NUEVA YORK.— Desde casi cualquier ángulo, 2025 ha sido un año especialmente adverso para quienes se preocupan por la libertad de prensa. Las señales de deterioro se acumulan y dibujan un panorama inquietante para el periodismo a nivel global y, en particular, en Estados Unidos.
Todo indica que este podría ser el año más letal jamás registrado para periodistas y trabajadores de medios de comunicación. En paralelo, el número de agresiones a reporteros en suelo estadounidense casi iguala al de los últimos tres años combinados. A esto se suma un clima hostil desde el poder: el presidente de Estados Unidos reprende con frecuencia a quienes lo interpelan, ha llegado a llamar “cerdita” a una periodista y mantiene una relación de confrontación permanente con la prensa. Mientras tanto, las redacciones continúan achicándose.
Para muchos observadores, cuesta encontrar un período reciente más oscuro. Así lo sostiene Tim Richardson, exreportero del Washington Post y actual director del programa de periodismo y desinformación de PEN America. “Se puede afirmar con seguridad que el ataque a la prensa durante el último año ha sido probablemente el más agresivo que hemos visto en tiempos modernos”, señaló.
A escala global, los datos son contundentes. Según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), 126 personas vinculadas a la industria de los medios fueron asesinadas en 2025 hasta principios de diciembre, una cifra que iguala el total de muertes registradas en todo 2024, año que ya había marcado un récord. Los bombardeos israelíes en Gaza explican 85 de esos decesos, 82 de ellos correspondientes a periodistas palestinos.
“Es extremadamente preocupante”, advirtió Jodie Ginsberg, directora ejecutiva del CPJ. “No se trata solo del número de periodistas asesinados, sino también de la falta de justicia y de rendición de cuentas por esos crímenes”. Según explicó, la impunidad tiene un efecto multiplicador: “Lo que sabemos tras décadas de trabajo es que la impunidad genera más impunidad. Cuando no se investigan ni se castigan estos asesinatos, se crea un entorno en el que continúan ocurriendo”.
El CPJ estima, además, que al menos 323 reporteros permanecen encarcelados en todo el mundo.
Si bien ninguno de los periodistas asesinados este año era estadounidense, ejercer la profesión en Estados Unidos también se ha vuelto más riesgoso. De acuerdo con el U.S. Press Freedom Tracker, se reportaron 170 agresiones contra periodistas en el país en lo que va del año, 160 de ellas cometidas por fuerzas de seguridad. Muchas de estas denuncias surgieron durante la cobertura de operativos de control migratorio.
En este contexto, resulta difícil ignorar la influencia de Donald Trump. Aunque interactúa con los periodistas más que cualquier otro presidente reciente —responde llamadas y concede declaraciones con frecuencia—, su relación con la prensa está marcada por la confrontación.
“Trump siempre ha atacado a la prensa”, afirmó Richardson. “Pero en su segundo mandato ha transformado ese discurso en acciones concretas del gobierno para restringir, castigar e intimidar a los periodistas”.
The Associated Press lo experimentó de primera mano, cuando el presidente limitó el acceso de la agencia tras su negativa a adoptar la iniciativa oficial de renombrar el Golfo de México. El episodio derivó en una batalla judicial que aún sigue sin resolverse. Trump también alcanzó acuerdos con las cadenas ABC y CBS News en demandas vinculadas a coberturas que consideró desfavorables, y mantiene litigios abiertos contra The New York Times y The Wall Street Journal.
A esto se suman medidas más amplias. Molesto desde hace años por lo que considera un sesgo contra los conservadores en PBS y NPR, Trump y sus aliados en el Congreso recortaron fondos a la radiodifusión pública. Además, el gobierno avanzó en el cierre de organismos federales dedicados a transmitir noticias al exterior.
“Estados Unidos ha sido históricamente un gran inversor en el desarrollo de medios independientes, especialmente en países donde no existen o son muy débiles”, explicó Ginsberg. “La eliminación de Radio Free Europe, Radio Free Asia y la Voz de América supone otro golpe a la libertad de prensa a nivel mundial”.
El tono confrontativo se replica dentro de la Casa Blanca. La oficina de prensa presidencial, por ejemplo, eligió el día posterior a Acción de Gracias para lanzar un sitio web dedicado a denunciar a medios y periodistas considerados “injustos”.
“Es parte de una estrategia más amplia que estamos viendo en algunos gobiernos, particularmente en Estados Unidos”, sostuvo Ginsberg. “Consiste en etiquetar como noticias falsas a los periodistas que no se limitan a repetir la narrativa oficial, presentándolos como sospechosos o incluso criminales”.
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, también ha contribuido a ese clima al retratar a los periodistas como figuras que merodean el Pentágono en busca de secretos clasificados, una narrativa que sirvió de justificación para imponer reglas más restrictivas a la cobertura.
La respuesta de los medios fue inédita: la mayoría de las organizaciones periodísticas renunciaron a sus credenciales en el Pentágono antes que aceptar las nuevas normas y continuaron informando desde fuera. The New York Times presentó un recurso para intentar revertir las restricciones y ha salido públicamente en defensa de su trabajo cada vez que es atacado por el presidente, incluso ante quejas sobre la cobertura de su estado de salud.
Pese a lo organizado del embate contra la prensa, el impacto parece haber pasado relativamente desapercibido para la sociedad. Según el Centro de Investigación Pew, solo el 36% de los estadounidenses dijo haber oído hablar este año de la relación entre el gobierno de Trump y la prensa, frente al 72% que afirmaba lo mismo en igual período de su primer mandato.
Las encuestas muestran, además, que los periodistas nunca han gozado de gran popularidad, lo que reduce la empatía cuando su labor se ve amenazada.
“Al final, el verdadero daño recae sobre la población”, subrayó Richardson. “La gente depende de reportes independientes para comprender y fiscalizar las decisiones que se toman desde la oficina más poderosa del mundo”.
En un contexto marcado por más de dos décadas de reestructuración del sector —impulsada en gran parte por el colapso del mercado publicitario—, los despidos se han vuelto una constante. Una de las cifras más desalentadoras del año surge de un informe de Muck Rack y Rebuild Local News: en 2002 había 40 periodistas por cada 100.000 habitantes en Estados Unidos; hoy, esa cifra se redujo a poco más de ocho.
Aun así, hay pequeños focos de optimismo. Tanto Ginsberg como Richardson destacaron el surgimiento de organizaciones locales independientes que funcionan como brotes verdes en un paisaje árido, entre ellas The Baltimore Banner, Charlottesville Tomorrow en Virginia y Outlier Media en Michigan.
Incluso en el Estados Unidos de Trump, donde los medios tradicionales suelen ser objeto de burla, el director ejecutivo de Axios, Jim VandeHei, sostuvo recientemente que los periodistas de los grandes medios siguen trabajando con rigor y mantienen la capacidad de marcar la agenda pública.
“Con el tiempo, con suerte, la gente recuperará el sentido común”, dijo a la AP. “Y dirá: ‘Oigan, los medios, como todo, son imperfectos, pero es muy bueno tener una prensa libre’”.