BAGDAD.- Irak, un país marcado por décadas de guerra y represión bajo el régimen de Saddam Hussein y su posterior caída a manos de Estados Unidos, celebró el martes elecciones parlamentarias mientras atraviesa un período de inusual estabilidad.
Los iraquíes acudieron a las urnas para elegir una nueva legislatura de 329 miembros en la que se prevé que el bloque del actual primer ministro de Irak, Mohammed Shia al-Sudani, tenga el mayor número de escaños pero no alcance una mayoría, lo que podría significar meses de conversaciones postelectorales para repartir los puestos del gobierno y elegir a un premier.
Los primeros resultados se esperan para el miércoles.
Sin embargo, la tasa de participación en las elecciones parece haber atravesado el piso histórico a raíz de la desconfianza generalizada entre los iraquíes en la política local y el boicot masivo organizado por el popular Movimiento Sadrista, cuyo líder, el influyente clérigo chií Muqtada al-Sadr, cuenta con cientos de miles de votantes entre su base de apoyo.
En este contexto, sólo 21,4 de un total de 32 millones de votantes elegibles actualizaron su información y obtuvieron tarjetas de votante antes de las elecciones, un descenso respecto a las últimas elecciones parlamentarias en 2021, cuando alrededor de 24 millones de votantes se registraron.
Los miembros de las fuerzas de seguridad y las personas desplazadas que viven en campamentos emitieron sus votos en la votación anticipada el domingo.
Los comicios, además, se celebraron en un contexto de cambios importantes en la región durante los últimos dos años, incluidos los conflictos en Gaza y Líbano tras los ataques liderados por Hamas el 7 de octubre de 2023 en el sur de Israel, la guerra entre Israel e Irán en junio y la caída del presidente sirio Bashar al-Assad en diciembre pasado.
Mientras tanto, Estados Unidos incrementa la presión sobre el gobierno iraquí para frenar la influencia de las facciones armadas alineadas con Irán, algunas de las cuales tuvieron candidatos en la votación del martes.
Las elecciones en Irak se caracterizan cada vez más por la baja participación. Muchos votantes perdieron la fe en un sistema que no ha logrado terminar con la captura del Estado por parte de partidos con leales armados, mientras que los iraquíes de a pie se quejan de la corrupción endémica, los malos servicios y el desempleo.
Según las previsiones de analistas y encuestadores antes de los comicios, la participación caería por debajo del mínimo histórico del 41% registrado en 2021, el porcentaje más bajo desde que comenzaron las votaciones.
En las elecciones de este año, un grupo de nuevas caras aspiraban irrumpir en la escena política iraquí, pero sus posibilidades frente a las viejas redes clientelares parecen inciertas. “Estas elecciones no dependerán de la popularidad. Dependerán del dinero que se gaste”, dijo el exprimer ministro Haider al-Abadi en una entrevista televisada el mes pasado.
En ese sentido, los analistas advirtieron que la baja participación de la población civil podría erosionar aún más la confianza en un sistema que, según los críticos, beneficia a unos pocos y desatiende a la mayoría.
“Para los 21 millones de iraquíes inscritos en el censo electoral, los comicios del martes no harán más que refrendar un orden político ya conocido”, dijo Ahmed Younis, analista político afincado en Bagdad, antes de las elecciones.
“No se espera que los resultados introduzcan cambios drásticos en el mapa político iraquí”, agregó el experto.
A pesar del escepticismo, más de 7740 candidatos, casi un tercio de ellos mujeres, se postularon para integrar el Parlamento. Entre ellos, solo 75 concurrieron como independientes, bajo una ley electoral que los críticos consideran que favorece a los partidos más grandes.
El actual primer ministro llegó al poder en 2022 gracias a una alianza gobernante de partidos y facciones chiítas vinculados a su vecino Irán. El funcionario ha resaltado su “éxito” en mantener a Irak relativamente indemne de la agitación que envuelve a Medio Oriente.
Desde que las fuerzas lideradas por Estados Unidos derrocaron a Husein, un sunita, la mayoría chiíta de Irak, oprimida durante mucho tiempo, se mantiene en el poder y la mayoría de los partidos mantienen vínculos con Irán.
Por convención, desde la invasión un musulmán chiíta ocupa el poderoso cargo de primer ministro, y un sunita el de presidente del Parlamento, mientras que la presidencia, en gran parte ceremonial, recae en un kurdo.
El bloque liderado por el clérigo Al-Sadr ganó el mayor número de escaños en las elecciones de 2021, pero luego se retiró tras negociaciones fallidas sobre la formación de un gobierno, en medio de un enfrentamiento con partidos chiíes rivales. Desde entonces, ha boicoteado el sistema político en Irak.
A la entrada de Ciudad Sadr, un extenso bastión del movimiento sadrista a las afueras de Bagdad, la seguridad era notablemente más estricta que en otras partes de la capital iraquí el día de la votación. Las fuerzas especiales iraquíes y la policía federal se desplegaron por toda el área, con vehículos blindados y camionetas estacionados a lo largo de las rutas principales, tripulados por soldados fuertemente armados.
Un gran cartel mostraba a Al-Sadr vistiendo uniforme militar y sosteniendo un arma, con las palabras: “Mi pueblo en Ciudad Sadr está boicoteando”. En una calle principal de la ciudad, todas los locales estaban cerrados y los carteles de los leales a Sadr asesinados cubrían las paredes.
Los centros de votación estaban abiertos pero casi completamente vacíos. En uno de ellos, que atiende a 3300 votantes, el director del centro, Ahmed al-Mousawi, dijo unas horas después de iniciada la votación que menos de 60 personas habían votado.
“El boicot sadrista ha tenido un gran impacto”, expresó. “En elecciones anteriores, solía haber largas filas desde las primeras horas de la mañana, pero hoy la diferencia es dramática”.
Sabih Dakhel, un votante de 54 años que acudió con su esposa, dijo que habían decidido votar con la esperanza de que los nuevos funcionarios electos pudieran mejorar las condiciones de vida para personas como ellos.
“Pudimos votar libremente hoy, pero el boicot sadrista ha afectado profundamente la participación”, manifestó Dakhel. “Ciudad Sadr se siente casi como un confinamiento debido al llamado de Muqtada al-Sadr para que sus seguidores se queden en casa”.
El próximo gobierno iraquí tendrá que navegar por el delicado equilibrio entre la influencia estadounidense e iraní, y gestionar decenas de grupos armados más próximos a Teherán, que responden más ante sus propios líderes que al Estado. Todo ello, mientras se enfrenta a la creciente presión de Washington para desmantelar esas milicias.
Los resultados de las elecciones también podrían enfrentar desafíos legales. El jefe del Consejo Judicial Supremo de Irak escribió en un comunicado publicado en el sitio web del consejo que la fecha de las elecciones fijada para el martes es inconstitucional, señalando que la votación estaba originalmente programada para el 24 de noviembre.
Agencias AP, AFP y Reuters