BARCELONA (AP).- Un grupo de turistas estaba sentado en una mesa al aire libre en la ciudad española de Barcelona, tratando de disfrutar de sus bebidas, cuando una mujer levantó una pistola de agua de plástico y les disparó un chorro de agua. La particular arma es, llamativamente, un elemento cada vez más común en las protestas contra el turismo en ese país del sur de Europa, donde muchos locales temen que un exceso de visitantes los esté expulsando de sus preciados barrios.
El fenómeno comenzó en julio pasado, cuando un grupo activista marginal de izquierda con sede en Barcelona, que suele promover el “decrecimiento” del exitoso sector turístico de la ciudad, celebró su primera manifestación exitosa. Algunos llevaban pistolas de agua para dispararse entre ellos y refrescarse en el calor del verano.
“Lo que ocurrió después se volvió viral, pero, en realidad, fue solo una especie de broma de un grupo de personas que llevaba pistolas de agua porque hacía calor”, dijo a la agencia The Associated Press (AP) Adriana Coten, una de las organizadoras de la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico.
Luego, algunos participantes dejaron de dispararse entre sí para dirigir sus pistolas de agua hacia los turistas. Las imágenes dieron la vuelta al mundo, convirtiéndose en un golpe publicitario para la causa antiturismo. Las pistolas reaparecieron en abril cuando el mismo grupo detuvo un autobús turístico en Barcelona.
Este domingo, alrededor de 1000 personas marcharon desde un bulevar comercial de lujo, popular entre los extranjeros adinerados, antes de que la policía los detuviera para que no se acercaran más al principal destino turístico de Barcelona: la iglesia de La Sagrada Familia.
Los manifestantes rociaron a turistas desprevenidos en el camino, coreando consignas y mostrando pancartas de protesta. Una decía: “¡Un turista más, un residente menos!”. A su paso, dejaron un rastro de pegatinas en las puertas de hoteles, postes de luz y mesas de cafés al aire libre que mostraban una pistola de agua rodeada por un mensaje en inglés: “Tourist Go Home!” (“¡Turista, vete a casa!”).
Aun así, el número de manifestantes en Barcelona que llevaban pistolas de agua era una minoría, y en el grupo armado muchos solo disparaban al aire o entre ellos. Fuera de las protestas, los barceloneses no llevan pistolas de agua ni apuntan a los turistas. Y muchos habitantes la ciudad siguen apoyando el turismo, que es un pilar de la economía local.
¿Puede la pistola de agua realmente cambiar la opinión de los turistas, las autoridades o las empresas que impulsan la industria? Depende de a quién le preguntes. La manifestante Lourdes Sánchez y su hija adolescente, cada una con una de estas particulares armas, dijeron que la pistola realmente no es para hacer daño a nadie. “Esto es un símbolo de que estamos cansadas ya del negocio del turismo que está convirtiendo este país en un parque de atracciones”, dijo Sánchez.
Otro manifestante, Andreu Martínez, reconoció que la intención era “molestar un poco a los turistas”. Laurens Schocher, arquitecto de 46 años, dijo que no disparó a ningún presunto turista, pero esperaba que llevar una pistola de agua atrajera más atención a su causa. “No creo que los turistas lo entiendan”, señaló. “Pienso que la intención es enviar un mensaje a las autoridades”, agregó.
Los manifestantes no llevaban los enormes cañones de agua de bombeo que muchos niños usan para emprender batallas en el patio trasero en verano. Las suyas eran las pistolas de agua baratas de la vieja escuela que lanzan un delgado chorro de agua a corta distancia.
Algunos turistas que fueron rociados lo tomaron con calma, e incluso afirmaron que fue algo refrescante en un día con temperaturas que alcanzaban alrededor de 30 grados Celsius. Pero hubo momentos de tensión. Cuando varios manifestantes rociaron a los trabajadores de un gran albergue, los ánimos se encendieron y un trabajador escupió a sus atacantes mientras cerraba la puerta del albergue de un golpe.
Nora Tsai, que acababa de llegar de Taiwán para una visita corta, fue una de las rociadas el domingo. Dijo que estaba un poco asustada y entristecida. Los cánticos de “¡Turista, vete a casa!” tampoco ayudaron. “Aún me gusta Barcelona”, dijo, y añadió: “Conocí a mucha gente amable”.