BOGOTÁ.- Un hombre de unos 40 años hace campaña política. Un video muestra cómo, en un espacio público, se dirige a sus seguidores. De repente su cuerpo se agita, sacudido por las balas. La cámara cae, pierde el foco, la gente corre. Puede ser Soacha, el 18 de agosto de 1989 y el político llamarse Luis Carlos Galán. O Bogotá, el 7 de junio de 2025, y tratarse de Miguel Uribe Turbay.
El atentado que ha sufrido el precandidato presidencial del Centro Democrático, el principal partido opositor, este sábado ha conmocionado a Colombia, como ocurriría en cualquier lugar ante un intento de asesinar a un aspirante al mayor cargo del Estado, pero además ha revivido una pesadilla de hace 35 años: en la campaña previa a las elecciones presidenciales de 1990 no fue uno, sino tres, los candidatos presidenciales asesinados, como parte de la violencia criminal que se cebó con el país.
Los hechos de este sábado aún no están del todo claros. Uribe, uno de las decenas de aspirantes en una contienda con un panorama muy abierto, acudió a un barrio de clase media de la capital. Varias decenas de personas acudieron a un mitin que no se puede calificar de multitudinario. La campaña apenas inicia: la primera vuelta será el 31 de mayo de 2026. Ningún medio asistió.
Tras los dos disparos que recibió de un sicario que, según las autoridades, tiene 14 años, los escoltas del también senador reaccionaron. Lo llevaron a la clínica más cercana y capturaron al atacante, que intentó escapar a pie. Este domingo fue intervenido en la Fundación Santa Fe de Bogotá, a donde había sido trasladado y, según el última parte médico, atraviesa “horas críticas”. Desde la tarde del sábado, los principales actores políticos lamentaron lo ocurrido, pidieron investigaciones inmediatas, exhortaron a la unión nacional.
En agosto de 1989, un Galán gravemente herido tardó en llegar hasta el hospital Kennedy, en Bogotá, y allí los médicos lo encontraron ya muerto. Aunque las elecciones estaban casi tan lejos como ahora, se trataba del aspirante del que era el partido político mayoritario, el Liberal, y un político archiconocido, virtual presidente. Ese asesinato recibía ecos de otro, el del también liberal Jorge Eliécer Gaitán, que el 9 de abril de 1948 se convirtió en un catalizador de una enorme violencia entre conservadores y liberales. Tras el crimen contra Galán no se repitió esa guerra civil no declarada, pero sí continuaron los ataques criminales de los capos narcotraficantes liderados por Pablo Escobar.
La violencia creció. En marzo de 1990 fue asesinado Bernardo Jaramillo, el candidato de la izquierdista Unión Patriótica, en el aeropuerto de Bogotá. Ya su antecesor, Jaime Pardo Leal, había muerto bajo balas criminales en 1987. Años más tarde se aclaró que los responsables de la muerte de Jaramillo fueron los paramilitares, pero la vorágine era tal que se debatió si habían sido Escobar y sus socios, o incluso las guerrillas de las FARC. Al mes siguiente el asesinado fue Carlos Pizarro quien había llevado a la guerrilla del M-19 a desmovilizarse. La muerte llegó de manos de un sicario suicida: le disparó en pleno vuelo, y era seguro que los escoltas del candidato presidencial responderían. Así fue.
Esas muertes, sumadas a decenas de bombas contra civiles, secuestros y asesinatos, configuran la pesadilla que Colombia enfrenta de nuevo. En 1989, el hijo mayor de Galán, el hoy precandidato Juan Manuel, designó a César Gaviria como heredero de su padre. Antonio Navarro Wolff mantuvo al M-19 en la paz, reemplazó a Pizarro, y logró la mejor votación de la izquierda hasta entonces. Gaviria ganó las elecciones, sacó adelante una nueva y más plural Constitución y venció a Escobar, quien terminó muerto en 1993, no sin antes secuestrar a decenas de personas, incluyendo a Diana Turbay, una reconocida periodista y madre de Miguel. Ella nunca regresó: murió en un intento de rescate cuando su hijo tan solo tenía cuatro años, paradójicamente la misma edad que hoy tiene el hijo menor del precandidato que se debate entre la vida y la muerte.
Las secuelas de esa estela de muerte fueron más allá. No todo terminó con Escobar (a los magnicidios se puede sumar el del conservador Álvaro Gómez, candidato en 1990 asesinado en 1995); la violencia guerrillera y paramilitar solo se incrementó en las dos décadas siguientes. Y sus consecuencias siguen vivas.
El narcotráfico sigue siendo muy poderoso, se multiplican y ganan fuerza los grupos armados, el gobierno y la oposición estén enfrentados en un choque tan enconado que se han señalado mutuamente de violar la Constitución y hacer un “golpe de Estado”, y el presidente incluso ha enarbolado la bandera de la “guerra a muerte de Bolívar”.
Además, las víctimas de esa violencia de hace 35 años están en el centro del debate. El alcalde de Bogotá es hoy otro hijo de Galán, Carlos Fernando; entre los precandidatos de la izquierda está la senadora María José Pizarro, hija del candidato asesinado en 1990. Ella ha señalado el despertar del fantasma: ”Soy hija de un candidato presidencial asesinado en 1990 y esta historia no se puede repetir“, escribió en X en su primera reacción al atentado.
Colombia ya ha vivido varios reciclajes de la violencia. Lo que ocurra en las próximas horas será fundamental para saber si este sábado inició, o llegó a un nivel más alto, un nuevo ciclo.