Irán, Israel, EE.UU. y la paz: ¿cambió al mundo la guerra de los 12 días?

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Las centrífugas con las que Irán enriquecía su uranio en las plantas nucleares de Natanz y Fordo giran a unas 100.000 revoluciones por minuto. El motor del Alpine con el que Colapinto corre el Gran Premio de Austria lo hace a 15.000 rpm, el tope para todos los bólidos de F1.

Los autos de F1 alucinan y atrapan a un ojo humano que puede seguirlos, pese a su velocidad. Las centrifugas, en cambio, rotan tan rápido que siempre parecen estar a punto de salirse de control. Como el mundo del siglo XXI.

Al primer cuarto de siglo no le faltó nada: atentados terroristas de impacto mundial, cracs financieros globales, revoluciones en cadena, invasiones, pandemias, crisis planetarias de inflación, epidemias de consumo de droga. Solo en los primeros seis meses de 2025, hubo conflictos como para cubrir varios años: batallas arancelarias, ofensivas aéreas entre vecinos nucleares, guerras de desgastes marcadas por grandes sorpresas.

La guerra más temida y anticipada coronó en junio esos años de volatilidad. Israel e Irán, dos rivales con capacidad de desestabilizar del todo a Medio Oriente y, con él, al mundo, se trenzaron en su primera guerra aérea. La entrada de Estados Unidos le impuso un fin abrupto a esa guerra de 12 días. Y hoy, apenas una semana después de que las bombas anti bunker impactaran en el corazón del plan nuclear iraní, Donald Trump y Benjamin Netanyahu ya advierten que el cese al fuego puede dejar lugar a una paz prolongada en uno de los rincones de mayor violencia del mundo.

En 1967, la Guerra de los Seis días de Israel contra Egipto, Siria y Jordania redibujó contornos de Medio Oriente que aún persisten. ¿Podrá la Guerra de los Doce Días tener también un impacto así de duradero? ¿Podrá forjar una paz regional y, a la vez, enseñar el camino del acuerdo para otros conflictos que atormentan al mundo y ayudan a neutralizar su crecimiento económico?

La primera parte de la respuesta a esas preguntas depende más de lo que los protagonistas de esa guerra no saben que de lo que saben. NI Israel, ni Estados Unidos, ni el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ni el propio Irán han logrado todavía cuantificar la dimensión del daño o si Irán aún cuenta con capacidad de acercarse a una arma nuclear.

ARCHIVO – El sistema de defensa israelí Cúpula de Hierra lanza proyectiles para interceptar misiles sobre Tel Aviv, Israel, el 13 de junio de 2025. (AP Foto/Leo Correa, Archivo)Leo Correa – AP

Las versiones sobre el daño se superponen y, a veces, se contradicen. Semanas o, tal vez meses, tardarán los servicios de inteligencia de Estados Unidos e Israel y los inspectores del OIEA, si Irán lo permite, dimensionar la destrucción, le dijeron los líderes del Pentágono a senadores norteamericanos el jueves pasado. A partir de allí, Medio Oriente recorrerá un camino que puede apuntar a la paz pero también derivar en nuevos enfrentamientos, que a su vez amenazarán con sumergir al mundo en una inevitable sensación de deriva. Esas alternativas dependerán, en parte, de cuatro claves.

Tres variables inquietan hoy a Israel y Estados Unidos: cuán destruida fue la habilidad de Irán de enriquecer uranio, cuánto uranio ya enriquecido logró proteger de los ataques y cuán dañada quedó su capacidad de convertir ese material de fisión en una bomba nuclear y de lanzarla luego. Ninguna de las respuestas posibles a esas preguntas es nítida. Los informes preliminares de la inteligencia militar norteamericana dijeron, el martes pasado, que la capacidad de Irán de fabricar la bomba había retrocedido meses y no años, como advirtió Trump apenas después de los ataques norteamericanos. Al día siguiente, la CIA y la Mossad anunciaron, sin embargo, que la destrucción del plan nuclear había sido casi total. Para sumar confusión, el vicepresidente norteamericano, JD Vance, sugirió, el domingo pasado, que Irán había logrado efectivamente salvar parte de los 400 kgs de uranio enriquecido que, según el OIEA, tenía.

Esta imagen satelital proporcionada por Maxar Technologies muestra los daños sufridos por la planta de enriquecimiento de uranio de Fordo, en Irán, tras los ataques estadounidenses del domingo 22 de junio de 2025. (Maxar Technologies vía AP)Maxar Technologies

El físico norteamericano David Albright es uno de los científicos que más conocen el plan nuclear iraní y el especialista en el que otros expertos descansan. En un su blog del Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional y luego de haber revisado imágenes satelitales y todos los informes de inteligencia disponibles, el jueves pasado opinó: “Los ataques se dividieron en dos categorías básicas, aquellos contra la habilidad de Irán de enriquecer uranio y aquellos contra la capacidad de ensamblar una bomba usando el uranio enriquecido. Los ataques destruyeron las centrífugas y pasará mucho tiempo hasta que Irán recupere la capacidad de enriquecer que tenía antes de la guerra. Dicho esto, hay stocks de uranio al 60% y centrifugas aún no instaladas que no fueron destruidos. Esas partes son una amenaza ya que pueden ser usadas en un futuro para producir uranio enriquecido”.

