RÍO DE JANEIRO.- Artem Shmyrev los había engañado a todos. El agente de inteligencia ruso parecía haberse construido una identidad falsa perfecta: dirigía un exitoso negocio de impresión 3D y compartía un lujoso departamento en Río de Janeiro con su novia brasileña y un gatito blanco y anaranjado.
Pero lo más importante de todo es que tenía certificado de nacimiento y pasaporte auténticos, que corroboraban su alias: Gerhard Daniel Campos Wittich, ciudadano brasileño de 34 años.
Tras seis años “dormido” e invisible, “Gerhard” no veía la hora de empezar con su verdadero trabajo de espionaje.
“Nadie quiere sentirse un perdedor”, le escribió por mensaje de texto en 2021 a su esposa rusa, también agente de inteligencia, en un inglés imperfecto. “Por eso sigo trabajando y con esperanza”.
No era el único. Durante años, según descubrió esta investigación de The New York Times, Rusia utilizó Brasil como plataforma de lanzamiento para sus espías de élite, conocidos como “ilegales”. Con una operación audaz y de gran alcance, los espías dejaron atrás por completo su pasado ruso, emprendieron negocios, hicieron amigos y tuvieron romances, todos movimientos de vida que con el paso de los años se convirtieron en la base de identidades completamente nuevas.
Ya en el pasado salieron a la luz importantes operaciones de espionaje ruso, incluso en Estados Unidos en 2010. Pero esta vez era diferente. El objetivo no era espiar a Brasil, sino convertirse en brasileños, y cuando ya contaban con la cobertura de una historia creíble en Brasil, partían hacia Estados Unidos, Europa y Medio Oriente, donde sí empezaban con su verdadero trabajo.
Los rusos convirtieron a Brasil en una línea de ensamblaje para agentes encubiertos como Shmyrev.
Uno de ellos abrió una joyería, otro era un modelo rubio de ojos azules, y un tercero fue admitido en una universidad de Estados Unidos. Hubo un investigador brasileño que consiguió trabajo en Noruega y un matrimonio que finalmente se instaló en Portugal.
Y después, todo se vino abajo.
Durante los últimos tres años, los agentes de contrainteligencia brasileños se abocaron a buscar discreta y metódicamente a estos espías. Mediante un minucioso trabajo policial, los agentes brasileños descubrieron un patrón que les permitió identificar uno por uno a los espías.
Según los documentos y las entrevistas realizadas, los brasileños descubrieron al menos a nueve agentes rusos que operaban bajo una falsa identidad brasileña. Seis de ellos nunca habían sido identificados públicamente hasta ahora. Según las autoridades brasileras, la investigación ya abarca a al menos ocho países, y suma información de inteligencia procedente de Estados Unidos, Israel, Países Bajos, Uruguay y otros servicios de seguridad occidentales.
En base a cientos de documentos de investigación y entrevistas con decenas de agentes de policía y de inteligencia de tres continentes, The New York Times recopiló detalles de la operación de espionaje ruso en Brasil y del esfuerzo secreto para desmantelarla.
Desmantelar la fábrica de espías del Kremlin fue mucho más que una simple operación rutinaria de contraespionaje, parte de las perniciosas consecuencias de una década de agresión rusa. En 2014, espías rusos ayudaron a derribar un avión de pasajeros procedente de Ámsterdam, interfirieron en las elecciones de Estados Unidos, Francia y otros países, envenenaron a supuestos enemigos y planearon golpes de Estado.
Pero fue la decisión del presidente Vladimir Putin de invadir Ucrania en febrero de 2022 la que gatilló una respuesta global contra el espionaje ruso, incluso en partes del mundo donde esos agentes gozaron durante mucho tiempo de cierta impunidad. Y uno de esos países era Brasil, cuyas relaciones con Rusia han sido históricamente amistosas.
La investigación de los brasileños le asestó un golpe devastador al programa de agentes ilegales del Kremlin: eliminó a un grupo de espías altamente capacitados que serán difíciles de reemplazar, al menos dos agentes fueron arrestados, y otros se volvieron rápidamente a Rusia. Con sus identidades falsas al descubierto, lo más probable es que nunca vuelvan a operar en el extranjero.
En el centro de este triunfo extraordinario se encuentra una unidad de contrainteligencia de la Policía Federal de Brasil, la misma unidad que investigó al expresidente brasileño Jair Bolsonaro por planear un golpe de Estado.
Desde su moderna sede en Brasilia, esa unidad se pasó años revisando millones de registros de identidad de Brasil en busca de ciertos patrones.
A esa operación le pusieron el nombre clave de “Operación Este”.
