cómo llegaron a trabajar en una heladería

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La fábrica de helados sanjuanina Portho estaba en un proceso de cambios internos en su estructura cuando les llegó un mail con la propuesta del programa de inclusión laboral Trabajando Sueños. Habían generado algunos puestos de trabajo nuevos y buscaban cubrirlos, por lo que ese eventual correo electrónico fue una oportunidad para ambas partes: para la empresa para seguir su premisa de ser “un lugar de posibilidades y compromiso social” y para Facundo Castro y Pedro Balmaceda, un trabajo asegurado por 6 meses, con opción de quedar efectivos.

Bastaron un par de reuniones, un proceso de capacitación para quienes ya trabajaban allí y la firma de un acuerdo entre las partes involucradas, para que los jóvenes recibieran sus uniformes y se integraran uno en el área administrativa y el otro, en el depósito hace poco más de un mes. Hasta ahora no hay quejas, sólo aplausos por el buen desempeño de ambos.

Facundo tiene 34 años y algunas secuelas intelectuales de los recurrentes episodios de convulsiones por epilepsia que sufrió de chico y que lo obligaron a pasar por muchos hospitales y sanatorios de San Juan, Mendoza, Córdoba y Buenos Aires. También tiene una importante disminución visual, astigmatismo y miopía y una leve dificultad en el habla, que ha ido superando de a poco. Nada de eso le impidió terminar el secundario y hacer diferentes cursos de capacitación que le han permitido incursionar como operador de PC, masajista y hasta preparador físico.

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“Pese a que soy estudioso, hasta ahora nunca tuve un trabajo formal. Sí he tenido ocupaciones temporales como las colonias de verano del municipio de Santa Lucía, entre el 2018 y el 2022, en una ferretería y en una empresa de gastronomía, pero luego nunca más. Hasta ahora creía que la discapacidad hace que las cosas sean más difíciles, pero no imposibles. Por eso me incluí en el programa con mucha ilusión y ganas de trabajar”, cuenta Facundo que aplica su máxima atención y responsabilidad para cumplir su función de ordenar papeles, cargar en el sistema facturas y remitos. Pero además de eso, como todos en su sector saben de su talento como preparador físico, le asignaron la tarea de armar las pausas activas. Entonces al menos una vez al día, los hace elongar y hacer algunos ejercicios.

“Me encanta este lugar de trabajo porque hay mucha calidad humana y porque queda muy cerca de mi casa. Son todas ventajas … y con el sueldo me voy a ir comprando de a poco algunas cosas para armar mi gimnasio y quién dice, algún día dar clases”, afirma.

Pedro Balmaceda, como su nuevo amigo Facundo, también valora el equipo de trabajo. “Yo soy un poco despistado. Quizás sea porque tengo un retraso madurativo leve que hace que las cosas me cuesten siempre un poco más o tenga otros tiempos para aprender. Pero acá, mis compañeros me explican todo, tienen predisposición y paciencia, me ayudan en lo que necesito y no se enojan si les pregunto algunas veces lo mismo. Y eso, te hace sentir bien”, dice este muchacho de 24 años que sólo ha tenido trabajo esporádico, de pocos meses, en la cocina de un hotel. Por eso conseguir un trabajo era su gran aspiración.

“Estar desocupado es estar en la incertidumbre, sin plata y sin tener nada que hacer. En cambio ahora, tengo una responsabilidad, tengo que cumplir un horario, presentarme a tiempo, tengo que venir prolijo y lo mejor es que tengo mi plata para hacer lo que quiero o lo que necesito. Eso es muy bueno y no sólo me pone bien a mí, sino que a toda mi familia”, asegura.

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Pedro trabaja en el depósito de la fábrica, se ocupa de ordenar y armar pedidos, pero a su vez contabilizar el stock tanto de las materias primas que ingresa para hacer los productos, como de los insumos que piden las sucursales para el despacho, ya sea cucuruchos, cucharitas, servilletas, entre otros elementos. Pero, lo mejor es, sin lugar a dudas, el descuento que tiene como empleado, cada vez que quiere ir a tomar un helado, un beneficio al que también accedió como el resto de los trabajadores del lugar.