EL CALAFATE, Santa Cruz.- Criados junto a las ovejas desde que nacen, aunque con cuidados y costos elevados, los perros protectores de ganado son la única herramienta que un puñado de productores de Tierra del Fuego ha encontrado efectiva para proteger al ganado de los ataques permanentes de perros asilvestrados. Se estima que algo más de 50 de estos perros trabajan en la isla, la mayoría criados por productores locales, con el objeto de hacer frente al animal asilvestrado.
Los perros protectores de ganado, -conocidos como PPG por sus siglas-, que se encuentran hoy en los campos de la provincia más austral, son cruza de Montaña del Pirineo, Maremmano y Mastín del Pirineo.
Las primeras pruebas fueron en el 2011 y empezaron a reproducirse tímidamente a partir de 2015. Los pioneros en incorporar este tipo de perros persiguen el objetivo de hacer un manejo conjunto con otros productores para integrarlos en el manejo y darle un marco al trabajo que por su naturaleza los perros ya hacen.
Según los productores, ante la falta de políticas públicas sobre el tema, hasta ahora el uso de PPG es el único medio de control que han encontrado frente al azote del perro asilvestrado, hoy devenido en el “predador tope” de la isla, cuyo número ha crecido en un 1000% en los últimos cinco años, según una investigación llevada adelante por los biólogos Emiliano Arona y Adrián Schiavini.
Alambrados eléctricos, trampas de pie, armas de fuego, nada ha sido efectivo a la hora de proteger las majadas ubicadas en el centro de la isla. Las enormes pérdidas hacen inviable la producción ovina y un creciente número de productores se han reconvertido al bovino. En una década, con datos hasta 2018, el stock ovino disminuyó en unas 300.000 cabezas, casi el 50% del stock de la provincia.
“El perro hace una disrupción en el comportamiento del otro. Lo distrae. Interrumpe el comportamiento de la caza, que implica la secuencia: acechar, correr, apresar, matar. Tiene una acción expulsiva y de patrullaje alrededor del rebaño y logran mantener a raya al asilvestrado”, señala a LA NACION Sebastián Cabeza, dueño de Guazú Cué, estancia de 10.000 hectáreas hoy con unos 2000 ovinos de esquila, luego de haber tenido que transformar gran parte del ganado a bovino por el flagelo de los asilvestrados.
Ingeniero en producción agropecuaria recibido en la UCA junto a su esposa Cécile, en 2007 vieron cómo aparecían ovejas lastimadas por los asilvestrados. “El campo era un infierno”, recuerda hoy y agrega: “En pocos días comprobamos que el perro asilvestrado es un depredador torpe, pero vicioso e insistente. Capaz de herir gran cantidad de animales y los deja luego morir a manos de las infecciones y los caranchos”.
“La primera lección aprendida fue que es infructuoso tratar de cazar perros y que es mejor proteger a las ovejas”, reflexiona hoy.
En 2008 se instalaron 17 kilómetros de alambrado eléctrico de tres hilos, con un diseño adaptado a partir de varias ideas recopiladas. Los primeros meses funcionó muy bien. Sin embargo, los perros comenzaron a ingresar luego de unos meses. En 2011, motivados por la experiencia del productor José Kusanovic, de Puerto Natales, Chile, la cual pudo conocer gracias a gestiones de la AER INTA Río Grande, Cabeza decidió probar el uso de PPG y arrancó con dos cachorros recién destetados que le regaló el productor Ivo Robertson para hacer su primera experiencia. “Demoramos dos años, apoyados por mucha bibliografía y paciencia, en comprender sobre el terreno y a pequeña escala, qué es un perro protector”, detalla Cabeza.
A partir de ahí viajaron varias veces los 700 km que separan su campo con Puerto Natales para comprar perros que pudiera ir cruzando con sus cachorros ya crecidos. “En el otoño de 2014, después de seis desesperantes temporadas de pérdidas recurrentes tomamos dos decisiones drásticas: escapar del desastre comenzando un proceso de reconversión al bovino y apostar nuevamente sobre las ovejas remanentes, con la implementación de perros protectores de ganado a escala de producción, hasta lograr resultados aceptables, o hasta vender la última oveja”, señala el productor.
El productor, de 53 años y con la mayor parte de su vida en el campo, cuenta que los principios fueron muy duros, incluso, cuando otros productores, por error mataban sus perros protectores que había comprado o criado desde chicos. Por las características del animal, no conoce de límites ni tranquera, cuida todas las ovejas que estén cerca y son de irse a otros campos donde haya ovejas que cuidar.
“No controlamos a los perros asilvestrados, apenas controlamos el daño que hace el perro asilvestrado sobre el ganado, los asilvestrados siguen creciendo y eso hace que el contexto sea cada vez más difícil. El peor año en cuanto a los resultados productivos en nuestro establecimiento fue el 2014, justo antes de empezar a utilizar a los PPG a escala productiva, la presión que tenemos sobre los campos es enorme”, indica.
Desde 2015 otros establecimientos han ido incorporando el uso de PPG en la isla, como las estancias Rolito, Viamonte y Pirinaica, y con el tiempo se han sumado algunos más. “El PPG no es gratis, tiene un costo. Si podés proteger 400 ovejas con cada perro, implica un 5% de tu producción de carne. Si vos le regalás el servicio del perro al vecino o si aumentan los asilvestrados, aumenta tu costo. Más alimento, más reposición, más cuidado, más sanidad”, señala.
“Como los PPG no entienden de propiedades, entendemos que su uso requiere de un manejo organizado entre vecinos, como ocurre en algunas zonas similares de EE.UU., donde esta técnica se utiliza desde hace 50 años. Ese es el desafío que nos toca enfrentar ahora, en el cual nos acompaña el Cadic (Centro Austral de Investigaciones Científicas) y el INTA”, finaliza Cabeza.