En el corazón de la minería moderna, el litio argentino se ha convertido en uno de los minerales más estratégicos del siglo XXI. Su uso en baterías para autos eléctricos, telefonía celular y sistemas de almacenamiento energético lo posiciona como protagonista de la transición energética global. Pero detrás de su extracción hay un actor clave y fundamental: la cal industrial.
La cal, en sus distintas formas (cal viva y cal hidratada), cumple funciones esenciales en el tratamiento de salmueras ricas en litio, especialmente en los salares del norte argentino. Su aplicación permite regular el pH de las soluciones durante el proceso de concentración, precipitar impurezas como magnesio, calcio y sulfatos, y optimizar la eficiencia química de los reactivos utilizados en las etapas posteriores.
En términos simples, la cal actúa como un purificador que prepara el terreno para que el litio pueda ser extraído con mayor pureza y menor costo operativo.
Según datos del sector minero, para producir una tonelada de litio se requieren entre 8 y 10 toneladas de cal, lo que evidencia su peso en la cadena de valor. Este dato no solo refleja la importancia técnica del insumo, sino también su impacto logístico y económico: la disponibilidad, calidad y cercanía de las plantas de cal en Argentina puede influir directamente en la viabilidad de un proyecto minero.
En este sentido, provincias como San Juan, con una fuerte tradición calera, se inserta paulatinamente y de manera estratégica como proveedora de este insumo para los desarrollos de litio en el NOA argentino.
La minería del litio no puede pensarse sin la participación de la cal. Esta relación técnica, muchas veces invisible para el público general, es clave para entender cómo se construye la sostenibilidad de los procesos extractivos. Además, abre oportunidades para encadenamientos productivos regionales, donde sectores como el calero pueden integrarse a la nueva economía verde.