Del 11-S a la inteligencia artificial: un balance inquietante del primer cuarto del siglo XXI

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PARÍS.- En una entrevista reciente, el gran historiador Patrick Boucheron invitaba a una introspección: “Hagan su examen de conciencia. ¿Hasta qué fecha del siglo XXI han pensado en el siglo XIX cuando les hablaban del ‘siglo pasado’?”. Observación acertada que pone de relieve un curioso fenómeno: en pocos días, comenzaremos el año 2026. Sin embargo, ¿quién tiene en mente que marcará el fin del primer cuarto de nuestro siglo?

No obstante, de los atentados del 11 de septiembre de 2001 a la irrupción de la inteligencia artificial (IA), del nacimiento del euro a la revolución #MeToo, de la aparición del smartphone a la explosión de la cuestión climática, de la secuenciación del genoma humano a la esperanza —y luego el fracaso— de las “primaveras árabes”, de la crisis financiera de 2008 a la invasión de Ucrania y al vertiginoso desarrollo de China, los terremotos históricos se han multiplicado en estos primeros 25 años.

Aunque no lo hayamos notado, el abismo que nos aleja del comienzo de este cuarto de siglo es vertiginoso. En aquel tiempo, los celulares nos servían para llamar por teléfono. Nadie pensaba que algún día nos servirían para gestionar nuestra cuenta bancaria, leer LA NACION, encontrar pareja, jugar a las cartas, sacar fotos, aprender idiomas, desplazarnos por videos o publicaciones idiotas (o no) en nuestras redes sociales favoritas, y más raramente para llamar a alguien, ya que dictar un mensaje en WhatsApp es mucho más cómodo. La vida del trabajador se dividía en dos mundos: la oficina y la casa. Nadie imaginaba que bastaría con una computadora equipada con cámara para invitar el primero al segundo (y viceversa). Se concertaban las citas anotándolas en la agenda y se acudía a ellas siguiendo un plano de papel.

Un segundo avión se aproxima al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001.Kelly Guenther – NYTNS

Sin embargo, detrás de esta pantalla mágica que nos hipnotiza y a la que, como robots, confiamos todo, quizás se esconde un espía ruso, una red de vigilancia china, un hacker esperando el momento para estafarnos o, con aún más certeza, la aspiradora de big data que usará todos los datos que soltamos. Alimentarán el marketing y engordarán a las Big Tech, las grandes firmas del sector, casi todas estadounidenses, que se han vuelto, gracias a lo que les cedemos sin siquiera darnos cuenta, tan ricas, tan poderosas que son capaces de competir con los Estados y derribar nuestros sistemas económicos y sociales. Y todo eso ha ocurrido en menos de 20 años…

¿Y qué decir del estado geopolítico del mundo? Apenas diez años después del fin de la URSS, todavía el mundo nadaba en la ilusión del “fin de la historia”, la victoria por KO del sistema liberal sobre todos los demás, y la dominación absoluta de Estados Unidos, llamado a reinar como la hiper-potencia hasta el fin de los tiempos. En septiembre de ese mismo 2001, el gigante fue duramente golpeado en su propio suelo. Las torres gemelas cayeron, pero “América” siguió de pie: herida, pero más combativa y poderosa que nunca, invadió Afganistán. Dos años después, fue el turno de Irak —bajo un falso pretexto— con la voluntad declarada de estabilizar para siempre los problemas de ese Medio Oriente demasiado complicado, con las reglas simples de la “Pax americana”. Algunos países —Francia el primero — recordaron inútilmente que rara vez se obtiene la paz con la guerra. Estados Unidos y sus aliados atacaron de todas formas por una razón simple: nadie podía oponerse a la voluntad del “gendarme del mundo”.

China, apenas ingresada en la Organización Mundial del Comercio (2001), parecía entonces destinada a ser para siempre el taller del planeta, el reservorio de las pequeñas manos que fabricaban los t-shirts de la “globalización feliz”. La influencia de la India no superaba la esfera regional. Brasil era —como decía el viejo chiste repetido por los estudiantes de geopolítica — “un país de futuro, que lo seguirá siendo por mucho tiempo”. Rusia apenas se recuperaba del colapso de la URSS y del caos que siguió, poniendo su destino en manos de un tal Vladimir Putin, presidente desde 2000. El nuevo dirigente, ex agente del KGB, ya era enigmático, pero no parecía aterrador. La guerra despiadada, atroz, que llevaba a cabo en Chechenia desde 1999, mostraba sin embargo de qué era capaz. Solo algunos periodistas valientes —honor a la heroica Anna Politkóvskaya— intentaban gritarlo a un mundo que prefería no escuchar.

