SANTIAGO.- Dice que, si pudiera elegir un compañero de karaoke entre los políticos, “traería de la muerte” al expresidente estadounidense Ronald Reagan. Tiene sentido: quizá no compartan el gusto musical —José Antonio Kast ha contado que le gusta Ricardo Arjona—, pero sí una larga lista de afinidades políticas e ideológicas.
Ambos encarnan un conservadurismo optimista, la idea de un país que debe “recuperar su grandeza” y una fe casi doctrinaria en el libre mercado.
También comparten valores tradicionales —familia, patria, religión— y un relato moral que delimita con claridad al adversario: para Reagan fue el comunismo soviético; para Kast, la izquierda radical que, sostiene, desvió a Chile de su rumbo.
La promesa de restaurar el orden es otro puente evidente.
Aunque la “guerra contra las drogas” había sido declarada en los años 70, fue Reagan quien la endureció al multiplicar el presupuesto, elevar penas y expandir el encarcelamiento masivo.
Kast recoge ese registro, pero lo adapta a los desafíos actuales de Chile: propone endurecer sanciones penales, militarizar las fronteras y enfrentar al crimen organizado y la migración irregular como amenazas centrales para la seguridad nacional.
Ese discurso lo impulsó nuevamente al balotaje este domingo, tras obtener alrededor de 24% de los votos, y quedar apenas dos puntos debajo de la candidata oficialista, Jeannette Jara, con el 62% de los votos escrutados. Como ninguno alcanzó la mayoría absoluta, ambos se enfrentarán en una segunda vuelta el 14 de diciembre.
Todo indica que el escenario del balotaje favorece a Kast. Si los votos de los otros candidatos de derecha —Johannes Kaiser, del Partido Nacional Libertario, con 13,9%, y Evelyn Matthei, de la Unión Demócrata Independiente (UDI), de centroderecha, con 13%— terminan confluyendo en su candidatura, Kast llegaría con una ventaja considerable para convertirse en el próximo presidente de Chile.
No es la primera vez que compite en segunda vuelta. En 2021 perdió con claridad frente a Gabriel Boric, en un país marcado por las heridas del estallido social y por un electorado que entonces priorizaba las demandas de cambio.
Hoy el clima es distinto: la seguridad desplazó a la agenda social, el avance del crimen organizado redefinió prioridades y el desgaste del proceso constituyente debilitó la épica transformadora de 2019.
En este nuevo escenario, su mensaje de firmeza encuentra un terreno mucho más fértil.
Su ascenso, sin embargo, no comenzó ahora. En 2017 se postuló por primera vez a la presidencia y no pasó al balotaje, pero aquella campaña —frontal, anti-establishment y marcada por la “batalla cultural”— sirvió para instalar su nombre a nivel nacional.
Desde entonces construyó un espacio propio dentro de la derecha y fue comparado con Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei por su estilo directo y su retórica polarizante.
Esteban Felix – AP
A lo largo de ese crecimiento político, Kast también cargó con una de las polémicas más persistentes de su trayectoria: su postura frente a la dictadura militar.
Aunque evita hablar de “reivindicación”, ha defendido aspectos del régimen de Augusto Pinochet, especialmente en materia económica y de orden público, y ha cuestionado lo que considera “una mirada sesgada” sobre las violaciones a los derechos humanos.
En 2021, por ejemplo, declaró que “si Pinochet estuviera vivo, votaría por mí”, una frase que generó un fuerte rechazo entre organismos de derechos humanos y sectores de centroizquierda. También ha sostenido que en Chile “no hubo una dictadura típica latinoamericana” y que la izquierda “ha exagerado cifras”.
Estas afirmaciones, que sus detractores interpretan como una validación del pasado autoritario, lo han acompañado en cada campaña y siguen siendo una de las aristas más controvertidas de su figura pública.
Con el tiempo, Kast suavizó la versión más dura de sí mismo.
Si en sus primeras campañas se presentaba como un cruzado de las guerras culturales, en esta elección decidió reposicionarse: dejó atrás los temas más ideológicos y el tono confrontativo, y se concentró en ofrecer respuestas a preocupaciones duras —economía, seguridad, orden público, migración— que hoy dominan la agenda chilena.
Ese giro le permitió ampliar su base más allá del votante conservador y acercarse a sectores de centro y clase media que buscan certidumbre.
Kast comenzó su carrera política a inicios de los años 90, recién egresado de Derecho en la Universidad Católica, en pleno período de transición democrática.
Ingresó a la UDI, fundada por Jaime Guzmán —a quien Kast suele citar como una de sus mayores influencias—, y rápidamente escaló posiciones: fue dirigente juvenil, concejal en Buin y luego diputado durante cuatro períodos consecutivos.
Allí se consolidó como un político disciplinado, conservador y cercano a las bases territoriales.
La ruptura con la UDI en 2016 marcó un punto de inflexión: decidió construir un proyecto propio, convencido de que la derecha tradicional “había perdido sus convicciones”.
El candidato proviene de una familia con presencia sostenida en la vida pública. La figura más influyente fue Miguel Kast, su hermano mayor, uno de los economistas clave de los años 80 y miembro de los “Chicago Boys”. Fue ministro de Planificación, presidente del Banco Central y un actor central en las reformas de mercado de la dictadura.
Otros miembros también han tenido roles públicos: Christian Kast fue concejal en Buin, Pablo Kast participó en iniciativas comunitarias, y Felipe Kast, su sobrino, es hoy uno de los referentes de la centroderecha liberal.
La historia familiar también ha estado marcada por controversias. Su padre, Michael Kast Schindele, llegó a Chile en los años 50 tras haber servido en la Wehrmacht, las fuerzas de la Alemania nazi.
Documentos del archivo federal alemán revelaron su afiliación al Partido Nacionalsocialista en 1942, un antecedente que reaparece en cada ciclo electoral. Kast ha sostenido que su padre “fue un soldado que siguió órdenes” y “no un nazi activo”, intentando separar el contexto histórico de la biografía personal.
Más allá de esa sombra histórica, los Kast se integraron rápidamente en Chile. La familia se estableció en Buin, donde Michael Kast abrió una fábrica de embutidos, y se vinculó estrechamente con la comunidad, la parroquia local y el movimiento de Schoenstatt.
En ese entorno católico, austero y disciplinado creció José Antonio Kast, el menor de diez hermanos.
Ese arraigo familiar sigue siendo parte central de su identidad pública. Está casado con Pía Adriasola y es padre de nueve hijos. Uno de ellos, José Antonio “Toño” Kast Rist, se postula este año como diputado, lo que consolida la continuidad del clan en la política chilena.
Ya en un plano más personal y político, Kast buscó explicar cómo imagina un eventual gobierno suyo. En una entrevista reciente con LA NACION, lo resumió con una frase que refleja su intento de proyectar pragmatismo y urgencia: “Este futuro gobierno es un gobierno de emergencia. Y que todas aquellas materias que nos dividan las vamos a dejar de lado para enfrentar aquellos problemas sociales urgentes. Estamos mirando hacia el futuro”.