Si Irán efectivamente aún cuenta con ingredientes para apuntar a un arma nuclear, ¿decidirá hacerlo para resguardarse de otra embestida israelí u optará por lo contrario, por negociar un acuerdo para suspender su proyecto a cambio del fin de las sanciones que tanto asfixian su economía? Otra pregunta de poca respuesta hoy.

El régimen, a través de su canciller, reconoció el viernes que los daños a las plantas nucleares son significativos. El gobierno de los ayatollahs hoy está más enfocado en sobrevivir y reconstruirse que en dar paso a un acuerdo.

El ayatollah Alí Khamenei dio un mensaje oficial a los iraníes el jueves.Agencia AFP

No se muestra dispuesto aún a la negociación y, menos aún, a permitir que la OIEA inspeccione esos daños para que el mundo pueda tener una idea más precisa de la amenaza –o no- que aún representa Irán. Amenaza incluso con abandonar el Tratado de No Proliferación. Sin esa certificación o sin ese tratado, muy difícilmente Israel o Estados Unidos se sienten a dialogar.

“Cualquier cosa que haga el régimen de ahora en más será mucho más opaco que nunca, incluso si se compromete con un proceso diplomático. El nuevo plan iraní puede, por eso mismo, variar radicalmente. Puede ser que nunca produzca un arma nuclear o que lo haga muy rápidamente”, advirtió Richard Nephew, enviado especial a Irán de Joe Biden y Barack Obama, en un ensayo en Foreign Affairs el viernes pasado. Esa potencial opacidad tiene, para Nephew, una explicación. Irán puede argumentar que estaba en plena negociación de desnuclearización con Estados Unidos cuando Trump respaldó la ofensiva israelí.

A los asesores del presidente norteamericano le gusta apelar a la historia para explicar las políticas de Donald Trump. Por un lado, identifican al mandatario con “la paz a través de la fuerza”, uno de los principios fundamentales de la política exterior de Ronald Reagan. Por el otro, lo asimilan con la “teoría del hombre loco”, una descripción teórica del comportamiento de un Richard Nixon que buscaba mostrarse irascible, imprevisible y capaz de todo para desorientar a sus enemigos internacionales.

Ambos postulados históricos encontraron su lugar en la Guerra de los Doce Días. El ataque con los aviones B2 y las bombas antibunker fue, según Trump, una forma de aniquilar la capacidad iraní de crear un arma nuclear y de forzar al régimen a negociar una capitulación. La “paz a través de la fuerza”.

El presidente Donald Trump, arriba a la izquierda, habla con la prensa mientras lo escuchan la secretaria de Justicia Pam Bondi y el subsecretario de Justicia, Todd Blance, el viernes 27 de junio de 2025, en la sala de prensa de la Casa Blanca en Washington. (AP Foto/Jacquelyn Martin)Jacquelyn Martin – AP

En la previa, Trump, sin embargo, se había mostrado ambiguo e indeciso sobre una ofensiva norteamericana. “Tal vez lo haga, tal vez no lo haga” dijo el miércoles 11, para un día después agregar que le daría a Irán hasta dos semanas para que se sentara a negociar. A los tres días, Estados Unidos bombardeó Isfahan, Natanz y Fordo. La “teoría del hombre loco” e impredecible. Tanta historia tiene dos riesgos para Trump y su plan de dejarle al mundo un legado de paz. La imprevisibilidad puede confundirse con falta de credibilidad a la hora de respetar una negociación de paz. ¿Debe la confianza diplomática resignarse para asegurar el elemento sorpresa de una ofensiva?

Trump dijo el viernes que Irán ahora debería sentarse efectivamente a negociar el futuro de su proyecto nuclear. Pero un autocelebratorio Trump había advertido, después del bombardeo, que las armas norteamericanas habían destruido por completo la capacidad de Irán de tener su bomba. Esa paz a través de la fuerza parece algo inexplicable: ¿qué habría que negociar si todo el plan ya fue destruido? Los peligros de que la vanidad reemplace a la estrategia en la política global.

La euforia de Trump persistió con el paso de los días y con justificación. Fue su mejor semana desde que asumió el segundo mandato, en enero pasado. Otro líder impulsado por el éxito fue el primer ministro israelí, Bejamin Netanyahu. A diferencia de la guerra en Gaza, la ofensiva contra Irán unificó a los israelíes detrás de su gobernante. La exitosa apuesta bélica de Netanyahu ahora le permite manejarse con mayor margen dentro de su coalición de gobierno.