Una mujer herida por el ataque con drones rusos contra su edificio en Kiev.Efrem Lukatsky – AP

Finalmente, recordemos que muchos hombres y mujeres estaban atenazados por una angustia aun más profunda: la posible desaparición de nuestra propia humanidad, erradicada de la superficie de un planeta que ella misma había vuelto inhabitable. Ese miedo ontológico no era nuevo. La primera Cumbre de la Tierra de la ONU, que ordenaba acabar con un modelo de desarrollo que se dirigía hacia la catástrofe, data de 1972. A principios de nuestro siglo, esa obsesión estaba muy presente. Se resumía entonces en una fórmula repetida hasta el cansancio: ¿Qué mundo dejaremos a nuestros hijos? Pues esos niños son hoy adultos y el desastre no está por venir, sino que ya está aquí.

Es también esa abundancia y esa variedad de acontecimientos lo que sin duda explica ese sentimiento de vértigo que invade cuando se piensa en el estado del mundo, que se mueve tan rápido que se hace imposible comprenderlo.

“Es una de las grandes características de nuestro siglo. Ha acelerado el tiempo y reducido el espacio a un nivel nunca antes alcanzado. La interconexión del mundo comenzó en el siglo XVI, cuando las expediciones marítimas europeas permitieron, poco a poco, conectar todas las partes del globo que hasta entonces vivían separadas. La sensación de que la historia de nuestra humanidad, así reducida, va cada vez más rápido es ya un tópico del siglo XIX y luego del XX, asombrados por la aparición del ferrocarril, del automóvil, de la aviación que acortan las distancias, o del telégrafo, del teléfono, de la radio que permiten una comunicación instantánea”, señala el pensador francés Jacques Attali.

Un pasillo de una estación aparece abarrotado de pasajeros que llevan mascarilla durante la hora pico, el 8 de enero de 2021, en Tokio.Eugene Hoshiko – AP

¿Qué dirían, en efecto, los primeros usuarios de esas fascinantes invenciones si conocieran las que tenemos a nuestra disposición hoy?

Por supuesto, desde que el mundo es mundo, ha conocido otras rupturas, otros avances, otros desastres. Pero, esta vez, la velocidad con la que han ocurrido para trastocar la forma de ser y de vivir es inédita. Sin embargo, la humanidad no parece estar lista para imaginar las consecuencias. Tomemos el reciente episodio de la pandemia de Covid-19. No es la primera vez que los hombres las padecen, ni mucho menos. La más famosa sigue siendo la “gran peste” del siglo XIV. También golpeó duramente y a la velocidad del rayo en las zonas que alcanzó. Y también vino de China. Partió de allí hacia 1331 y llegó a Mesina y luego a Marsella en el otoño de 1347. El coronavirus del siglo XXI hizo el mismo viaje en unas semanas, todos lo seguimos casi en tiempo real. Los optimistas señalarán que esa aceleración también pudo jugar a favor. La gran peste mató hasta a uno de cada dos hombres, y dejó a los sobrevivientes paralizados de terror porque no encontraron otro remedio que oraciones y polvos milagrosos. El bacilo causante del mal fue identificado solo cinco siglos y medio después (por Alexandre Yersin, en 1894) y, hasta la fecha, se sabe curar la enfermedad, pero no prevenirla.

Al comienzo de la década de 2020, solo se necesitó un año para desarrollar las valiosas vacunas que permitieron derrotar al monstruo. ¿Debemos olvidar en qué desorden se desarrolló la aventura: la brutalidad del régimen chino hacia su población y su dañina manía del secreto que impidió cualquier investigación seria sobre el origen de la enfermedad? ¿La negativa de demasiados países a responder a las alertas de la OMS? ¿La carrera de las diferentes potencias para obtener su propio remedio, aunque fuera poco seguro, antes que los demás?

Miles de seguidores del exmandatario de Brasil Jair Bolsonaro, que defienden un golpe de estado para derrocar al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, invaden el Palacio del Planalto, el Congreso Nacional y el Supremo Tribunal Federal (STF, corte suprema), en Brasilia.

“¿Debemos olvidar el desatado oscurantismo que desencadenó el episodio: la explosión del conspiracionismo, la fascinación por otros polvos charlatanes con nombres científicos (la famosa hidroxicloroquina), la locura ‘antivacunas’, tantos delirios que a veces llegaron hasta la cima de los Estados, como en el Brasil de Bolsonaro o los Estados Unidos del primer Trump?”, pregunta a su vez el filósofo católico Jean-François Colosimo.