A principios de abril de 2022, apenas dos meses después de la entrada de las tropas rusas en Ucrania, la CIA le transmitió un mensaje urgente y extraño a la Policía Federal de Brasil.
Los norteamericanos les informaron que un agente encubierto del servicio de inteligencia militar ruso había llegado recientemente a los Países Bajos para realizar prácticas en la Corte Penal Internacional, justo cuando ese tribunal se preparaba para investigar los crímenes de guerra de los rusos en Ucrania.
El aspirante a pasante viajaba con pasaporte brasileño bajo el nombre de Victor Muller Ferreira, y con ese nombre se había graduado de la Universidad Johns Hopkins, pero su verdadero nombre, según la CIA, era Sergey Cherkasov. Los funcionarios de inmigración holandeses le habían denegado la entrada al país, y ya se encontraba en un avión rumbo a San Pablo.
Con pocas pruebas y apenas unas horas para actuar, los brasileños no tenían autoridad para arrestar a Cherkasov en el aeropuerto, así que durante varios días de espera y ansiedad, la policía lo mantuvo bajo estricta vigilancia mientras seguía libre, alojado en un hotel de San Pablo.
Finalmente, los agentes obtuvieron una orden judicial y lo detuvieron, no por espionaje, sino por un cargo más modesto: el uso de documentos falsos.
Pero incluso ese cargo resultó ser mucho más difícil de probar de lo que se esperaba. Durante el interrogatorio, Cherkasov se mostró arrogante, insistiendo en que era brasileño. Y tenía los documentos que lo demostraban…
Su pasaporte brasileño era auténtico, tenía su tarjeta de registro de votante brasileño, como lo exige la ley, y un certificado que demostraba que había completado el servicio militar obligatorio.
Todos papeles auténticos.
“No había el menor vínculo entre él y la gran Madre Rusia”, dice un investigador de la Policía Federal de Brasil, quien al igual que otros habló bajo condición de anonimato porque la investigación sigue abierta. Solo cuando la policía encontró su certificado de nacimiento, la historia de Cherkasov, y toda la operación rusa en Brasil, empezó a desmoronarse.
En el pasado, para obtener documentos de identidad, los agentes rusos asumían la identidad de personas fallecidas, por lo general, bebés.
No en este caso: según determinaron los agentes, Victor Muller Ferreira nunca existió. Y sin embargo, su partida de nacimiento era real.
El documento indicaba que Victor Muller Ferreira había nacido en Río de Janeiro en 1989, hijo de madre brasileña, una persona real fallecida cuatro años después.
Pero cuando la policía localizó a la familia de esa mujer, descubrió que la mujer nunca había tenido hijos.
El descubrimiento planteaba preguntas alarmantes. ¿Cómo había obtenido un espía ruso documentos auténticos con un nombre falso? Y lo más grave: ¿y si había más? Los agentes federales comenzaron a buscar lo que llamaron “fantasmas”: personas con actas de nacimiento legítimas, que pasaron años sin ningún registro de su vida en Brasil y que aparecían de pronto como adultos, obteniendo rápidamente sus documentos de identidad.
Para encontrar a estos fantasmas, los agentes de contraespionaje brasileños empezaron a buscar patrones repetidos en millones de actas de nacimiento, pasaportes, licencias de conducir y números de la seguridad social.
Parte de esos cruces de datos podían automatizarse, pero no todas las bases de datos brasileñas se pueden vincular y consultar digitalmente, así que gran parte del proceso tuvo que hacerse manualmente.
Ese análisis permitió que la Operación Este desentrañara toda la operación rusa.
“Todo empezó con Sergei”, dice un alto funcionario brasileño.
Uno de los primeros nombres que surgió cuando los investigadores arrancaron la búsqueda fue el de Gerhard Daniel Campos Wittich. Su caso parecía ajustarse al patrón. Su certificado de nacimiento indicaba que había nacido en Río en 1986, pero parecía haber aparecido de la nada recién en 2015.
Para cuando los agentes comenzaron a investigarlo, Shmyrev había construido una identidad falsa tan convincente que ni siquiera su novia ni sus colegas tenían idea. Hablaba un portugués perfecto, con un matiz de acento que, según explicó, era fruto de su infancia en Austria.
Parecía estar totalmente abocado a su negocio de impresión, 3D Rio, que construyó desde cero y por la que parecía preocuparse genuinamente, según antiguos colegas. Pasaba largas horas trabajando en el piso 16 de un rascacielos en el centro de Río, a una cuadra del Consulado de Estados Unidos. A veces, mandaba a los empleados a sus casas para quedarse trabajando solo.
