antes hay que atravesar ese ajuste.

—¿Todavía nos queda una caída más?

—Sí, queda un ajuste pendiente, que puede ser más o menos doloroso. Las correcciones cambiarias en la Argentina son siempre contractivas en el corto plazo, porque reflejan la escasez de dólares. La cuestión es cómo generarlos rápidamente. A menos que haya un cambio drástico de expectativas —una lluvia de financiamiento externo, algo que hoy no parece posible—, la única manera que tiene la Argentina de generar dólares es a través de una recesión, que reduce la demanda de importaciones.

—El Gobierno sostiene que podría lograrse con un shock de productividad y una baja de impuestos.

—Eso no existe. No hay un “botón de productividad”. Es una ilusión común entre los gobiernos. Lo digo con empatía: si yo estuviera en su lugar, probablemente pensaría lo mismo. Pero no se evita una devaluación con productividad. Si tuviéramos las rutas alemanas, los puertos suecos y el Estado finlandés, podríamos pagar salarios en dólares mucho más altos y apreciar el tipo de cambio. Pero eso lleva décadas: el desarrollo económico es un proceso lento. Incluso China tardó entre cuatro y cinco décadas en transformarse. Con la infraestructura y el Estado argentino actuales, la productividad está dada en el corto plazo. Si nos encarecimos en dólares, no hay otra salida que corregir el tipo de cambio.

—¿Qué tanta importancia le da a las reformas laboral, tributaria y previsional? ¿Podrían aliviar el proceso de devaluación?

—Hay mucho por hacer en esas áreas, pero dudo que sean el motor del crecimiento. Si tuviera que elegir una política central, sería acumular reservas. Eso reduce drásticamente la inestabilidad macroeconómica. Nadie dudaría del valor del dólar si el Banco Central tuviera reservas suficientes. Y si el Tesoro enfrentara problemas de financiamiento, el Banco Central podría asistirlo. Así se eliminan el riesgo cambiario y el riesgo país. Esa política lamentablemente se arruinó sobre todo en el segundo gobierno de Cristina Kirchner, que fue cuando la Argentina se bifurcó del resto de los países de la región.

Según Rapetti, la estrategia de “somos nosotros o las siete plagas” limita la sustentabilidad del programa económicoNoelia Marcia Guevara – La Nación

—¿En qué sentido?

—En un trabajo con Emiliano Libman y Gonzalo Carrera analizamos la cronología macroeconómica de América Latina. Todos los países atravesaron crisis de deuda, bancarias y devaluaciones, con Argentina siempre como caso extremo. Pero a comienzos de los 2000 la región salió de esos problemas: abandonó los tipos de cambio fijos, bajó la inflación, fortaleció los bancos centrales y ordenó las cuentas fiscales. Ahí se produjo una bifurcación: algunos países —Brasil, Chile, Colombia, Perú y México— mantuvieron la estabilidad macroeconómica, adoptaron metas de inflación, independencia del Banco Central y acumularon reservas. La Argentina también había acumulado muchas reservas hacia mediados de esa década, pero luego se desvió del camino. Un punto de inflexión claro fue la intervención del Indec.

—¿Por qué fue tan determinante esa intervención?

—Porque rompió la credibilidad. El riesgo país, que estaba al mismo nivel que el de la región, se disparó. Hasta entonces, la política macroeconómica kirchnerista había sido relativamente racional: tenía superávit gemelos y no dependía solo del precio de la soja, que eso empezó a partir de 2006. Pero en 2007, con la intervención del Indec, cambió todo. El otro quiebre fue lo que Miguel Bein llamó el “macrocidio”: cuando los países salían de la crisis internacional y frenaban el gasto, la Argentina siguió expandiéndolo. En 2010, con la economía creciendo al máximo, el gasto público se desbordó, y el cepo cambiario de 2011 coronó ese proceso. El segundo mandato de Cristina Kirchner fue muy malo en términos de la praxis de la macroeconomía.

—Después pasaron tres gobiernos distintos y seguimos en crisis. La actividad no crece hace 13 años. ¿Por qué no se logra revertir eso?

—Porque el problema fiscal argentino no es solo el déficit, sino la falta de crecimiento y de generación de ingresos. Ese es el verdadero trasfondo. El país sufre racionamiento de crédito, no tiene reservas, y por eso mantiene un cepo que a su vez impide crecer. La Argentina debe salir del cepo, dejar flotar el tipo de cambio y acumular reservas. Eso es más importante que una nueva ley laboral. El empleo puede crecer incluso en la informalidad si la economía se expande; el problema no es la legislación laboral, es que la Argentina no crece hace más de una década. Si el año próximo efectivamente tenemos una recesión, vamos a tener un PBI per cápita que va a ser 15% menor al de 2011 a ojo de buen cubero. Saltamos de década perdida a década perdida.

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