Es una de las otras fuentes de preocupación de este tiempo. Peligro ecológico, riesgos pandémicos, disrupción tecnológica, posibilidad de guerra total, las amenazas que pesan sobre los humanos son globales. Las respuestas que estos aportan son cada vez más fragmentadas, egoístas y tribales. Una de las causas de este renacimiento identitario radica en el estallido geopolítico del mundo.

“Ya terminó el tiempo en que reinaba un solo continente, como Europa en el apogeo de su expansión colonial hace poco más de un siglo, o un solo país, como Estados Unidos hace apenas dos décadas. Ahora son numerosas las potencias que pretenden desafiar esa hegemonía para encontrar o recuperar un papel de primer plano en la gran escena de la historia”, señala Attali.

Activistas de una destacada organización conservadora nacionalista hindú, corean lemas en una protesta acusando a Bangladesh de perseguir ilegalmente a indios, en Nueva Delhi, el martes 23 de diciembre de 2025.Manish Swarup – AP

¿Por qué no? Todas las civilizaciones han conocido apogeos, repliegues y regresos. No habría razón para quejarse si aquellas que hoy recuperan su esplendor pretendieran hacerlo para proponer modelos de sociedad más justos, más respetuosos con el planeta y con quienes lo habitan. Pero, ¿es así? ¡Todo lo contrario! Los nuevos amos del mundo se visten con los peores modales de ayer: nacionalismo, dictadura, sometimiento de las poblaciones. Narendra Modi, amo de la India, da la espalda al legado humanista y laico de Gandhi y Nehru para imponer el supremacismo hindú y el desprecio a las minorías. Vladimir Putin reina dentro de su imperio por el terror y pretende extenderlo por la guerra. Xi Jinping inventa, en el segundo país más poblado del mundo, el maoísmo 2.0, un sistema vertiginoso que combina el totalitarismo antiguo con las tecnologías del mañana.

Lo menos que se puede decir es que nuestro propio mundo democrático está estancado ante tantos desafíos. Estados Unidos, que se jactaba de ser el país de la libertad, la verdad, la razón y la felicidad, se arroja nuevamente en los brazos de un multimillonario errático que miente como tuitea y promete el infierno a todos los que no están de acuerdo con él. La vieja Europa, donde se inventó, en la época de las Luces, la hermosa idea de progreso, parece no tener más que una brújula: la nostalgia de un ayer que no volverá.

“Solo basta seguir las encuestas de opinión, escuchar lo que se dice en tantos programas de televisión, buscar las razones de las victorias electorales de la extrema derecha. Encontraremos los mismos mecanismos en acción: el miedo a un supuesto declive, el temor al futuro, el mismo estribillo del ‘antes era mejor’. Esa forma de ver las cosas, falsa e ineficaz”, afirma Colosimo.

La líder del partido francés Agrupación Nacional, Marine Le Pen, habla durante un acto el 6 de abril de 2025.Julien De Rosa – AFP

¿Era tan envidiable el mundo de ayer? ¿Seguro? ¿”Antes eran mejores” las relaciones entre hombres y mujeres, cuando una agresión sexual se llamaba apenas “una mano en el trasero” y un feminicidio un “crimen pasional”? ¿”Antes era mejor” el derecho de los niños, cuando se invisibilizaba el crimen de incesto o no se quería ver lo que sucedía en demasiados internados confesionales? ¿“Antes era mejor” el mundo laboral, cuando un pequeño jefe acosador tenía todo el poder sobre sus empleados?

En todo caso, las cifras crudas nos permiten un poco de optimismo. Dicen que este cuarto de siglo vio la mayor caída porcentual en la pobreza extrema mundial de toda la historia, bajando del 30% en 2000 al 6% hoy. En comparación, la caída de 1975 a 2000 fue del 49% al 30%.

Para Jacques Attali, “esa nostalgia dañina solo puede llevar a un callejón sin salida. Por supuesto, hoy debemos enfrentar muchas pruebas: hay que devolver sentido a la democracia, cuidar que la tecnología no destruya la protección de los individuos y nuestro modelo social, lograr finalmente esa transición verde esperada desde hace demasiado tiempo”.

A su juicio, hay que hacerlo sin llorar por la muerte de un tiempo que no volverá, “sino mirando la época tal como es, para comprender sus desafíos, evitar sus trampas y encontrar en ella motivos de esperanza”.