Stella Maris Cvjetanovic lleva en su nombre la memoria de un pequeño barco croata, propiedad de su bisabuelo, Luka, que navegaba las aguas de Pučišća, en la isla de Brač. El año pasado, cuando falleció su padre, decidió dejar su carrera como abogada y escribana para volver a sus raíces, y continuar el legado de su padre Mirko Cvjetanovic: el oasis en plena patagonia. Desde ese lugar también comenzó a escribir y ya publicó su primera novela inspirada en la historia de sus orígenes.
Nacida en 1967 en Puerto San Julián, en plena Patagonia santacruceña, cuenta que su historia, lejos de estar anclada en el mar, echó raíces en el suelo árido del sur argentino. Allí es donde su padre, Mirko, decidió desafiar al desierto y convertirlo en un verde brillante que se distingue desde el horizonte.
A los pocos días de nacer, cuenta Stella que fue llevada a El Correntoso, una pequeña franja de campo que se convertiría en el escenario de su infancia y que hoy, ya jubilada de su carrera de grado en la que su padre la impulsó desde el primer día, vuelve a habitar con el compromiso de mantener vivo su legado. No obstante, desde pequeña se formó en el ritmo rural: semillas, riego por inundación, cosechas y viento. A los 7 años empezó la escuela en Los Antiguos, a los 10 ya estaba instalada en Perito Moreno, donde terminó la secundaria antes de irse a La Plata a estudiar abogacía y escribanía.
“Papá decía que después de los 12 años uno ya tenía que ganarse el pan”, cuenta. Aunque su vida profesional se desarrolló en el Poder Judicial como defensora pública, su vínculo con la tierra nunca se cortó: cada verano regresaba al campo; es allí donde le gustaría construir un hogar para pasar sus días y estar cerca de sus raíces.
“Crecí viendo a mis padres en constante actividad y, puntualmente, a papá empeñado en transformar el desierto en oasis. Embarcado en una lucha desigual contra la adversidad, rendirse nunca fue una opción. Cuando algo fallaba o salía mal, era solo motivo para intentar de nuevo”, cuenta Stella. Y lo dice sin dramatismo, casi como una regla práctica que ordenó su vida.
Por eso, cuando tuvo la oportunidad, se jubiló y volvió a sus orígenes: cambió el traje de funcionaria por un par de botas de goma y una pala nueva, con los que hace los canales todos los días para mantener el verde de la estancia. El sistema de riego por inundación, a través de canales artesanales que su propio padre construyó, sostiene el oasis familiar y ayudan a mantener el verde que les ha costado sudor y lágrimas a sus padres. Tienen que mantener los surcos cada dos horas.
En El Correntoso no hay agua corriente, ni calefacción central, ni lujos, solo persisten las ganas de trabajar de familias como la suya. Lo que se encuentra, relata, es nieve, escarcha, viento, y trabajo duro en el día a día. Para Stella eso no es un retroceso, sino una elección de vida y lo que su padre les enseñó.
“Él forjó nuestro carácter casi sin advertirlo, desde el ejemplo y la exigencia, y se fue con la seguridad de que sus hijos y nietos, amamos como él, la tierra que moldeó a su gusto”, relata. Ahora, ella y sus hermanos tratarán de sostener lo que costó décadas de esfuerzo y que solo se mantiene con constancia.
“Volví a mi casa, al campo, por amor a mis raíces: sabemos que si dejamos de regar desaparece todo. Esto requiere mucho esfuerzo y la ganancia que obtenemos es irrisoria. Una amiga defensora oficial que también se jubiló me dijo que nos fuéramos a viajar por Europa, y le dije que no, que yo volvía al campo ahora que tengo energía y puedo hacerlo tiempo completo. Papá nos enseñó el amor a la tierra y por eso todos queremos volver”, narra.
Desde chica, cuenta, siempre estuvo detrás de su padre: “Reconozco mi complejo Electra, porque mi papá era un orgullo en todo sentido. Mi papá logró cosas, y ser reconocido sin darse cuenta, porque mucha gente en todo el país sabe lo que él logró en un lugar tan inhóspito”.
Desde chica, Stella es escritora de cuentos cortos, poemas y ahora se convirtió en la autora de “Cuando las lilas florecen”, una novela inspirada en la peculiaridad de la vida de sus ancestros. Se trata de la historia de una mujer centenaria que, consciente de la proximidad de su muerte, rememora su vida a modo de despedida y le cuenta a su esposo, lo ocurrido tras su muerte temprana. El libro estuvo exhibido en la Feria de Libros, en el stand de Editorial Dunken, que se realizó este año en La Rural.
“Aprendí a leer y escribir muy pronto, atraída por la magia de las letras, y desde muy niña quería escribir. Aprendí a amar la literatura viéndolo leer a él: leía de día y de noche. Tenía una rutina, incluso, leía enciclopedias”, recuerda.
En la última etapa de su carrera fue Defensora Pública Oficial: “Tuve la suerte de defender a la gente más vulnerable”, afirma.
La escribana rememora que sembraba alfalfa desde los tres años, con una bolsita de semillas colgada al cuello, siguiendo los surcos recién hechos, a veces subida a los hombros de su padre. “Me siento en paz conmigo misma”, resume.