La coraza de cuero, una curiosa protección militar de corta vida

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En la antigüedad, los soldados romanos y griegos usaban como protección en batalla corazas de hierro o bronce. Los de menor jerarquía o exposición las usaban de cuero, que proporcionaban, a bajo costo, cierta defensa.

Ya en el siglo XVI, el coracero era un soldado europeo de caballería pesada que combatía con sable o lanza, portando una coraza de acero. La caballería Napoleónica las usó para frenar el impacto de perdigonadas de fusilería y cañones de fragmentación (con pobres resultados), contar con soldados de apariencia gallarda y reluciente (la coraza era reflectante del sol) y, el uso más lógico, mitigar la acción de sables y lanzas enemigas sobre el torso de los soldados. Así equipados, combatieron en las campañas de Europa y en la batallas de Austerlitz y Waterloo (1815)

Posteriormente con el uso masivo de las armas de fuego, la coraza fue cayendo en desuso, no obstante para 1870 aún se encontraba vigente y hoy en día aparece en regimientos que recrean sus uniformes históricos.

En nuestro país hubo varios cuerpos militares coraceros como el regimiento “Libertad”, de Rosas; Regimiento de Caballería de Línea “Coraceros de Buenos Aires”, comandado por Juan Lavalle (hoy existe en San Martín de los Andes, en Neuquén, el “Regimiento de caballería de exploración Número 4, Coraceros General Lavalle”), el regimiento 7 de caballería del Coronel Estomba, fundadores de Bahía Blanca y el regimiento de lanceros de Olavarría.

Durante el gobierno de Nicolás Avellaneda (1874-1880), al ministro de Guerra de ese entonces, Adolfo Alsina, se le ocurrió introducir tres antiguas ideas de estrategia militar a aplicar en la guerra de fronteras:

La famosa zanja de Alsina, sistema defensivo de fosos y terraplenes de 400 km de longitud, que iba desde el sur de Córdoba hasta Bahía Blanca cuyo objetivo era evitar el paso del malón. La segunda fue dotar a los soldados de lanzas de madera fuerte (pero quebradiza) que resultaron menos efectivas que las flexibles lanzas de caña tacuara o colihue indias. La tercera fue proveer a las tropas de acantonadas en fortines, de corazas de cuero, económicas y fáciles de manufacturar, en comparación a las costosas metálicas.

Estas corazas locales eran otra vez una suerte de armadura rígida, pero de cuero crudo grueso de vacuno, endurecido, de varias capas, cosidas y pegadas, con forma de camisa sin mangas, formada por dos piezas: peto (pecho) y espalda, atadas con tientos de cuero, que recubría el torso del soldado para proteger órganos vitales del cuerpo. El general Julio Argentino Roca las utilizó en su Campaña del desierto (1878/ 1885) en las dos versiones, de acero y de cuero.

Sin embargo, la idea no era nueva por estas tierras, ya que los tehuelches o patagones confeccionaban desde hacía mucho tiempo armaduras de cuero de guanaco, del cuello a las piernas (una especie de capa larga y gruesa, con mangas) y gorros/cascos del mismo material como protección contra los chuzazos de sus enemigos mapuches.

En la milicia el uso fue breve. Algunos soldados se quejaron del peso e incomodidad de la coraza durante la marcha y pelea, adicionalmente, tenían que llevar una camisa especial para proteger la piel de la rozadura de los cueros o metales. Otros creían con real hidalguía, que no era caballeresco y sí algo cobarde, luchar un mano a mano vistiendo ese “escudo” que daba ventajas. Como contrapartida, los mandos pensaron que como los indios contaban con pocas armas de fuego, las corazas serían realmente útiles.

1912: El general Julio A. Roca (ex presidente de la Nación) se dirige a los comicios a votar y lo hace con un atuendo adecuado a la solemnidad de las circunstancias

En el libro La Guerra al Malón de Manuel Prado, el autor cuenta una anécdota sobre la coraza de cuero, sucedida en 1877: “Los milicos recibieron con desgano la famosa armadura; pero obligados a usarla, no tuvieron más que hacer. Por esos días realizamos una expedición a los toldos del cacique Pincén. Estando allí fuimos atacados por los indios y obligados a desprender guerrillas que protegieran nuestra columna. En una de esas iba un soldado que había manifestado su deseo de probar la coraza haciéndose lancear en la primera ocasión. Gritando que su caballo se le desbocaba, se apartó de las filas, y galopando a media rienda fue en dirección a un grupo de indios. Los aborígenes, al ver este individuo tan cerca de ellos, lo corrieron y lo alcanzaron. El soldado, que llevaba el sable en la mano, ni siquiera hacía ademán de parar las lanceadas que, afortunadamente, no conseguían atravesar la coraza. De pronto uno de los indios, viendo que ese hombre era vulnerable en cierta parte del cuerpo, desató las boleadoras y aplicándole con ellas un golpe feroz en la cabeza, lo derribó. Y lo hubieran ultimado allí mismo si en ese momento no acudiese, en su protección, una tropa al mando del capitán Morosini. El coronel Conrado Villegas al enterarse del pretexto falso del soldado y su osada acción, lo mandó a castigar poniéndolo media hora en el cepo, pero tres días después, en Trenque Lauquen, lo ascendió a cabo primero.”

Fue el final anunciado para el milenario invento de cuero contra la sagacidad del indio.