La caída del Muro de Berlín, ocurrida en noviembre de 1989, generó emocionantes y justificadas mejoras en las expectativas políticas y económicas, que en agosto de 1990 fueron parcialmente frustradas cuando Saddam Hussein, entonces líder de Irak, no tuvo mejor idea que invadir Kuwait. Lo cual generó lo que los historiadores denominan la primera Guerra del Golfo. Pero relevante en la actualidad fue lo que ocurrió en la segunda Guerra del Golfo, que se desarrolló a partir de 2003.
Al respecto, conversé con el austríaco Bruno de Finetti (1906 – 1985), hijo de un ingeniero italiano que trabajaba en la construcción de la Stubaithalbahn. Una monografía suya sobre genética le llamó la atención a Corrado Gini, quien lo propuso como director de la oficina matemática del Instituto Nacional de Estadísticas de Roma, donde permaneció hasta 1931, apuntó Dennis Victor Lindley. Su método de enseñanza –agregó– era inusual, y por consiguiente no fácil de seguir. En el caso de las matemáticas, enfatizaba que lo importante eran las ideas y que el cálculo era incidental. Pensaba que a los niños había que educarlos para que pensaran en términos probabilísticos: no había que preguntarles cuál era la respuesta “correcta” sino cuál era la probabilidad de que se verificara cada una de las alternativas. Tal como era de esperar, sus notas autobiográficas se titulan La probabilidad y mi vida.
–Según Giancarlo Gandolfo, junto con Frank Plumpton Ramsey y Leonard Jimmy Savage, usted fue uno de los fundadores del enfoque subjetivista de la teoría de la probabilidad.
–Afirmo que “la probabilidad no existe”, porque se trata de una expresión para describir el mundo, no una propiedad de dicho mundo. A propósito: en parte porque escribí en italiano, fui ignorado fuera de Italia, hasta ser redescubierto por Savage. Propuse el siguiente experimento: usted tiene que determinar el precio que le fijaría a una promesa de pagar $ 1 si hace un millón de años había vida en Marte, y $ 0 si no la había, información que será dada a conocer mañana. Usted sabe que su oponente puede comprar la promesa al precio que usted fije, u obligarlo a usted a que lo haga, también al mismo precio. En otros términos: usted establece las opciones, pero es su oponente quien decide de qué lado se ubicará usted. Pues bien, el precio que usted fijará será el de la “probabilidad subjetiva operacional” que usted le asigna a la proposición bajo análisis.
–¿Es cierto que la primera Guerra del Golfo incubó la segunda Guerra?
–La invasión de Kuwait por parte de Irak generó un conflicto internacional, y por consiguiente posibilitó la intervención de las Naciones Unidas, quienes organizaron un ejército de países aliados, liderado por Estados Unidos, del cual participó la Argentina, con carácter simbólico pero no irrelevante. La instrucción precisa era la de obligar al ejército iraquí a abandonar Kuwait, es decir, el mandato a los militares llegaba hasta la frontera entre ambos países. La historia contrafáctica dice que si hubieran dejado a los uniformados dejarse llevar por el entusiasmo, no hubiera habido segunda Guerra del Golfo.
–Viene a cuento aquello de que la guerra es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de los militares.
–Con un antecedente conocido. El presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, frenó al general Douglas Mac Arthur cuando éste no deseaba detener la ofensiva que a comienzos de la década de 1950 estaba llevando a cabo en Corea.
–Volvamos a la segunda Guerra del Golfo.
–Comenzó en 2003, es decir, más de una década después de haber terminado la primera. Más allá de la dinámica propia que se estaba desarrollando en Irak, un hecho clave fue el atentado a las Torres Gemelas, ocurrido en septiembre de 2001. Pensar que, a la luz de este evento, Estados Unidos se iba a limitar a decir “estas cosas ocurren”, es no pensar. Las autoridades de entonces identificaron lo que, según ellos, constituía “el eje del mal”, en el cual Hussein ocupaba un lugar protagónico.
–A quien acusaron de tener armas de destrucción masiva.
–Éste es el punto que torna relevante el episodio. Estados Unidos, Inglaterra y España lideraron una guerra sobre la base de que resultaba intolerable que un país como Irak dispusiera de las referidas armas. ¿Las tenía o no las tenía? El único que sabía que no las tenía era… Saddam Hussein, pero claro, ¿por qué los gobiernos de los países que potencialmente se podían ver afectados le iban a creer?
–¿Y entonces?
–Que Irak fue atacado, Hussein muerto, iniciándose un caótico proceso político que todavía no cesó. ¡Y resultó que no tenía armas de destrucción masiva!
–¿Cuál es la lección?
–Que si él sabía que no las tenía, ¿por qué no permitió la verificación por parte de inspectores técnicamente idóneos y políticamente creíbles?
–Usted responda.
–Estamos delante de un nuevo ejemplo de la afirmación de Guido José Mario Di Tella, quien decía que “cuando el presidente de un país más chico se hace el guapo frente al de un país poderoso, él se puede sentir transitoriamente bien, pero su pueblo paga las consecuencias”.
–¿Y la dignidad nacional?
–Existe, pero hay que saberla plantear, según las circunstancias, y sobre todo evaluar la clase de conflictos que en cada momento se plantean entre la dignidad y las consecuencias. Otra afirmación de Di Tella, muy criticada aunque poco entendida. Quien fuera canciller de Carlos Saúl Menem, cuando le dijeron de todo porque les había mandado ositos de peluche a los kelpers, afirmó: “Prefiero que piensen que los argentinos somos boludos a que somos peligrosos”.
–Aplique esto a la actualidad de Irán.
–Si los iraníes sólo se propusieran desarrollar la energía nuclear para fines médicos, deberían permitir la verificación de sus instalaciones. Su negativa a permitir las inspecciones alimenta las hipótesis más extremas.
–Que bien pueden ser falsas, como ocurrió en Irak.
–Efectivamente, pero quien tiene una responsabilidad ejecutiva en casos como éste no se puede dar el lujo de otorgar el beneficio de la duda. Le digo más, ¿cuánto impactó el bombazo que hace poco Estados Unidos lanzó sobre instalaciones nucleares de Irán? Donald Trump tiene fuertes problemas de credibilidad, por lo cual –en conferencia de prensa– un alto jefe militar de Estados Unidos explicó la cuantía del daño ocasionado.
–Si yo fuera un jefe ejecutivo de Irán no andaría por ahí pavoneándome con que las instalaciones básicas quedaron intactas.
–Así es. Por lo que sé, no lo están haciendo. Buena idea porque, error tipo I error tipo II, expresarse de otro modo es una invitación a que le sigan tirando bombas. Por eso, lo mejor que pueden hacer es… no decir nada.
–Don Bruno, muchas gracias.