ARCHIVO – El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, habla durante una conferencia de prensa en Jerusalén, el 9 de diciembre de 2024. (AP Foto/Maya Alleruzzo, Pool, Archivo)Maya Alleruzzo – AP

Hasta antes de la ofensiva sobre Irán, Netanyahu estaba tironeado de un lado y del otro de la política israelí. Del centro a la izquierda, los israelíes le cuestionan al premier la falla catastrófica de la inteligencia y la seguridad israelí el 7 de octubre de 2023, la incapacidad de recuperar a todos los rehenes capturados por Hamas y la extensión de una guerra sobre la Franja que confina a los gazatíes en la desesperación del hambre y que erosiona el respaldo a Israel en el mundo.

En la extrema derecha, en cambio, los aliados de Netanyahu le exigen la captura total y permanente de Gaza y amenazan con romper su gobierno si no lo hace. Con el oxígeno que le dio el bombardeo de Irán, Netanyahu ahora comienza a hablar de algo de lo que no se atrevía hasta hace unas semanas y que Trump le reclamaba insistentemente: un acuerdo paz ampliado, que sume a Arabia Saudita al listado de países que, como Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Marruecos y Sudán, reconocen a Israel desde 2020. Por su parte, a cambio de ese acuerdo, Arabia Saudita exige, a cambio, no solo el fin de la guerra si no también la creación de un Estado palestino.

La presión de la Casa Blanca sobre Netanyahu para que pacte un cese al fuego con Hamas que conduzca eventualmente a la paz es pública y creciente. Después de todo, es una de las mayores promesas de campaña de un Trump que hasta ahora cumplió con apenas una o dos. Por ahora, Netanyahu y Hamas se acusan mutuamente de no querer ceder en las condiciones, como hacen desde marzo. Trump dijo ayer, sin embargo, que esperaba un cese al fuego “en el plazo de una semana”.

Un acuerdo permanente con los palestinos y un gran pacto de paz regional serían un capítulo crucial para Medio Oriente, tan bisagra como inédito. Representaría un logro que muchos líderes regionales y globales buscaron en los últimos 80 años y casi ninguno consiguió. Le serviría también a Israel para terminar de aislar a su grane enemigo, Irán.

A Trump, por su parte, le ayudaría a acercarse al gran sueño de su segunda presidencia, llevarse un Nobel de la paz. Y Estados Unidos le enviaría un mensaje fuerte a sus socios y rivales sobre su renovada capacidad de gestar acuerdos y de apelar a la fuerza si las amenazas crecen. Los primeros destinatarios de esas señales podrían ser China y Rusia, dos potencias muy atentas a la Guerra de los Doce Días. Irán es su aliado –uno al que no socorrieron mucho–, pero no por eso estuvieron ambas en vilo en las últimas semanas.

China vigila cada movimiento de Estados Unidos con sus aliados para prever cómo reaccionaría Washington si Pekín invadiera Taiwán. Rusia hace lo mismo pero para anticipar cómo actuaría Trump si perdiera la paciencia con las demoras de Putin para acceder a negociar un cese al fuego con Ucrania.

ARCHIVO – El presidente de China, Xi Jinping, a la izquierda, y el presidente de Rusia, Vladímir Putin, a la derecha, asisten a una ceremonia para una foto de grupo antes de la reunión Outreach/BRICS Plus en la cumbre de los BRICS en Kazán, Rusia, el 24 de octubre de 2024. (Maxim Shipenkov, Pool Foto via AP, archivo)Maxim Shipenkov – Pool EPA

Pero ese mundo ideal de acuerdos de paz podría ser bombardeado rápidamente por la realidad tanto como las plantas nucleares lo fueron por las armas anti bunkers.

Esa realidad será la que muestren los informes sobre el grado de destrucción del plan nuclear iraní y la que devele, una vez reconstruido su poder interno, el régimen de los ayatollahs. Un Teherán de nuevo desafiante que cumpla su reciente promesa de dejar el Tratado de No proliferación tendría dos impactos inmediatos. Renovaría el alerta militar en Israel y en Estados Unidos y, como si eso no fuera poco, amenazaría con crear un efecto cascada de proliferación nuclear.

Si Irán tiene una bomba, ¿por qué no querrían tenerla también Arabia Saudita o Turquía? ¿O Corea del Sur y Japón, para contener el fantasma de ataque de Corea del Norte o China ante un Estados Unidos antes aliado pero hoy impredecible?

En 1967, la Guerra de los Seis Días fue un éxito resonante de Israel que neutralizó la amenaza de sus entonces enemigos. Pero, a su vez, gestó desafíos y violencia a largo plazo al achicar las fronteras de los vecinos.

La Guerra de los Doce días, de la misma forma, se insinúa como una posibilidad única de paz ampliada, duradera y, tal vez, contagiosa o como el germen de nuevos conflictos que alimenten el descontrol global.

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