El ruido en los frenos suele ser una de las primeras señales que inquieta a los conductores. A veces se trata de un ruido pasajero, producto de la humedad o del polvo acumulado en los discos. Otras, es el síntoma de un desgaste que exige atención inmediata. Diferenciar entre un fenómeno normal y un problema mecánico es clave para evitar daños mayores y sobre todo para garantizar la seguridad en la conducción.
En condiciones de humedad, o cuando el vehículo pasa varios días sin uso, es común que se forme una fina película de óxido sobre los discos. En esos casos, las primeras frenadas suelen ir acompañadas de un silbido agudo que desaparece al poco tiempo, una vez que el propio roce limpia la superficie metálica. Si el ruido se esfuma después de unos kilómetros y no hay otras señales —luces de advertencia encendidas, vibraciones en el pedal o en el volante—, no suele ser motivo de alarma.
La situación cambia cuando se repite de manera constante. Muchas pastillas modernas incluyen un indicador metálico que produce un sonido característico cuando el material de fricción llega al final de su vida útil. Ese silbido persistente es, en realidad, un aviso: hay que reemplazar las pastillas antes de que el soporte metálico entre en contacto con el disco. Ignorarlo puede traducirse en un desgaste prematuro del rotor y en una pérdida de eficacia al frenar.
También existen otros factores que generan ruidos. Una pinza con guías secas, herrajes flojos, resortes fuera de lugar o láminas antirruido deterioradas pueden provocar vibraciones que derivan en ruidos. Incluso tras un cambio de pastillas, si no se realizó el asentamiento adecuado o quedaron contaminantes en la superficie, es posible que aparezca un sonido molesto. En estos casos, una revisión en el taller permite lubricar y ajustar los componentes, y verificar que el montaje se haya hecho de manera correcta.
Cuando el ruido deja de ser un simple silbido y se convierte en un “raspado” metálico, el problema ya es grave. Esa fricción directa entre el soporte de la pastilla y el disco no solo daña el rotor, sino que multiplica las distancias de frenado. Aquí la recomendación es clara: no seguir circulando y reemplazar de inmediato los componentes afectados. Lo mismo ocurre si, además del ruido, el conductor percibe vibraciones en el pedal o en el volante, síntomas que suelen asociarse a discos deformados o con variaciones en su espesor.
El diagnóstico correcto combina observación y prevención, siempre acompañado del diagnóstico de un mecánico profesional. Si el ruido aparece únicamente después de una noche húmeda y desaparece pronto, alcanza con estar atento. Pero si el sonido se mantiene, lo prudente es pedir turno en el taller. Allí corresponde medir el espesor de los discos, revisar el estado de las pastillas, lubricar guías y pasadores de la pinza y controlar los niveles de líquido de frenos. En todos los casos, el reemplazo debe hacerse siempre por eje, cambiando ambos lados de manera simultánea.
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