“No me quedó otra que prender la motobomba y tirar la leche”. Francisco Tamborenea lo dice con una mezcla de bronca e impotencia. Ayer su camión cisterna había salido del tambo con 6000 litros de leche, pero se quedó empantanado. Para poder moverlo tuvo que aligerar peso: más de 2000 litros se volcaron al suelo.
Para el productor, la bronca no es solo por lo que se pierde, sino por lo que la escena representa: “Si las obras de desagüe estuvieran hechas y los canales limpios, el agua ya se habría ido y el camino estaría firme. Esto es consecuencia directa del abandono”, asegura.
Tamborenea lleva 25 años como tambero. Administra dos establecimientos en Bolívar: uno más chico, cerca de la ruta, y otro en la zona productiva por excelencia conocida como el “camino de los tamberos”. Ese segundo predio, donde está la mayoría de los tambos de la región, es el que más sufre las consecuencias. “Es el camino que tendría que estar mejor que ninguno, y está absolutamente detonado. Desde el año pasado no se le hace nada”, cuenta.
En las últimas semanas, la situación se agravó. “En los últimos 30 días nos llovió 200 milímetros. Ya había agua, se venía secando bastante bien, pero ahora otra vez es todo complicado”, relata. El exceso hídrico no es solo resultado de las lluvias: Tamborenea asegura que la falta de mantenimiento en los canales y alcantarillas multiplica el problema.
El caso más claro, dice, es el canal Artola, construido por la Municipalidad en 2012 para drenar la zona. “Jamás lo limpiaron; lo tuve que limpiar yo. Hoy está prácticamente vacío y, sin embargo, las calles tienen agua porque no hay ni una cuneta limpia. En Bolívar tenemos el camino con agua y las cunetas vacías. Es absurdo”, describe.
Su tambo produce entre 180 y 200 vacas, con un promedio diario de 4000 litros. El día del incidente, para sacar el camión encajado, tuvo que descargar 2700 litros de la parte trasera. “Si lo empujás hacia adelante, se entierra más, así que lo tironeamos para atrás. Imaginate que estamos sacando camiones con sogas de barco”, gráfica.
Hoy la leche logra salir por un camino alternativo, siempre por dentro del campo, buscando las lomas. “Enganchamos el camión al tractor y vamos en conjunto”, explica. Pero esa logística reclama que no es sostenible. “No soy el único. Bolívar, Carlos Casares y 9 de Julio están iguales. Los feedlots también. No importa el partido político: el problema es que no hay herramientas, no hay gasoil, no hay recursos, y la gente que debería gestionar no lo hace”, comenta.
La situación, insiste, no es aislada: abarca Trenque Lauquen, 30 de Agosto y todo el llamado “oeste arenoso” de la provincia de Buenos Aires. En cada zona, la postal se repite: bolsones de soja, trigo y maíz que no pueden salir del campo, animales que no encuentran suelos secos y caminos convertidos en ríos de barro.
En el vecino partido de 9 de Julio, el panorama es igual de crítico. El productor Federico Ortiz asegura que el 70% del distrito está bajo el agua. La combinación de canales tapados, falta de mantenimiento y obras ausentes mantiene a los campos anegados y los caminos destruidos. “El principal problema son los canales clandestinos que ni la provincia, ni Hidráulica, ni la Autoridad del Agua controla”, advierte.
Asegura que participó en reuniones con el municipio, Hidráulica y el Ministerio de Desarrollo Agrario en La Plata, pero que las promesas no se cumplieron. “En marzo nos dijeron que iban a venir a trabajar y estamos en agosto, cada vez peor”, resume.

En su campo, de 1370 hectáreas, solo 150 están secas. El resto es barro, charcos o isletas aisladas. En la última campaña, de 156 hectáreas de soja pudo cosechar apenas 15. Para la campaña fina, que es cuando se siembra trigo y cebada, decidió directamente no sembrar nada. “Menos mal que no las hice, porque después llovieron 100 milímetros en dos tandas y eso hubiera sido un desastre”, explica.
Ahora, con la gruesa en el horizonte, que es cuando se siembra soja y maíz, la situación no es mejor: cuando intentó entrar con el ingeniero para empezar a pulverizar la máquina se hundió. “Es imposible; volcás la pulverizadora, se encaja, no hay forma”, cuenta.
Para llegar a su casa desde 9 de Julio Ortiz tiene que abrir 88 tranqueras, cruzar barro y usar caminos alternativos por campos vecinos. Antes tardaba menos de media hora; ahora, más de una hora. La producción lechera también está paralizada en algunos establecimientos: cuenta que en un campo vecino no reciben el camión desde hace un mes y tuvieron que vender todas las vacas en ordeñe. Ortiz advierte que, sin obras de fondo, el agua seguirá estancada. “El agua de Bolívar pasa por acá y como 9 de Julio no hizo ninguna obra se queda. Es como una botella llena de Coca-Cola: la batís, la tapás y cuando la abrís explota por todos lados”, grafica.