PEKÍN.- Este miércoles el líder chino Xi Jinping presidirá un descomunal despliegue de poderío militar por las grandes avenidas del centro de Pekín, por donde desfilarán misiles hipersónicos, drones subacuáticos, tanques y blindados, todo de última generación, para conmemorar el 80° aniversario de la victoria de China en lo que aquí se conoce como la “Guerra de Resistencia contra la Agresión Japonesa y Guerra Mundial Antifascista”.
Con la presencia del presidente ruso, Vladimir Putin, y más de otros 20 jefes de Estado de países aliados, Xi espera enviar un claro mensaje, no solo sobre la actual capacidad de combate de China, sino sobre su objetivo de igualar militarmente a Estados Unidos para mediados de este siglo.
Pero a pesar de la demostración de fuerza de esta semana, hay señales de que Xi está disconforme con los avances para alcanzar esos objetivos militares. En los últimos dos años, al menos dos decenas de oficiales militares de alto rango y ejecutivos de empresas de defensa desaparecieron de la escena pública o fueron removidos de sus cargos.
Esa purga forma parte de una profunda campaña para erradicar una corrupción endémica y recalcitrante que podría socavar la capacidad de las fuerzas armadas de tomar el control de Taiwán o de alcanzar los objetivos militares de Xi en general.
“Si hay líderes militares corruptos o políticamente poco fiables, eso conlleva inherentemente a que haya problemas de preparación”, apunta Lyle Morris, experto en el ejército chino del Asia Society Policy Institute, un centro de estudios con sede en Nueva York.
Pero el tema también es el control político: según exfuncionarios norteamericanos y expertos en política china, Xi les está recordando a los altos mandos que mantengan su lealtad a él y a una misión que considera clave para su legado.
Xi hizo de la modernización del Ejército Popular de Liberación (EPL) su prioridad número uno: construyó la armada más grande del mundo en cantidad de buques y más que cuadruplicando el arsenal nuclear de su país, redobló su amenazas de apoderarse de Taiwán, y según funcionarios de inteligencia de Estados Unidos, ya le ordenó al ejército que para el año 2027 deben estar preparados para una posible invasión a esa democracia insular que China reclama como territorio propio.
Jia Xiaopeng – XinHua
Solo cuando Taiwán quede bajo control de Pekín, China podrá alcanzar un “rejuvenecimiento nacional”, según palabras de Xi, que en 2027 seguramente inicie su cuarto y transgresor mandato.
Todo forma parte de su “sueño de China” rivalizando con Estados Unidos por la hegemonía global.
“El sueño de un ejército fuerte es parte integral del sueño chino: no hay uno sin el otro”, señala Joel Wuthnow, investigador del Instituto de Estudios Estratégicos Nacionales de la Universidad Nacional de Defensa de Estados Unidos.
Y eso es especialmente cierto ahora, agrega Wuthnow, porque Xi percibe un deterioro del clima de seguridad global y una competencia cada vez más intensa con Estados Unidos.
Pero ante pocos o ningún indicio de que el poder de Xi se vea amenazado, la purga interna resulta impactante por sus alcances, por la antigüedad de los funcionarios expulsados, y porque recién llega más de una década después del inicio del gobierno de Xi.
Los analistas señalan que esta profunda reestructuración, más que una señal de debilidad, demuestra el grado de control de Xi y podría indicar que las prioridades del líder chino están cambiando, para centrarse en la siguiente etapa de las reformas militares. “En última instancia, lo que quiere es convertir al EPL en una fuerza de combate competente y de clase mundial”, explica Daniel Mattingly, profesor adjunto de ciencias políticas de la Universidad de Yale y especializado en China.
Xi ha convertido al ejército chino en un formidable adversario para Estados Unidos: cuando asumió el cargo, el ejército chino era numeroso, pero estaba equipado con vetustos buques de guerra, aviones y misiles obsoletos, por lo general de diseño ruso.
Hoy China ha desarrollado misiles hipersónicos intercontinentales casi indetectables, capaces de alcanzar a Estados Unidos, y está probando aviones cazas furtivos de avanzada, que podrían incluir sistemas de guerra electrónica que le darían a Pekín una ventaja en una eventual guerra por Taiwán. Y el tercer portaaviones chino ya realizó pruebas en alta mar y cuenta con una catapulta electromagnética para el lanzamiento de aviones pesados (Emals, por su sigla en inglés) que equiparará los sistemas más avanzados de Estados Unidos.
China ya es capaz de innovar rápidamente y desplegar nuevas capacidades “más allá de las tecnologías que roba y toma prestadas de otros”, apunta Ely Ratner, exsubsecretario de Defensa para Asuntos de Seguridad del Indo-Pacífico durante el gobierno de Biden y actual miembro de la Marathon Initiative, un centro de estudios con sede en Washington.
Ratner señala que Estados Unidos tiene que colaborar estrechamente con sus aliados para mantenerse a la vanguardia de China y asegurarse de que Pekín dude de su capacidad para invadir Taiwán sin sufrir una devastadora pérdida en sus fuerzas.
En parte, Xi logró la reestructuración del ejército gracias a su linaje dentro del Partido Comunista y a los lazos personales que cuidadosamente fue cultivando dentro de las fuerzas armadas.
En 2012, cuando Xi asumió el cargo de comandante en jefe, el ejército estaba sumido en la corrupción, incluso según las versiones oficiales chinas: los poderosos generales gestionaban sus propias redes de clientelismo, aceptaban sobornos para otorgar ascensos y tenían su propia agenda, a veces sin informar a los funcionarios civiles.
Xi tomó rápidamente el control, enfatizando aquel famoso dicho de Mao: “Es el Partido el que controla las armas, y no las armas las que controlan el Partido”.
En su primer mandato de cinco años, destituyó a decenas de altos oficiales militares e impulsó la que fue considerada como una de las reformas más significativas de la estructura de mando militar en muchas décadas.
Xi declaró que para el futuro de China, la seguridad era tan importante como el desarrollo económico, y por lo tanto instó al ejército a una “lealtad absoluta” y a estar listo para “luchar y ganar” en la guerra. Ante la desaceleración del crecimiento de la economía, recurrió al nacionalismo para legitimar el gobierno del Partido Comunista y prometió proteger a China de un mundo cada vez más turbulento.
“Xi tiene todo el foco puesto en contar con un ejército a la altura de una superpotencia, para no tener que preocuparse por la reacción de Estados Unidos ante sus planes para la región o el mundo”, apunta Oriana Skylar Mastro, experta en el ejército chino de la Universidad de Stanford.
Mientras que para erradicar la corrupción los ejércitos de Occidente recurren a supervisiones o auditorías independientes, Xi decidió que la solución es un mayor control por parte del Partido Comunista. Por eso reforzó el adoctrinamiento ideológico de los cuadros inferiores de las fuerzas armadas y ha enfatizado la misión política del ejército como el “poder duro” que sustenta el ascenso global de China.
“Xi Jinping ha resaltado en numerosas oportunidades que si en el pasado el EPL pudo ganar guerras contra fuerzas tecnológicamente superiores se debe a la mejor moral de sus tropas, a un mejor trabajo político y a una motivación superior”, apunta Joseph Torigian, experto en historia y política china de la American University, también autor de una biografía del padre de Xi.
Para Xi, agrega Torigian, solo cuando los generales comprenden y creen plenamente en la misión del Partido Comunista, “estarán dispuesto a luchar y matar para mantener el régimen en el poder”.
Traducción de Jaime Arrambide