Plantear que las elecciones son “de vida o muerte” es un búmeran que espanta las inversiones

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El Palacio San Martín, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores en Buenos Aires, construido entre 1862 y 1872 para la familia Anchorena y cedido al Estado en 1936, está envuelto en misteriosas leyendas sobre el espíritu del general José de San Martín, quien murió en 1850 y nunca vivió allí, pero cuyo nombre honra el edificio. Trabajadores han reportado presencias, ruidos extraños y objetos que se mueven solos, mientras que una de las historias más conocidas narra la aparición del general en el balcón del salón principal, observador de la ciudad, especialmente en momentos de crisis política, interpretada como una advertencia profética sobre los peligros que enfrenta el país.

Narraciones como esta abundan a lo largo y ancho del país y no solo del pasado, sino que día a día se tejen y crean nuevas e infinitas fábulas sobre los fantasmas que nos aquejan.

En vísperas de una nueva elección legislativa vuelven a aparecer los espíritus del mal para apoderarse del pánico que cada acto democrático genera en un país que se debate entre un extremo y el otro, y donde parecería ser -por lo que explican sus contendientes- que esta elección es de vida o muerte (como siempre).

En ese caótico escenario, las principales variables económicas crujen y ponen en vilo a toda una sociedad que esta harta y cansada de que los eventos se repitan una y otra vez con resultados pendulares pero repetitivos.

El oficialismo que inicio su mandato con un nivel de pragmatismo y realidad nunca antes visto encaró la solución de los problemas urgentes con la precisión de un hábil cirujano, pero, a medida que se acercaban las elecciones, los genios y gurúes de las campañas (saben mucho de política y nada de economía) eligieron como principal estrategia agitar los fantasmas del pasado augurando que la opción son ellos o el terror, el bien o el mal, en síntesis, la vida o la muerte. Esta estrategia que puede ser muy útil electoralmente (esta por verse) puede redituar en el corto plazo, pero definitivamente constituye un oxímoron a lo que persigue como solución de largo plazo para el país, porque esta binaria estrategia frena y atenta con la posibilidad de atraer inversiones, ya que el mismo que las alienta me está diciendo que si no es él, es el caos. Por consiguiente, el inversor que es ávido de riesgo pero no es tonto dice: “Voy a esperar a que estos muchachos se definan”. En definitiva, los mismos fantasmas que el oficialismo aviva para destruir a la oposición son tan reales que los hace perder el pragmatismo con el que empezó su gestión.

Y los fantasmas, en la Argentina, actúan siempre igual: generan presión sobre el dólar, disparada de las tasas de interés, venta de bonos y aumento del riesgo país, liquidación de acciones y fuerte caída de la confianza y la actividad económica.

Al final, los políticos -sin importar la bandera política- son los agitadores de fantasmas que terminan volviéndose un búmeran contra sus propios intereses.

No dudo de que políticamente una elección legislativa nacional es relevante, pero no coincido en que para ganarla haya que pagar cualquier costo, que termina siendo siempre en detrimento de la sociedad.

La Argentina, más allá de una elección legislativa o presidencial, necesita constituir consensos básicos y fundamentales como sociedad como tiene cualquier país normal, de forma tal que en cada elección no cruja y se tambalee el país. Finalmente, la sociedad y la clase política deben madurar y crecer, ya que los fantasmas al fin al cabo son solo cuentos para niños.

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