Cinco expertos dieron una respuesta contundente frente a una de las amenazas a la agricultura

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La necesidad de construir una nueva narrativa para la agricultura no es solo una cuestión filosófica o de imagen. Es una urgencia geopolítica, estratégica y productiva. Hoy, un relato fuerte, que presenta al agro como uno de los principales responsables de los problemas ambientales, significa una amenaza concreta para el crecimiento del sector, el acceso a mercados, la posibilidad de innovar y su sostenibilidad como actividad clave.

Varios líderes internacionales advirtieron que, frente a este escenario, es imprescindible avanzar hacia una nueva visión apoyada en evidencia científica, políticas públicas basadas en datos, comunicación efectiva y cooperación internacional. Esa fue la premisa central de la charla “El futuro de América Latina y el Caribe: construyendo una nueva narrativa para la agricultura”, realizada en el marco del Congreso Aapresid 2025 en La Rural, con la organización de Expoagro. Fue uno de los paneles que atravesó el espíritu de esta edición del encuentro de Aapresid, que lleva como lema Código Abierto.

En esa charla, durante más de dos horas, cinco referentes internacionales debatieron por qué es urgente repensar la relación, qué riesgos implica sostener el discurso actual y qué necesita el agro para recuperar la legitimidad social ante las diferentes presiones.

Walter Baethgen, de la Universidad de ColumbiaSoledad Aznarez

Para Walter Baethgen, de la Universidad de Columbia, el problema no es nuevo, pero sí cada vez más apremiante. “Hoy la narrativa ambiental global sobre agricultura no se define globalmente, la define la Unión Europea. Nos gusta o no, eso es lo que está pasando”, advirtió. Explicó que cuando un espacio discursivo se deja libre, otro lo ocupa. Y, en este caso, los actores europeos han impuesto su visión, con legitimidad, pero sin reflejar la realidad latinoamericana.

Ante ese escenario, Baethgen insistió en la necesidad de que América Latina defina su propia agenda, a través de acciones diplomáticas coordinadas y producción científica robusta. La urgencia, dijo, se vuelve mayor en un mundo donde la sociedad —especialmente los jóvenes— está cada vez más alejada del campo y es más permeable a discursos alarmistas sin sustento científico.

Como ejemplo citó un informe reciente de 20 instituciones europeas que concluye que “el Mercosur no pasa el test de sostenibilidad” en aspectos como inclusión, transparencia y cumplimiento de normas. “Frente a eso, la región debe responder con rigor y evidencia científica”, reclamó. También remarcó que, si se quiere consolidar a América Latina como proveedor global de alimentos sostenibles, es clave contar con indicadores sólidos, pero aplicables a nivel de campo. Y lanzó una advertencia: “Lo peor que le puede pasar a la comunidad agropecuaria es empezar a vender cosas que no son muy robustas, sellos que no pueden ser verificados”.

Al hablar de carbono, puso el foco no solo en el secuestro futuro, sino en el que ya existe en los suelos: “Conservar el carbono existente también es parte de la solución. Hoy no se le da valor, pero debería tenerlo”, afirmó. Y destacó que si se lograra aumentar el carbono del suelo un 0,4%, se podría compensar casi el 70% de las emisiones globales anuales.

Jack Bobo, director del Instituto de Sistemas Alimentarios de la Universidad de Nottingham, coincidió con el diagnóstico de Baethgen y fue más allá: “El relato dominante sobre la agricultura está equivocado y pone en riesgo al propio sistema alimentario”. A su juicio, cuando el agro se muestra solo como causante de problemas, y no como parte de la solución, se bloquea la innovación, se dificulta la colaboración y se pierde apoyo público.

Jack Bobo, director del Instituto de Sistemas Alimentarios de la Universidad de NottinghamSoledad Aznarez

Según Bobo, uno de los mayores desafíos es la tensión entre dos visiones opuestas: quienes impulsan una vuelta a formas de producción más tradicionales —como el movimiento Slow Food— y quienes apuestan a una agricultura intensiva, innovadora y tecnológica. La clave, propuso, es tender puentes entre ambas posturas: “La innovación puede ayudarnos a producir más y mejor, con menos impacto, sin dejar de lado los valores que muchas personas asocian a lo tradicional”.

Pero advirtió que no alcanza con la ciencia: “A la gente le encanta la innovación… hasta que implica cambiar lo que comen”. La comida, explicó, no es solo nutrición; es identidad, cultura y afecto. Por eso, el gran reto es lograr que la sociedad se entusiasme con las innovaciones alimentarias tanto como con el último modelo de celular. “La ciencia puede decirnos qué podemos hacer, pero la sociedad decide qué deberíamos hacer. Y sin apoyo público, esas innovaciones no podrán implementarse”.

En ese sentido, propuso un cambio profundo en el enfoque comunicacional. “Contamos los problemas y luego damos soluciones que nadie cree. Terminamos dejando a la gente más preocupada que antes”, señaló. Para el especialista, el nuevo relato debería partir de otra premisa: “Las cosas no están mal y empeorando, sino bien y mejorando, aunque no lo rápido lo suficientemente”. Esa visión optimista —pero realista—, dijo, es la que puede convocar a trabajar juntos. “La pregunta clave debería ser: ¿Cómo puedo colaborar con los productores para lograrlo?”, propuso.

