Del otro lado del teléfono, desde Budapest, la voz de András Pethö suena entre desconcertada y desesperada. Dice que él y sus compañeros del prestigioso sitio de investigación Direkt 36 están en shock. “Estamos tratando de absorber la magnitud de esto. Es un ataque sin precedentes y marca una nueva fase”, afirma a LA NACION sobre el proyecto de ley enviado por el gobierno de Viktor Orbán al Congreso esa misma madrugada del 13 de mayo.
La ley, que despertó airadas críticas de la Unión Europea (de la que Hungría es miembro desde 2004), marca la definitiva “putinización” de Hungría: si es aprobada, cualquier crítica al gobierno estará en la práctica prohibida por ley.
Se trata de la frutilla en el postre para Orbán, que en sus 15 años de gobierno se dedicó sistemáticamente a erosionar la democracia en su país y cuyo “manual” es observado con atención por aspirantes a autócratas en todo el mundo. Es un cóctel que combina varios elementos: acoso legal, regulaciones, feroces críticas personales a los periodistas, ahogo financiero a los medios independientes, restricciones en el acceso a las fuentes y el uso de influencers de ultraderecha para amplificar el mensaje en redes sociales. ¿Su mayor admirador e imitador? El propio Donald Trump, que en sus cuatro meses de gobierno ha despertado todas las alertas sobre una “orbanización” de su gobierno.
“Les da poder para castigar a cualquier organización que reciba fondos del exterior. Ahora va a ser casi imposible para nosotros trabajar”, afirma Pethö sobre la última jugada de ajedrez de Orbán, el jaque mate.
Hay pocas dudas de que se aprobará: el gobierno de extrema derecha tiene una mayoría de dos tercios en el Congreso. El proyecto “Sobre la transparencia en la vida pública” prevé medidas estrictas contra todas las organizaciones que el gobierno considere que “violan la soberanía” de Hungría. El objetivo es aplastar el disenso de cara a las elecciones legislativas del año próximo, cuando Orbán enfrentará un desafío inédito de Peter Magyar, salido de su propio riñón y convertido en el principal líder opositor. Con la nueva ley, habrá listas negras con los nombres de cualquiera que intente “influenciar la vida publica”, un término difuso que puede aplicarse a cualquier cosa, incluso a la educación.
Un premiado periodista de investigación y cofundador de Direkt36, Pethö, se ha convertido en una suerte de celebridad en círculos políticos: de alguna manera muestra el espejo que adelanta para muchos países donde los líderes han puesto a la prensa en la mira. Su pronóstico es aterrador. “Prepárense para lo peor”, afirma, sobre lo que viene en Estados Unidos con Trump.
Pero las dudas no provienen solo de Estados Unidos. “Todos quieren saber cómo enfrentar las tendencias autocráticas y antimedios en sus países” dice.
Ya en 2018, el controvertido exestratega de la Casa Blanca Steve Bannon había calificado a Orbán como el “Trump antes de Trump”. Y el propio líder húngaro se ríe del mote, con orgullo. Él mismo lo “blanqueó” en 2022 en una conferencia con simpatizantes de Trump: “El único camino al poder es: tengan sus propios medios”.
“Orbán no neutralizó a los medios de la noche a la mañana. Todo pasó gradualmente y a plena luz del día”, advirtieron Ian Bassin y Maximillian Potter, de la organización Unidos para Proteger la Democracia, en una columna publicada por el Columbia Journalism Review (CJR).
Pero no perdió el tiempo. En 2010, cuando su partido, Fidesz, recuperó el poder, puso en marcha su gran estrategia para desmantelar todo el sistema de equilibro de poder y controles. Se dio cuenta rápidamente de que no alcanzaba con controlar la economía, sino que la clave para mantenerse en el poder era controlar a la prensa. “El primer blanco, literalmente, fueron los medios”, dice Pethő, en referencia a una ley destinada a rediseñar el sistema regulatorio que se aprobó de inmediato.
El paso siguiente del juego de ajedrez fue una ola coordinada de adquisiciones mediáticas: oligarcas progubernamentales empezaron a comprar, uno tras otro, los principales diarios, canales y radios del país, donde llevaron a cabo masivas purgas de todos los periodistas “incómodos”. En 2018 se terminó de consolidar el golpe. Cerca de 500 medios privados fueron “donados” a una empresa central, Kesma, dirigida por aliados de Orbán.
Pethö vivió en carne propia la ofensiva. El y su jefe tuvieron que dejar su cargo en Origo, uno de los mayores portales de noticias de Hungría, bajo presión política por haber investigado a una figura cercana a Orbán. Origo fue vendido luego a una empresa que estaba en manos del hijo del entonces presidente del Banco Central, que lo convirtió en un sitio militante.
