En el corazón de la capital iraní, el café Boof sirve bebidas refrescantes en un caluroso día de verano. Deben ser los cafés americanos fríos más característicos de la ciudad. El local se encuentra en un rincón de la embajada estadounidense, clausurada hace tiempo.
Sus paredes altas de cemento han estado cubiertas de murales anti estadounidenses desde que Washington rompió relaciones con Teherán tras la revolución iraní de 1979 y la crisis de los rehenes, que aún ensombrecen esta tortuosa relación.
En el encantador café Boof, Amir, el barista, dice que le gustaría que las relaciones entre Estados Unidos e Irán mejoraran.
Solo hay dos mesas ocupadas: en una de ellas está una mujer cubierta con un largo velo negro, y en la otra una mujer con vaqueros azules y una larga melena suelta, que se salta las normas sobre la vestimenta femenina, mientras se acurruca con su novio.
Es una pequeña instantánea de esta capital que se enfrenta a un futuro profundamente incierto.
A poca distancia en auto, en el complejo de la cadena de televisión estatal iraní IRIB, se transmitió a todo el país el jueves un discurso grabado del líder supremo, el ayatollah Alí Khamenei.
“Los estadounidenses se han opuesto a la República Islámica de Irán desde el principio”, declaró.
“En esencia, siempre se ha tratado de una sola cosa: quieren que nos rindamos”, continuó el ayatollah de 86 años, quien se cree que permanece refugiado en un búnker después de que Israel desatara una ola de ataques sin precedentes contra las instalaciones nucleares y de misiles de Irán, asesinando a altos comandantes y científicos.
Vimos su discurso, el primero desde que el presidente Donald Trump anunció repentinamente un alto el fuego el martes, en un pequeño televisor ubicado en la única oficina que aún permanece intacta en una amplia sección del complejo de IRIB.
Solo queda un esqueleto de acero carbonizado. Cuando una bomba israelí impactó este lugar el 16 de junio, un voraz incendio arrasó el estudio principal que habría transmitido el discurso del líder supremo. Ahora solo hay cenizas.
Aún se puede percibir un olor acre. Todo los equipos de televisión —cámaras, focos, trípodes— son una maraña de metal retorcido. Una alfombra de cristal crujiente cubre el suelo.
Israel dijo haber atacado al brazo propagandístico de la república islámica, tras asegurar que ocultaba una operación militar en su interior, una acusación que sus periodistas rechazaron.
Su enorme caparazón parece simbolizar estos tiempos tan oscuros para Irán.
También se puede observar que los hospitales de la ciudad aún atienden a los iraníes heridos en la guerra de 12 días de Israel.
“Tengo miedo de que vuelvan a atacar”, me dice Ashraf Barghi cuando nos reunimos en las urgencias del Hospital General de Taleghani, donde trabaja como enfermera jefe.
“No confiamos en que esta guerra haya terminado”, afirma, un comentario que refleja la palpable preocupación que hemos escuchado de tanta gente en esta ciudad.
Cuando Israel bombardeó la cercana prisión de Evin el 23 de junio, las víctimas, tanto soldados como civiles, fueron trasladadas a la sala de urgencias donde trabaja Barghi.
“Las lesiones fueron las peores que he tratado en mis 32 años como enfermera”, dice aún visiblemente angustiada.
El ataque a la infame prisión donde Irán detiene a la mayoría de sus presos políticos fue descrito por Israel como “simbólico”.
Parecía reforzar el repetido mensaje del primer ministro israelí Netanyahu a los iraníes de “defender su libertad”.
“Israel dice que solo atacó objetivos militares y nucleares, pero todo son mentiras”, insiste Morteza desde su cama de hospital. Estaba trabajando en el departamento de transporte de la prisión cuando el misil impactó contra el edificio. Nos muestra sus heridas en ambos brazos y la espalda.
En la sala de al lado atienden a soldados, pero no se nos permite entrar.
En esta extensa metrópolis, los iraníes calculan el coste de esta confrontación. En su último recuento, el Ministerio de Salud registró 627 muertos y casi 5000 heridos.
Teherán está volviendo poco a poco a la vida y retomando su antiguo ritmo, al menos en apariencia. Su infame tráfico empieza a llenar las autopistas y sus bonitas calles arboladas.
Las tiendas de sus hermosos bazares vuelven a abrir a medida que la gente regresa a una ciudad de la que huyeron para escapar de las bombas. La intensa operación militar israelí de 12 días, sumada a los ataques estadounidenses contra las principales instalaciones nucleares de Irán, ha dejado a muchos conmocionados.
“No fueron buenos días”, dice Mina, una joven que se derrumba al intentar explicar su tristeza. “Es tan desgarrador”, me dice entre lágrimas. “Nos esforzamos mucho por tener una vida mejor, pero hoy en día no vemos futuro”.
Nos reunimos en las inmediaciones de la imponente torre Azadi de mármol blanco, uno de los monumentos más emblemáticos de Teherán.
Una gran multitud, congregada en una cálida tarde de verano, se mecía al son de canciones patrióticas muy queridas en un concierto al aire libre de la Orquesta Sinfónica de Teherán. Su propósito era traer algo de calma a una ciudad aún en vilo.
Partidarios y críticos de los gobernantes clericales de Irán se reunieron, unidos por la preocupación compartida por el futuro de su país.
“Tienen que escuchar lo que dice la gente”, insiste Alí Reza cuando le pregunté qué consejo le daría a su gobierno. “Queremos mayores libertades, eso es todo lo que diré”.
También hay desafíos. “Atacar nuestras bases nucleares para demostrar que ‘tienen que hacer lo que decimos’ va en contra de la diplomacia”, dice Hamed, un estudiante universitario de 18 años.
A pesar de las normas y restricciones que han regido sus vidas durante mucho tiempo, los iraníes expresan su opinión mientras esperan los próximos pasos de sus gobernantes y líderes en Washington y otros lugares, que tienen consecuencias importantes para sus vidas.
La entrada La conmoción en Teherán tras los bombardeos de Israel y Estados Unidos se publicó primero en DIARIO DIGITAL MORENO MEDIOS.