PARÍS.- Diez días después de la incursión de una veintena de drones en el espacio aéreo de Polonia, tres aviones de combate rusos violaron, a su vez, el viernes 19 de septiembre, las fronteras de un país del flanco este de la Unión Europea (UE) y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN): las de Estonia.
Sobrevuelo voluntario o no, el régimen de Vladimir Putin trata así de evaluar las capacidades de defensa de la OTAN, detectar posibles fallas de seguridad y, sobre todo, avivar las divisiones dentro de la alianza transatlántica.
La incursión de tres aviones rusos en el cielo estonio, aunque negada por Moscú, es un “nuevo ejemplo de un comportamiento ruso peligroso”, declaró la OTAN.
Mientras el análisis del incidente que involucró a una veintena de drones rusos en el cielo polaco en la noche del 9 al 10 de septiembre sigue en curso por parte de la OTAN, Estonia denunció el viernes una intrusión “de una brutalidad sin precedentes” por parte de tres aviones rusos MIG-31. Esos aviones interceptores supersónicos habrían permanecido 12 minutos en el espacio aéreo estonio sin autorización.
Una eternidad en términos de vuelo, que induce a los especialistas a afirmar que “no puede tratarse de una intrusión accidental”. Consideran además que, en el marco de la guerra híbrida que lleva a cabo desde que invadió Ucrania en febrero de 2022, Rusia podría continuar sus incursiones en el espacio aéreo de los países miembros de la OTAN.
“Rusia juega esta carta únicamente para probar a la OTAN, para ver cómo reacciona en el plano militar y en el plano político”, analiza Samantha de Bendern, investigadora del británico Instituto Real de Relaciones Internacionales.
En la noche del 9 al 10 de septiembre, 19 drones rusos Gerbera de largo alcance entraron en el espacio aéreo de Polonia, desencadenando por primera vez desde el inicio de la guerra en Ucrania una intervención de la OTAN contra una intrusión rusa. Tres de esos drones fueron derribados por aviones de combate o sistemas de defensa aérea. Cuatro días después, Rumania anunciaba a su vez que un dron Geran había violado su espacio aéreo durante casi una hora antes de retirarse. Esos dos países miembros de la OTAN comparten frontera con Ucrania.
Este viernes, tres aviones de combate rusos MiG-31 violaron durante 12 minutos el espacio aéreo de Estonia, sobre el golfo de Finlandia, antes de ser interceptados por F-35 italianos. Desde agosto, Italia tiene la tarea de proteger el espacio aéreo de los países bálticos para la OTAN. Por su parte, la Alianza transatlántica denunció rápidamente una nueva “provocación” del Kremlin.
Estos eventos se suman a otras incursiones de drones rusos ocurridas en los últimos meses en los países bálticos. Sin olvidar los sabotajes de cables de comunicación submarinos en el mar Báltico, actividades de perturbación muchas de ellas también atribuidas a Rusia.
“Rusia busca aprender más sobre las capacidades [militares] reales de la alianza”, sostiene Alexandre Melnik, ex diplomático ruso, profesor del ICN Business School. Con estas incursiones, el régimen de Putin desea recopilar información de naturaleza militar sobre el tipo de reacción desencadenada por la OTAN, sobre las capacidades desplegadas, sobre la rapidez de la toma de decisiones, etc.
Como la mayoría de sus homólogos, tanto Bendern como Melnik consideran que la explicación del Kremlin de que los drones enviados a Polonia y Rumania se “desviaron” debido a la interferencia de ondas, es poco creíble. Equipados con cámaras, estos aparatos pueden realizar actividades de reconocimiento y recopilar información valiosa sobre las infraestructuras de defensa.
“Recientemente, Polonia aumentó considerablemente sus capacidades militares. Hay regiones donde Rusia quiere saber qué equipos [posee Polonia], dónde están posicionados, dónde están las fábricas de municiones, etc.”, agrega Bendern.
Al actuar de esta manera, Moscú también buscaría identificar las debilidades en la defensa del flanco este de la OTAN, así como las vulnerabilidades de las que podría aprovecharse.
“Por ejemplo, si pueden entrar en Rumania o en la República Checa [con drones] y recopilar información sin que haya respuesta”, destaca Gesine Weber, especialista en cuestiones de Seguridad y Defensa europeas.
En el plano político, el Kremlin utiliza estas incursiones para evaluar las reacciones.
“En todo caso, el objetivo principal de Rusia es fracturar la Alianza”, recuerda Weber.
“Con cada acción, intentan verificar dónde están las divergencias [entre los Estados miembros], dónde están las divisiones en las reacciones, para luego, con otro ataque, intentar jugar con esas diferencias y sacar provecho, con el objetivo de lograr la disolución de la Alianza”, agrega.
Por ahora, sin embargo, los aliados han preservado su unidad. Rápidamente, desde el 12 de septiembre, la OTAN puso en marcha la misión Centinela Oriental (Eastern Sentry) para reforzar su flanco este y disuadir las intrusiones rusas.
