El lapidario documento sobre la batalla que se viene el próximo domingo

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“Futuro ya no tengo… mi futuro fue”. Esa fue la cruda respuesta que le dio un chico de 19 años de un barrio popular del conurbano bonaerense a un equipo de investigadores del CIAS, que dirige el jesuita Rodrigo Zarazaga, y que en las últimas semanas intentó relevar qué pasa en ese territorio. No es un caso aislado y demuestra que el problema de fondo -con base material, claro- tiene un trasfondo más cualitativo.

El domingo la política buscará votos en un destino en el que la miseria ya parece cosa de siempre. En el que el techo de chapa, el agua de pozo, las calles de tierra, la falta de cloacas y la garrafa son parte del paisaje estructural. Allí, en el conurbano bonaerense profundo, donde en horas se desatará una batalla electoral entre modelos, más de tres de cada diez argentinos se hunden en la pobreza. Actualmente, pobres e indigentes suman casi unos 4,4 millones de personas.

Son datos nuevos para una radiografía vieja, una foto que se repite en el tiempo con pocos cambios. En el primer trimestre de este año, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec procesados por la consultora ExQuanti, la pobreza llegó al 33,5% en los Partidos del Conurbano, ese aglomerado que se compone del Gran Buenos Aires sin el territorio porteño. La indigencia, aquellos que no llegan a pagarse una canasta alimentaria, es de un 8,7%.

El número de pobreza es tres puntos superior para esos Partidos del Conurbano que el que registran en su conjunto los 31 aglomerados que releva el Indec a nivel país. ¿Qué es “Partidos del Conurbano”? Entran, según organismo, muestras relevadas en Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora, La Matanza, Morón, Hurlingham, Tres de Febrero, San Martín, San Isidro, Vicente López, Tigre, Malvinas Argentinas, San Miguel, José C. Paz, Moreno, Merlo, Ezeiza, Esteban Echeverría, Almirante Brown, Quilmes, Presidente Perón, Florencio Varela, Berazategui, San Vicente, Marcos Paz, General Rodríguez, Ituzaingó, Pilar y Escobar,

Por la cantidad de habitantes que habitan en esos populosos partidos del conurbano se está en presencia de la región del país con la mayor cantidad de pobres. En términos relativos, claro, existen otros aglomerados que muestran porcentajes más elevados.

Aunque todos los datos oficiales coinciden en que el descenso de la inflación, la mejora de los ingresos y el alza real de los planes sociales (AUH y Tarjeta Alimentar) permitió una baja generalizada de la pobreza, los expertos de ExQuanti hicieron un corte que permite mostrar que recién se está saliendo de un pozo significativo tras años de ajuste.

En los Partidos del Conurbano, la pobreza en el tercer trimestre de 2017 –el mejor año de Mauricio Macri- llegaba al 27,5%, según datos oficiales, o sea, seis puntos menos que los que hay actualmente.

No sólo los ingresos son reflejo de la pobreza. De hecho, esos números dejan muchos parches de realidad afuera del análisis. Según el Censo 2022, por caso, había todavía unas 614.276 casas con techos de chapas de metal sin revestimiento interior o cielorraso; casi 1,2 millones de hogares a los que les llega agua a través de una bomba a motor y no de la red pública; 2 millones de personas que calientan su comida usando garrafas o 4 millones de bonaerenses sin obra social o prepaga.

Pero lo peor, quizás, esté en las expectativas que los chicos tienen de salir de esa realidad que los envuelve. El CIAS hizo una encuesta de 600 casos y 47 entrevistas en profundidad a jóvenes entre 16 y 24 años de barrios populares del AMBA y del conurbano bonaerense en busca las experiencias pasadas y las ideas de futuro que tienen estos chicos.

Los especialistas del CIAS encontraron tres tipos de relatos presentes actualmente entre los chicos: un 40% de los jóvenes entrevistados organiza sus vidas a partir de la narrativa tradicional. “Para estos jóvenes alcanzar las metas propias de esta narrativa supone un esfuerzo cercano a lo heroico. Implica luchar contra enormes adversidades y, además, contar con una cuota no menor de fortuna”, dicen. Es el camino, para chicos en barrios populares, que habla de la posibilidad de estudiar, trabajar y lograr salir: la idea de la movilidad social.

Otro 20% vive la “narrativa minimalista”. Reducen sus expectativas al mínimo; aspiran únicamente a lograr su autosustento y a evitar el riesgo de caer en situación de calle. El 40% restante vive inmerso en una ‘narrativa del presente’; es decir, no logra imaginar un futuro y relata su existencia como anclada en un presente continuo”, estimó el trabajo.

Los que sostienen la narrativa tradicional tienen mayor experiencia de cuidado (principalmente por sus madres), mejor trayectoria escolar, más vínculos por fuera de sus barrios y mayor participación en espacios estructurados. Son los que acumularon mayores recursos dentro de los barrios populares. La mayoría, cuenta el jesuita Zarazaga, tiene aún grandes obstáculos: muchos fueron, por caso, discriminados en el trabajo o en lugares de estudio por ser de barrios populares.

Los “minimalistas” tienen una preocupación principal: generar un ingreso que les permita sostenerse a sí mismos y a sus familias. “Mientras que en el grupo anterior la aspiración era comprar una casa, a menudo en otro barrio, en este grupo manifiestan simplemente el deseo de terminar sus casillas de chapa en los terrenos de sus padres. Son narrativas en las que se proyecta un futuro, pero siempre con expectativas muy moderadas, minimalistas”, indicaron. La mayoría no tuvo una contención familiar, como sí existía en el grupo anterior.

Los “presentistas”, el último grupo detectado, muestra a jóvenes que no tienen proyectos de futuro. “Encontramos en esta categoría a 18 jóvenes que han abandonado la idea de construirse un futuro y, en cambio, se abocan a lidiar con su presente. Todos estos jóvenes acumularon escasos recursos en sus historias familiares, escolares y sociales”, escribió Zarazaga, que describe a muchos afectados por historias de pobreza, violencia familiar o un vínculo con las drogas.

El jesuita escribió, por caso, lo que le relató Fernanda, de 17 años, cuando se le preguntó sobre lo que imagina en los próximos años. “Me veo sentada en la vereda, con un perro al lado, mirando la vida pasar”, le dijo la joven. En la pobreza, ese el futuro que algunos chicos piensan.

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