WASHINGTON.– Las Naciones Unidas “no fueron creadas para llevarnos al Paraíso, sino para salvarnos del infierno”, dijo una vez el sueco Dag Hammarskjöld, segundo secretario general de la organización.
¿Pero qué pasa si la ONU queda atrapada en el purgatorio?
Hoy los líderes mundiales van llegando a Nueva York para participar de la Asamblea General de una organización que emergió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial y que actualmente enfrenta un entrecruzamiento de crisis sobre su financiamiento y su relevancia internacional. Su histórico y máximo puntal, Estados Unidos, está en proceso de apartarse de la organización, y las guerras, que era lo que la ONU venía a prevenir, proliferan obstinadamente, ante lo que los analistas califican como “una deriva de malestar”.
El órgano de decisiones de la ONU, el Consejo de Seguridad, está paralizado por la rivalidad de las superpotencias y es incapaz de frenar las guerras en Ucrania, Medio Oriente y África Subsahariana. Y el mastodóntico ecosistema de organismos de la ONU enfrenta severos recortes de fondos que eliminaría miles de puestos de trabajo, ya que los países miembros están reevaluando sus compromisos de financiamiento, con Estados Unidos a la cabeza.
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, que va camino a su último año de mandato, se ha convertido en un asediado pregonero cuyos sermones y súplicas —sobre el peligro existencial que entraña el calentamiento global, el desencadenamiento de brutales hambrunas y el fracaso de la acción colectiva para resolver las profundas desigualdades sociales o poner fin a conflictos prolongados— parecen caer en oídos sordos. Y sus esfuerzos por reestructurar la ONU y recortar cerca del 20% de su plantilla en 2026, que implican un verdadero sufrimiento para el sistema de la organización, ni siquiera suscitan interés o elogios externos.
Pero quien acaparará los reflectores en la Asamblea General de la ONU será el presidente Donald Trump. En su primer mandato, Trump se subió año tras año al estrado de la ONU para sacarle filo al hacha de MAGA declarando que el interés nacional de los demás Estados miembros debía prevalecer sobre las agendas “globalistas” de burócratas no electos. Pero Trump tomó medidas drásticas en ese sentido recién en su segundo mandato, con recortes del aporte norteamericano a la ONU y menor participación.
Además, el gobierno de Trump desmanteló el programa Usaid, un duro golpe para el sistema humanitario internacional, que durante años se sustentó en la participación de Estados Unidos. Cindy McCain, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, dijo que actualmente su agencia se ve obligada “a quitarle comida a los hambrientos para alimentar a los que mueren de hambre”.
Trump también canceló cientos de millones de dólares para las misiones de paz y la agencia para los refugiados de la ONU, y ha retirado a Estados Unidos de la Unesco, del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y de la Organización Mundial de la Salud, a la vez que ha abandonado, por segunda vez, los compromisos negociados por la ONU en el marco del Acuerdos Climático de París de 2015. En las audiencias celebradas en julio en el Congreso norteamericano, Michael Waltz, exasesor de seguridad nacional de Trump y confirmado la semana pasada como su embajador ante la ONU, afirmó que las Naciones Unidas se habían “desviado de su misión principal de pacificación” y condenó la “politización radicalizada” de algunas de sus agencias. Además, el gobierno de Trump le aplicó sanciones a funcionarios de la Corte Penal Internacional —legalmente independiente de la ONU—, por el procesamiento de cargos de crímenes de guerra contra dirigentes israelíes.
Pero ahora la predisposición de los republicanos hacia la ONU ha cambiado y va mucho más allá de sus viejas quejas sobre el gigantismo o la parcialidad del organismo: en febrero, de hecho, un grupo de legisladores republicanos presentó un proyecto de ley que eliminaría por completo el aporte financiero de Estados Unidos a la ONU.