Kip Tom, productor y exembajador de Estados Unidos ante organismos de la ONU, aportó una visión geopolítica. Sostuvo que la nueva narrativa debe servir como base para diseñar políticas públicas que fortalezcan la competitividad del agro y su rol estratégico. “La seguridad alimentaria es seguridad nacional”, afirmó.

Kip Tom, productor y exembajador de Estados UnidosSoledad Aznarez

Recordó que cuando un país no puede alimentarse, se vuelve vulnerable al caos, a la migración, al terrorismo. Mencionó casos históricos como la Revolución Francesa o la Primavera Árabe. Y denunció que, por priorizar beneficios de corto plazo, muchas naciones han puesto en riesgo su seguridad: “Hemos antepuesto nuestra prosperidad de corto plazo a nuestra seguridad de largo plazo”.

Como ejemplo, advirtió que el 70% de los insumos químicos que usa la agricultura estadounidense proviene de China. También cuestionó la burocracia internacional que hace más complejo el comercio y destacó que los productores se deberían involucrar más en las discusiones políticas. Finalmente, propuso una alianza estratégica entre las democracias del hemisferio occidental —con eje en la Argentina y Estados Unidos— para construir una narrativa común: “Bajo el presidente Milei, la Argentina ha entrado en una nueva era audaz… Y bajo el presidente Donald Trump, Estados Unidos se ha comprometido a un renacimiento de la agricultura para brindar poder alimentario global”.

Manuel Otero, director general del IICA, retomó el eje estratégico de la narrativa y destacó que uno de los principales desafíos del agro regional es dejar atrás el viejo relato que lo presenta como un actor secundario. “Necesitamos una nueva narrativa que reconozca que la agricultura forma parte de un sistema integrado que contribuye a la nutrición, la salud y la energía”, sostuvo.

Manuel Otero, director general del IICASoledad Aznarez

Para avanzar en esa transformación, remarcó la necesidad de reconocer la diversidad productiva del continente, donde conviven modelos tan distintos como el exportador del Mercosur, la agricultura andina o la de los países del Caribe. “Esa diversidad es una fortaleza, no una debilidad”, afirmó.

También llamó a ampliar el ecosistema agropecuario, incluyendo a emprendedores, tecnólogos, científicos y las nuevas generaciones. “Debemos acortar la distancia entre el conocimiento generado y su aplicación real en el campo”, planteó. Destacó que el 70% de la inversión global en innovación agrícola proviene del sector privado, por lo que las alianzas público-privadas serán clave en el futuro.

Otero advirtió que nuevas amenazas, como el regreso de enfermedades (gusano barrenador, peste porcina africana, influenza aviar) y los eventos climáticos extremos, exigen servicios sanitarios más robustos y sistemas más resilientes. Al mismo tiempo subrayó que los mercados internacionales exigen estándares más altos en calidad, inocuidad y trazabilidad. “La trazabilidad ya no es una opción. Tiene que ser un eje clave para seguir jugando fuerte en el comercio internacional”, remarcó.

Para sostener ese posicionamiento se consideró fundamental reforzar la inversión en ciencia, tecnología e innovación, mejorar las capacidades técnicas, repensar los modelos de extensión rural y acompañar a los nuevos “agroemprendedores”.

“Tenemos que crear una nueva generación de políticas públicas basadas en evidencia”, concluyó.

El presidente de Aapresid, Marcelo Torres Soledad Aznarez

Por su parte, el presidente de Aapresid, Marcelo Torres, planteó que la nueva narrativa agrícola también debe sumar la voz del productor. Aseguró que el sector atraviesa un momento complejo: con rentabilidades bajas o nulas en varios cultivos, un clima errático y una creciente percepción social que lo ubica más como parte del problema que de la solución. “Tenemos buenos indicadores de sustentabilidad, pero si no logramos comunicarlos y validarlos con ciencia, corremos el riesgo de perder legitimidad”, advirtió.

Torres señaló que el productor debe ser protagonista de los procesos de innovación y recordó que la siembra directa —hoy emblema del modelo argentino— nació de la articulación entre productores, fabricantes e investigadores. “El desafío ahora es ampliar esa red y sumar a la sociedad, al consumidor y a la industria agroalimentaria”, planteó.

Llamó a abrir el código de la agricultura: compartir errores y aciertos, generar indicadores consensuados con la industria y construir una relación que no solo muestre resultados, sino también el camino recorrido para lograrlos. “Un productor que se aísla de la tecnología y repite lo que siempre hizo, sin entender que el mundo cambió, queda expuesto a una amenaza enorme”, afirmó.

Sostuvo que la crisis actual es también una oportunidad para repensar el modelo productivo y construir una nueva relación. “La agricultura tiene un futuro espectacular, pero ese futuro no llegará si nos quedamos aislados. Necesitamos más productores conectados con la ciencia, la tecnología y entre sí, para que todos puedan subirse a la ola de innovación que ya está en marcha”, concluyó.