Varios países de la alianza -entre ellos Francia, Alemania, Reino Unido y Dinamarca- se han ofrecido para participar en esta misión con aviones de combate, sistemas de defensa aérea y aeronaves de vigilancia. Estados Unidos, cuyo presidente parece no tener interés en enfrentar directamente a su homólogo ruso, no participa en este despliegue.
“Ese refuerzo era necesario porque se sabía que había debilidades. Sin embargo, si las incursiones se intensifican, la Alianza deberá encontrar medios más adecuados para responder a estas nuevas amenazas”, señala Bendern.
Polonia y sus aliados de la OTAN han utilizado aviones de combate F-16 y F-35 y sistemas de defensa estadounidenses Patriot para derribar los drones. Pero se trata de soluciones excesivamente caras -un misil Patriot cuesta más de tres millones de dólares- para neutralizar esos aparatos que vuelan a baja altitud y cuyo costo de fabricación ronda apenas unos pocos miles de dólares.
“Debemos innovar, como lo hacen los ucranianos, para dotarnos de armas lo suficientemente baratas para derribar estos drones de manera más eficaz sin gastar sumas colosales”, sostiene Xavier Tytelman, exaviador, director de la revista Air et Cosmos.
Tytelman también espera que la OTAN tenga “el coraje” de romper con su estrategia estrictamente defensiva.
“Siempre es Rusia la que nos provoca y la OTAN la que reacciona. A nivel estratégico, es un desafío. Deberíamos ser capaces de actuar de manera proactiva para moldear el futuro de la zona euroatlántica”, afirma.
Pero los responsables de la Alianza Atlántica han decidido aplicar, por ahora, la estrategia de la prudencia. Según los elementos divulgados por el ejército estonio, los cazas rusos Mig-31 penetraron el espacio aéreo en la región de la isla de Vaindloo, situada en el golfo de Finlandia, en el mar Báltico, a 100 kilómetros al noreste de la capital, Tallin. Los aviones no tenían plan de vuelo, sus transpondedores estaban apagados y la comunicación por radio cortada con el control aéreo estonio, según el comunicado.
Y si bien la OTAN denunció, el viernes por la noche, “un nuevo ejemplo de comportamiento ruso peligroso”, las intenciones que pudieron conducir a ello siguen siendo difíciles de determinar. Aviones rusos frecuentemente bordean las costas de los tres Estados bálticos para realizar conexiones entre San Petersburgo y el enclave ruso de Kaliningrado, siendo esta ruta la única otra opción aparte del sobrevuelo de estos países. El corredor aéreo es muy estrecho, al igual que el corredor marítimo. En ciertos lugares del golfo de Finlandia, solo unas decenas de kilómetros separan ambas costas, y las aguas internacionales se reducen a un corredor de 6 millas náuticas (aproximadamente 11 kilómetros).
Las islas complican aún más la delimitación de las fronteras. El sobrevuelo de los alrededores de la isla de Vaindloo desencadena así alertas regularmente. El 8 de septiembre, un helicóptero ruso entró en el espacio aéreo estonio en esta zona, volando en infracción durante cuatro minutos. En 2024, los aviones aliados despegaron más de 400 veces para interceptar aviones rusos cuya trayectoria amenazaba con violar el espacio aéreo de la OTAN, según cifras comunicadas por la Alianza Atlántica.
Sin embargo, las maniobras agresivas son excepcionales, y generalmente basta con que los aviones aliados se muestren para que el piloto ruso corrija su trayectoria.
“El nivel de los aviadores rusos en circulación aérea es muy bajo. Si no tenían un plan de vuelo, su entrada en el espacio aéreo estonio puede ser tanto por una falta combinada de profesionalismo, indisciplina o provocación deliberada. Seguimos en una niebla de actividades más o menos voluntarias y más o menos provocativas”, analiza Tytelman. Rusia, además, consideró el sábado, a través de su ministerio de Defensa, que no había violado en absoluto el espacio aéreo estonio.
Este último incidente mantiene, sin embargo, una presión importante sobre los aliados. Mientras que las incursiones de drones del 10 de septiembre pusieron de relieve las fallas de los europeos en materia de lucha anti-drones, estos sobrevuelos de aviones rusos ponen el dedo en otro tema que es objeto de serias discusiones dentro de la Alianza: la defensa aérea. Un ámbito donde las capacidades de los Estados miembros no son extensibles a voluntad, cuyo funcionamiento es relativamente costoso y donde las reglas de compromiso están extremadamente codificadas.
Este pico de tensiones entre la OTAN y Rusia ocurre también mientras se llevan a cabo, en septiembre, importantes ejercicios militares por ambas partes. El 16 de septiembre, Rusia concluyó su ejercicio emblemático, “Zapad”, en Bielorrusia, maniobras de gran escala que solo se realizan cada cuatro años. Sin embargo, la última edición tuvo lugar pocos meses antes del inicio de la guerra en Ucrania y sirvió de cobertura para el despliegue de fuerzas que luego se lanzaron al asalto de Kiev: un trauma para muchos aliados, especialmente los del flanco oriental.
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