Si tratamos de imaginar a un alemán en acción, lo más probable es que se nos presente la imagen de un joven con bermudas y tiradores de cuero o una joven de mejillas rosadas y traje típico de Baviera cargando media docena de desbordantes chops de cerveza. El problema no es que tomemos una típica imagen de Baviera como si toda Alemania fuera igual: el verdadero problema con esa imagen es que son los propios alemanes los que están perdiendo el gusto por la bebida que alguna vez los definió.
El 1 de agosto, la Oficina Federal de Estadística de Alemania anunció que en la primera mitad de 2025 la venta de cerveza cayó por debajo de los 4000 millones de litros: la cifra más baja desde los primeros registros en 1993. Hace 20 años, en 2005, el consumo promedio de los alemanes era de 112 litros de cerveza al año: hoy la cifra es inferior a 90 litros.
Alemania sigue siendo el sexto mayor mercado cervecero del mundo, pero los alemanes antes tomaban más cerveza que nadie —salvo que los insaciables checos—, y ahora ocupan apenas el 8° puesto en la clasificación de consumo per cápita. Para colmo, el declive se acelera, y el consultor Gerrit Blümelhuber asegura que algunas cervecerías ya entraron en pánico.
Ese descenso tiene algunas causas conocidas: la población de Alemania está envejeciendo, y las generaciones más jóvenes no son tan fans del alcohol. Algunos culpan al precio, aunque es una idea difícil de conciliar con los US$17,40 que cuesta el cajón de Paulaner en los supermercados. La caída del consumo en restaurantes y hoteles está conectado con problemas más amplios que afectan específicamente a ese sector. Sin embargo, el descenso del consumo de vino es mucho más leve. “En Alemania hay una notable sed de cerveza, pero no tanta como para tomarse un tercer o cuarto vaso”, apunta Volker Kuhl, CEO de la cervecería C&A Veltins.
El único rayo de esperanza parece provenir del floreciente sector de las cervezas sin alcohol, que ya representa casi una décima parte de toda la cerveza elaborada en Alemania (aunque su consumo no está incluido en las estadísticas oficiales). Actualmente es raro encontrar un patio cervecero que no ofrezca alguna cerveza sin alcohol: de hecho, el año pasado en Múnich se inauguró el primero dedicado exclusivamente a cervezas sin alcohol. Y los maestros cerveceros alemanes están probando nuevas técnicas, como el uso de levaduras silvestres, que no fermentan todo el azúcar durante el proceso de elaboración. Pero el histórico Reinheitsgebot, la “Ley de Pureza de la Cerveza Alemana” que establece y limita rigurosamente lo que puede comercializarse con el nombre de esa bebida, no es precisamente un llamado a la innovación, según advierte Markus Raupach, de la Academia Alemana de la Cerveza.
Incluso tomando los pronósticos más optimistas, la cerveza sin alcohol jamás podría compensar la caída del consumo de la cerveza tradicional en Alemania. Y tampoco pueden hacerlo las exportaciones, que están disminuyendo aún más rápido que las ventas domésticas y que ahora, además, sufrirán los aranceles de Donald Trump.
En los últimos cinco años cerraron casi 100 cervecerías alemanas, y seguramente las seguirán otras. Para la resaca, una ducha de agua fría.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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