Estoy en un escenario conduciendo un evento de unos 600 asistentes, es el momento de presentar a un orador que hablará en inglés y entonces… ¡Bum!: con ese sonido recuerdo que se cortó la luz, y como consecuencia el aire acondicionado y la traducción simultánea. El orador se puso nervioso y en menos de 2 minutos ya hacía un calor que apretaba. Lo recuerdo porque lo viví con una absoluta calma. Me dije, han pasado cosas peores, de esta salimos. Empecé a hablar fuerte sin micrófono y a oficiar de traductora simultánea al invitado mientras los asistentes de las primeras filas alumbraban con sus teléfonos. Lo que hice en ese momento sin saberlo se llama reevaluación cognitiva. Esto lo supe luego al leer el concepto en Ness Labs el newsletter de la divulgadora en neurociencias Ann Le Cuff.
A todos nos pasan cosas: el trámite no puede completarse, se cancela el vuelo o alguien nos falla. Y ahí, sin filtro, aparece la irritación, la ansiedad o la decepción. Pero hay veces en las que logramos dar un paso atrás. Observamos la escena desde otro ángulo y de pronto, lo que parecía insoportable se vuelve manejable. ¿Qué pasó? Cambiamos de lente y de relato interno. No se trata de ignorar lo que pasa ni de disfrazarlo con optimismo tóxico. Se trata de reinterpretar. En vez de pensar “este atraso arruinó mi día”, podemos decir “esta demora me regaló un momento de pausa”. Esa flexibilidad cognitiva —según ha demostrado el psicólogo James Gross— no solo ayuda a regular nuestras emociones, sino que, a largo plazo, nos vuelve más resilientes, menos ansiosos, menos proclives a la depresión.
Cambiar el relato no borra lo que sentimos, pero sí lo modifica. Es una gimnasia mental que requiere práctica, pero que tiene efectos concretos en el cerebro. Ahora ¿cómo se pone en práctica esta reevaluación cuando estamos en plena tormenta emocional? En su texto The Art of Seeing Things Differently, Le Cunff propone tres pasos. Primero, hacer zoom out: preguntarnos si esto que nos perturba seguirá importando en unas horas, una semana, un año. En general, la respuesta es no. Segundo, dar vuelta el marco: buscar otra forma de ver la situación, incluso como una oportunidad o anécdota futura. Tercero, cambiar el diálogo interno: hablarnos como lo haríamos con alguien que queremos, con amabilidad y sin juicio.
La reevaluación cognitiva no elimina las malas experiencias, pero sí transforma nuestra manera de transitar lo difícil. No es una solución inmediata. Es una práctica, una forma de entrenar la mente para responder en vez de reaccionar. Y como todo entrenamiento, al principio cuesta, pero con el tiempo, se puede volver parte del repertorio emocional cotidiano. No podamos evitar los contratiempos, pero sí nuestra respuesta a ellos y esa elección puede marcar una gran diferencia. A fin de cuentas, como dice Le Cunff, no se trata de cambiar lo que pasó, sino de cambiar cómo lo cargamos.
Sonido recomendado para leer esta columna: The Middle, Jimmy Eat World