La noche en la que el VAR le robó a Lionel Messi mucho más que un gol

2

En la noche del miércoles, en el estadio de Fort Lauderlade, en el triunfo de Inter Miami 3-1 sobre Los Angeles FC, en un partido por los cuartos de final de la Champions Cup de la Concacaf, el VAR le robó a Lionel Messi mucho más que un gol, que a esta altura de su carrera no necesita demasiado: ya lleva oficialmente 858 (incluidos los dos de esa noche), y por si fuese poco, desde su desembarco en Norteamérica en 48 partidos anotó 42 goles y dio 20 asistencias.

La diosa tecnología, que jamás jugó un picado de los bravos, algo que ninguna inteligencia artificial podrá experimentar alguna vez, privó a Leo no sólo de un gol, sino de algo no mensurable para los tecnócratas del fútbol susceptible de ser medido entre tiralíneas y pantallas. Territorio virtual en el que la uña de un pie, o un codo no doblado a tiempo, define si un gol vale o no.

En una liga ajena al sentir y al jugar del fútbol de las calles y no el de los countries y los pastos sintéticos, el VAR privó a Messi de salir al rescate de la añeja picardía del potrero, o si se quiere de la avivada del barrio, ese encanto reo de hacer del fútbol un minué interminable entre la pelota y “el muchachito de la película”. El puro juego.

Una máquina y un par de burócratas le robaron a Messi esa ráfaga traviesa que, seguramente, él valore mucho más de lo que se piensa, aún en esta etapa de su vida, en este ostracismo dorado que disfruta de los mimos universales, mientras decide si hace el ultimo last dance para el Mundial 2026, como le piden desde el mercado y el negocio, con la FIFA como abanderada, hasta los hinchas de todos los rincones del mundo. Ni hablar de los rezos argentinos para que su cuerpo aguante un poquito más.

¿Qué fue lo que pasó? Con el resultado 0-1 contra el Inter, foul contra Messi, en las cercanías del área. Tiro libre desde una posición que contagia pánico en los rivales. Quedó en el suelo. No se quejó, sólo se levantó con la urgencia de un rayo. No pidió barrera, no esperó a que se formara ni a que el árbitro ordenara el remate. Sólo miró al arquero Hugo Lloris, en una punta y él pateó hacia el lado contrario. Gol y celebración.

El árbitro mexicano César Arturo Ramos Palazuelos vio todo a dos metros y convalidó el gol, pero el VAR, a cargo de su compatriota Erick Yair Miranda Galindo, lo hizo arrepentir. Al momento de escribir estas líneas no se conocía informe oficial del motivo de la anulación.

Entre nosotros, el 22 de diciembre de 1976 se vivió una situación similar. Fue en cancha de Racing en un mano a mano entre Boca y River que definía el campeón del Nacional de 1976. A los 71 minutos Passarella bajó al Toti Veglio en las proximidades del arco de Fillol.

Suñé, defensor boquense de esos que dejaban la piel en cada jugada, viene de atrás. Fillol empieza a ordenar la barrera. Suñé no la pide. Tampoco espera la orden del árbitro, Arturo Ithurralde. La clava en un ángulo. Golazo. Boca campeón. La actitud de Fillol se adelantó en casi 50 años a la resignada imagen del francés Lloris, el miércoles a la noche. Todo pasó mucho antes de Messi y de la burocracia del VAR.