Direkt36 es uno de los pocos resquicios de independencia en el ecosistema de medios de lo que el propio Parlamento Europeo ha calificado como una “autocracia electoral”. Pero tiene su precio: los periodistas son blanco sistemático de los ataques del gobierno, que los acusa de ser agentes extranjeros o incluso los convierte en blanco de espionaje. Aunque en Hungría no hay censura abierta, hay una saturación informativa oficialista que dificulta que llegue el mensaje. Los periodistas no militantes no pueden acceder a las conferencias de prensa ni a los funcionarios. “Ni siquiera se molestan en responder no comment cuando les hacemos preguntas por e-mail”, relata Pethö. Ahora, si se aprueba la nueva ley, no sabe cuál será el futuro de su medio. “Orbán incluso consideró que el proyecto inicial no era lo suficientemente duro, así que acaban de enviar una enmienda”, afirma.
“Esto no es Turquía aún, porque no están encarcelando a los periodistas, y no es Rusia, porque la gente no se cae de los balcones, pero nos estamos acercando”, graficaba Csaba Lukács, director de otro medio independiente, Magyar Hang, o La Voz Húngara, en una entrevista reciente con National Public Radio (NPR), de Estados Unidos. Pero no hace falta encarcelarlos ni arrojarlos por la ventana para lograr el objetivo: alcanza con sobresaturar el ecosistema de medios con desinformación, militancia y mensajes de autoelogio. Y con amedrentar y aterrorizar a las pocas voces independientes, para lograr que se autocensuren.
¿Como es vivir en Hungría con esta suerte de realidad paralela? ¿La población lo percibe? ¿Logra acceder a otras voces? Más de 80% de los medios están en manos del gobierno o de oligarcas amigos de Orbán, que a su vez reciben 90% de la pauta del Estado, según un informe de Reporteros Sin Fronteras (RSF). “La prensa en Hungría es en la actualidad una fábrica de propaganda. Es casi como un Gran Hermano” afirmó el opositor Magyar en una entrevista con la agencia AP.
Sin disimulo, los mismos titulares y zócalos son difundidos en paralelo en cada uno de los canales y portales a exactamente la misma hora, con la “bajada” oficial. “Y la gente cree esta realidad paralela, es como el Truman Show”, dijo Magyar. El bombardeo es constante, contra la Unión Europea, contra el “maligno” George Soros, contra las Naciones Unidas… Siempre hay un enemigo externo al que combatir. Los periodistas no son “ensobrados” o “mandriles”, sino “insectos que han sobrevivido el invierno” y “tienen un lugar especial en el infierno”, en palabras de Orbán.
El modelo de Hungría es objeto de estudio en todo el mundo. Y para muchos, un faro. Muestra de ello es la convocatoria a la cumbre ultraconservadora de esta semana en Budapest, que contó con la presencia de dos enviados de Javier Milei: Agustín Laje, que encabeza la usina de financiamiento oficialista Fundación Faro, y el secretario de Culto y Civilización, Nahuel Sotelo.
Trump no estuvo en esta suerte de fan fest de Orbán, pero no dejó lugar a dudas: envió un mensaje grabado en el que lo calificó como “un gran hombre”.
Son innumerables las pruebas de los vasos comunicantes y aprendizajes compartidos entre la Casa Blanca y el gobierno de Hungría.
“Orbán fue el primero en hacerlo. Creó un manual autoritario y Trump lo ha analizado a la perfección. Cualquier estudioso del siglo XXI sabe que los autócratas ya no necesitan dar un golpe de Estado. La forma más fácil de convertirse en dictador es presentarse a las elecciones y luego, muy lentamente, entre bastidores, empezar a eliminar los controles al Poder Ejecutivo”, coincide Barbara F. Walter, experta en guerras civiles, entrevistada por la cadena norteamericana MSNBC.
“Hay muchas similitudes ideológicas entre Trump y Orbán: ellos no creen en los controles y equilibrios de poder. Los medios son el primer blanco porque entienden que es un riesgo para ellos que haya gente que los haga rendir cuentas. No quieren ningún tipo de control externo”, concluye Pethö, que está casado con una argentina.
Pero no es del todo pesimista sobre el mediano plazo. “Nuestra ventaja es que esto lo venimos viviendo desde hace 15 años. Durante un tiempo la gente no le prestaba atención porque la economía marchaba bien y el gobierno tenía apoyo, pero ahora hay una brecha mucho más grande entre la propaganda y la realidad que cuentan los medios independientes”. Es verdad que aún falta saber qué impacto tendrá el nuevo proyecto, que se votará la semana del 10 de junio, para silenciar por completo las pocas voces independientes en Hungría. Pase lo que pase, el país y el modelo Orbán ya son una historia con moraleja para las democracias de todo el mundo.