“Era un adicto al trabajo”, apunta Felipe Martínez, un antiguo cliente que se hizo amigo del ruso al que conocía como Daniel. “Pensaba en grande, ¿sabes?”.
Pero internamente Shmyrev estaba aburrido y frustrado con su vida encubierta. “Ningún logro real en el trabajo”, escribió Shmyrev en un mensaje de texto a su esposa. “Llevo dos años sin estar donde debería estar”.
Su esposa, Irina Shmyreva, otra espía rusa que le enviaba mensajes desde Grecia, al otro lado del mundo, se mostraba poco comprensiva. “Si querías una vida familiar normal, tomaste una decisión esencialmente equivocada”, le contestó.
De todos modos, reconoció que la vida que llevaban no era la que esperaban.
“Sí, no es como nos prometieron y está mal”, le escribió. “Básicamente, engañan a la gente y para mí eso está mal. Es deshonesto y nada constructivo”.
Los mensajes de texto forman parte de un conjunto de documentos compartidos con servicios de inteligencia extranjeros a los que accedió The New York Times. Los mensajes fueron enviados en agosto de 2021 y recuperados posteriormente del teléfono de Shmyrev.
Seis meses después, Rusia invadió Ucrania. De repente, los servicios de inteligencia de todo el mundo colaboraron y priorizaron desmantelar la red de espionaje del Kremlin: a partir de ese momento la vida de los espías rusos desplegados en todo el mundo se vio totalmente trastocada.
Primero cayó Cherkasov, el becario que fue arrestado semanas después de la invasión. Luego, Mikhail Mikushin, quien había estado bajo investigación en Brasil, apareció en Noruega y fue arrestado. Y otros dos agentes encubiertos rusos fueron arrestados en Eslovenia, donde vivían bajo una falsa identidad de argentinos.
A finales de 2022, los investigadores brasileños estaban cerca de atrapar a Shmyrev.
El hombre escapó del país pocos días antes de que la Policía Federal revelara su identidad. Los agentes estaban atónitos: tanto trabajo, y se les había pasado por alto. Shmyrev tenía un pasaje de vuelta para el 2 de febrero de 2023, así que los agentes obtuvieron órdenes de arresto y de registro de sus domicilios. Cuando Shmyrev pusiera pie en suelo brasileño, estarían listos para agarrarlo.
Pero Shmyrev nunca volvió…
Shmyrev no es el único espía ruso que se les escapó a los brasileños.
Cada vez que los agentes descubrían un nombre, parecía ser demasiado tarde.
Un matrimonio de unos 30 años, Manuel Francisco Steinbruck Pereira y Adriana Carolina Costa Silva Pereira, se había fugado a Portugal en 2018 y había desaparecido.
Al parecer, también había un grupo de personas en Uruguay. Una mujer, supuestamente llamada María Luisa Domínguez Cardozo, tenía partida de nacimiento brasileña y luego obtuvo pasaporte uruguayo. Y había otro matrimonio: Federico Luiz González Rodríguez y su esposa, María Isabel Moresco García, una espía rubia que trabajaba como modelo. Los agentes brasileños a cargo de la Operación Este habían dedicado incontables horas a descubrir esos nombres, pero aún no tenían pruebas, salvo la acusación de documento falso contra Cherkasov.
Pero compartieron lo que habían descubierto con las agencias de inteligencia internacionales, cuyos oficiales cotejaron esa información con sus registros de agentes de inteligencia rusos. Y encontraron coincidencias, lo que en algunos casos permitió a los brasileños asociar un nombre real con las falsas identidades brasileñas.
La pareja que vivía en Portugal bajo el nombre de Pereira, por ejemplo, resultó ser en realidad Vladimir Aleksandrovich Danilov y Yekaterina Leonidovna Danilova, según dos funcionarios de inteligencia occidentales.
El otoño pasado, Brasil emitió una serie de notificaciones azules de Interpol, con los nombres, fotografías y huellas dactilares de los espías rusos, incluidos Shmyrev y Cherkasov.
Las notificaciones de Interpol no incluyen los nombres reales, pero sí las fotografías y otros datos de identificación. Con sus identidades registradas en las bases de datos policiales y sus nombres verdaderos identificados por los servicios de espionaje, es muy probable que los agentes nunca vuelvan a trabajar como espías extranjeros.
De todos los espías, solo Cherkasov sigue en prisión. Fue declarado culpable de falsificación de documentos y condenado a 15 años de cárcel, pero su condena fue reducida a cinco años.
Traducción de Jaime Arrambide
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