SANTIAGO, Chile.- Jeannette Jara, militante del Partido Comunista (PC) desde los tiempos en que el comunismo estaba lejos del poder, llegó a esta primera vuelta como la favorita del oficialismo y terminó confirmándolo con una distancia menor de la prevista.
Su victoria era esperada, pero desde este lunes enfrenta un escenario distinto: su filiación será el eje del ataque opositor y necesitará ampliar apoyos en un país donde buena parte del electorado todavía mira con recelo al PC.
Su estilo directo le permitió conectar con sectores populares, pero no alcanza para todos. No es solo el empresariado el que la observa con distancia; también un Chile socialdemócrata golpeado por el estallido y cansado de un gobierno que no cumplió las reformas prometidas. Ese bloque, decisivo en todas las elecciones recientes, aún no define si la ve como una continuidad moderada o como un riesgo.
A eso se suma un equilibrio delicado: calibrar su relación con Gabriel Boric. Durante la campaña marcó distancia sin romper, pero ahora deberá decidir cuánto espacio darle al presidente saliente. Acercarse demasiado la expone al desgaste del gobierno; alejarse en exceso puede debilitar su propia base. Será uno de los cálculos centrales del balotaje.
Su biografía es parte de su identidad política. Nació en Conchalí en 1974, la mayor de cinco hermanos, en una casa estrecha y con responsabilidades tempranas. Pasó parte de su infancia en la mediagua de su abuela, cambió varias veces de colegio y egresó del Liceo Isaura Dinator. Luego probó Derecho en la Universidad Católica, pero terminó en Administración Pública en la Universidad de Santiago de Chile (Usach), convirtiéndose en la primera persona de su familia en recibirse de la universidad.
A los 19 años se casó contra la voluntad de su madre. Dos años después enviudó, un golpe que definió su carácter. Más tarde volvió a formar pareja y, a los 33, tuvo a su hijo, hoy estudiante de teatro. Antes de llegar al gabinete de Boric, fue funcionaria del Servicio de Impuestos Internos, dirigente sindical y figura activa en organizaciones laborales.
Su trayectoria pública como ministra de Trabajo incluye reformas emblemáticas del actual gobierno: la jornada laboral de 40 horas, la ley contra el acoso laboral y negociaciones previsionales que marcaron al gobierno. Ese currículum la proyectó como una figura disciplinada y pragmática, aunque no disipó completamente los temores que su militancia genera en sectores moderados.
La comparación con la expresidenta Michelle Bachelet surge cada cierto tiempo, sobre todo por su vínculo con mujeres de sectores medios y populares. Pero la equivalencia se quiebra rápidamente. Bachelet venía de la tradición socialdemócrata; Jara llega desde el Partido Comunista, un sello que sigue generando resistencia en parte del electorado que decide elecciones.
Además carga con un fantasma instalado por sus adversarios: América Latina. A lo largo de la campaña la asociaron con experiencias como Venezuela o Nicaragua, pese a que toda su carrera se ha desarrollado en el Estado chileno y dentro de márgenes institucionales. El ataque seguirá. Para ella, la dificultad no es responder, sino convencer a votantes que reaccionan más a percepciones que a argumentos.
Dentro del oficialismo tampoco hay un camino despejado. El Frente Amplio, de Boric, espera un rol protagónico en la campaña; la ex Concertación -de centroizquierda- ofrece apoyo, pero sin cheques en blanco; y el PC buscará capitalizar el resultado sin ceder espacio. Jara deberá administrar esas presiones sin quedar atrapada por ninguna facción.
Su desempeño electoral también mostró límites. Ganó con claridad en zonas urbanas y retuvo apoyos en sectores populares. Pero retrocedió en comunas rurales, en territorios marcados por la inseguridad y en zonas agrícolas donde la izquierda ha perdido influencia. Esa geografía será clave.
El factor económico tampoco es menor. Sus reformas laborales entusiasmaron a trabajadores, pero generaron inquietud en gremios empresariales que temen una agenda más intervencionista y temen un aumento del Estado. Jara afirma que su proyecto es compatible con estabilidad, pero aún no convence a todos los actores que deberá sentar a la mesa si quiere gobernar.
El clima social también será determinante. Aunque la participación aumentó por el voto obligatorio, sigue habiendo un electorado desmovilizado, volátil y dispuesto a castigar más que a respaldar. Ahí se jugará una parte importante del balotaje.
Con todo, Jara llega a la final con un triunfo claro, pero con un techo todavía incierto. Lo que consiguió en la primera vuelta la instaló en la disputa. Lo que haga en las próximas cuatro semanas definirá si puede ampliarse y si la desconfianza hacia su partido termina siendo más fuerte que su ventaja inicial.