“La decadencia interna de la ONU lleva décadas y hay que replantearse por qué Estados Unidos sigue siendo miembro”, dijo Chip Roy, el representante republicano por Texas, al presentar el proyecto de ley en la Cámara de Representantes. “La ONU no merece ni un solo centavo del dinero de los contribuyentes norteamericanos, ni un ápice de nuestro apoyo: deberíamos desfinanciarla y salirnos de inmediato”.
Aunque retirarse por completo de la ONU no parece estar en el horizonte inmediato de Estados Unidos, el gobierno de Trump parece estar dispuesto a asestarle un duro golpe a la agenda de la ONU, dándole la espalda a los ambiciosos objetivos de desarrollo acordados hace una década, objetando que los objetivos de esa agenda están sesgados por la “ideología” climática y de género. El gobierno de Trump también les negó la visa a funcionarios palestinos que asisten habitualmente a las deliberaciones de la ONU, un acto de interferencia en el funcionamiento de la organización internacional que llevó a algunos críticos a sugerir que las reuniones de la ONU se celebren fuera de Estados Unidos.
De palabra y con sus hechos, Trump rechazó el espíritu de multilateralismo que anima a la ONU: resucitó la era de la diplomacia de los cañones, castigó con aranceles a rivales y aliados, y parece creer, como lo expresó Jeremy Shapiro, director de investigación del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, que Estados Unidos “no necesita nada de los demás, salvo una relación comercial totalmente mercantilista”.
“En Estados Unidos no hay un gobierno interesado en encontrar soluciones globales a los problemas globales”, apunta Agnes Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional, y agrega que sería incorrecto considerar que la postura de Trump en la ONU es una “retirada”.
“No se están retirando: están destruyendo”, afirmó. “Quieren que no funcione”.
No hay tema que deje más expuestas las tensiones internas en la ONU que la continuidad de la guerra de Israel en Gaza tras el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, donde murieron unas 1200 personas y otros cientos fueron secuestradas. La campaña de Israel en Gaza ya se ha cobrado la vida de más de 65.000 palestinos, según el Ministerio de Salud de Gaza, que no distingue entre civiles y combatientes pero afirma que la mayoría de los muertos son mujeres y niños.
El sistema de la ONU luchó por detener los combates y aliviar el sufrimiento humanitario: Estados Unidos e Israel frustraron casi todos esos intentos.
El lunes, la Asamblea General celebrará una sesión especial sobre la “solución de los dos Estados”, que cuenta con el respaldo de una abrumadora mayoría de los Estados miembros. Sin embargo, todos esos esfuerzos simbólicos se desmoronan ante la intransigencia del gobierno de Estados Unidos, cuyos funcionarios han calificado como “una farsa” los procedimientos del organismo y le han negado la visa al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás.
El “mundo post-estadounidense” del que hace tiempo hablan los analistas de geopolítica aún no ha llegado. Al parecer, Trump acude a la ONU convencido de la singular influencia y poderío de su país. Habrá que ver, dice Emma Ashford, investigadora del Stimson Center, “si recurrir demasiado a ese poderío no termina acelerando el declive” de la influencia estadounidense, ya que Trump y sus aliados parecen no entender que Estados Unidos “obtuvo ese poder” gracias a haber configurado las instituciones de la ONU y haber operado a través de ellas.
A pesar de todos los problemas que atraviesa el organismo, un mundo post-ONU sigue siendo igual de remoto, ya que sigue siendo la plataforma de conexión entre los países, desde los sistemas de correo postal hasta los protocolos de aviación. Y, como señala Callamard, de Amnistía Internacional, la ONU será un espacio de resistencia contra lo que se percibe como un “patoterismo” de parte de Trump. Los gobiernos del mundo podrían darse cuenta de que “sin ese pegamento que nos une, la ONU, estamos condenados a caer en un abismo del que no saldremos”, dice Callamard.
La ONU “no es ni remotamente lo que querríamos que fuera”, dice Shapiro. “Pero si no existiera la ONU, querríamos inventarla”.
Traducción de Jaime Arrambide