WASHINGTON.- A cinco días del inicio de la guerra entre Israel e Irán, el presidente norteamericano, Donald Trump, está evaluando una decisión crucial: si debe meterse o no en la pelea ayudando a Israel a destruir la planta de enriquecimiento de uranio de Fordo, construida tan profundamente bajo tierra que solo puede ser alcanzada por la bomba antibúnker más potente de Estados Unidos y lanzada desde un bombardero B-2, también norteamericano.
Si decide avanzar con la idea, Estados Unidos pasará a ser participante directo de una nueva guerra en Medio Oriente, enfrentando a Irán en un tipo de guerra que Trump juró y perjuró evitar en sus dos campañas presidenciales. El gobierno iraní ya advirtió que la participación de Estados Unidos en un ataque contra sus instalaciones hará peligrar cualquier chance que aún quede de llegar a ese acuerdo de desarme nuclear al que Trump dice seguir aspirando.
Según un funcionario de la Casa Blanca, en determinado momento Trump alentó a su enviado especial para Medio Oriente, Steve Witkoff, y posiblemente también al vicepresidente JD Vance, a ofrecerles una reunión a los iraníes, pero el lunes Trump publicó en las redes sociales que “todos deberían evacuar Teherán de inmediato”, advertencia que no revela precisamente un avance diplomático.
El lunes, Trump también declaró: “Creo que Irán está básicamente sentado a negociar y quiere llegar a un acuerdo”.
La urgencia parecía ir en aumento: ese mismo lunes por la noche, la Casa Blanca anunció que debido a la situación en Oriente Medio, Trump abandonaría la cumbre del G7 antes de lo previsto.
“Haremos algo en cuanto pueda irme de acá”, dijo Trump. “Me tengo que ir.”
Nunca se supo qué es lo que se proponía hacer.
Los funcionarios norteamericanos dicen que si Vance y Witkoff se reunieran con los iraníes, su interlocutor más probable sería el ministro de Relaciones Exteriores iraní, Abbas Araghchi, quien desempeñó un papel clave en el acuerdo nuclear de 2015 con el gobierno Obama y conoce a fondo el complejo nuclear iraní.
Araghchi, contraparte de Witkoff en las negociaciones de los últimos meses, el lunes manifestó su disposición a un acuerdo: “Si la vía diplomática que propone el presidente Trump es sincera y está interesado en detener esta guerra, los próximos pasos son cruciales”, declaró el canciller iraní.
“Una sola llamada desde Washington alcanza para hacer callar a alguien como Netanyahu”, dijo en referencia al primer ministro israelí. “Y eso allanaría el regreso a la vía diplomática”. Pero si ese esfuerzo diplomático fracasa, o los iraníes se resisten a ceder a la exigencia central de Trump —poner fin a cualquier tipo de enriquecimiento de uranio en suelo iraní—, al presidente norteamericano igual le quedará la opción de ordenar la destrucción de Fordo y otras instalaciones nucleares de Irán.
Los expertos militares sostienen que solo existe un arma capaz de esa tarea: el Massive Ordnance Penetrator GBU-57, una bomba pesada antibúnker de 13.600 kilos que solo puede ser transportada por un bombardero B-2. Israel no posee ni el arma ni el avión capaz de cargarla y sobrevolar el objetivo.
Si Trump se contiene, eso bien podría implicar que Israel nunca logre su principal objetivo en esta guerra.
“El tema de fondo de todo este asunto siempre fue la planta de Fordo”, dice Brett McGurk, que trabajó en temas de Oriente Medio para cuatro presidentes sucesivos, desde George W. Bush hasta Joe Biden. “Si después de todo esto Fordo sigue enriqueciendo uranio, a nivel estratégico no se habrá ganado nada”.
Esto se sabe desde hace mucho tiempo, por eso en los últimos dos años el ejército norteamericano fue perfeccionando esa eventual operación bajo la estrecha supervisión de la Casa Blanca, y llegaron a la conclusión de que una sola bomba no resolvería el problema: el ataque contra Fordo tendría que realizarse en oleadas, con bombarderos B-2 lanzando una bomba tras otra por el mismo agujero en la tierra. Además, la operación tendría que ser ejecutada por pilotos y tripulación norteamericanos.
Todo eso pertenecía solamente al mundo de la planificación bélica hasta el viernes a la mañana, cuando Netanyahu ordenó los ataques declarando que Israel había descubierto una amenaza “inminente” que requería “acciones preventivas”. Sugirió, sin detallar, que la nueva información de inteligencia indicaba que Irán estaba a punto de convertir sus reservas de material fisible en armas.
Los funcionarios de inteligencia norteamericanos que siguen de cerca el programa nuclear iraní desde hace años coinciden en que los científicos y especialistas nucleares iraníes vienen trabajando para acortar los tiempos que les llevaría fabricar una bomba nuclear, pero no ven grandes avances en ese sentido.
Sin embargo, la inteligencia de Estados Unidos coincide con McGurk y otros expertos en un punto: si las instalaciones de Fordo sobreviven al conflicto, Irán seguirá teniendo el equipamiento clave que necesita para avanzar en del desarrollo de la bomba, por más que primero tuviera que reconstruir gran parte de la infraestructura nuclear que quedó en ruinas tras cuatro días de bombardeos de precisión de Israel.
Netanyahu viene presionando a Estados Unidos para que ponga a su disposición la bombas antibúnker desde aquel gobierno de Bush, hasta el momento sin éxito. Sin embargo, quienes han hablado con Trump en los últimos meses dicen que el tema ha surgido repetidamente en sus conversaciones con el primer ministro israelí. Pero cuando le preguntan sobre el tema de manera directa, Trump suele evitar responder.
Ahora las presiones van en aumento. Yoav Gallant, el exministro de Defensa israelí que renunció tras pelearse con Netanyahu, declaró el lunes a la CNN que “el trabajo tiene que ser hecho, por Israel, por Estados Unidos”, una aparente referencia a que la bomba tendría que ser lanzada por un piloto norteamericano desde un avión norteamericano. Gallant aseguró que Trump tenía “la opción de cambiar Medio Oriente e influir en el destino del mundo”.
El senador republicano Lindsey Graham que suele ser la voz de los dirigentes tradicionales de línea dura de su partido, dijo el domingo en CBS que “si la diplomacia no tiene éxito”, instará al presidente Trump a que se comprometa a fondo para garantizar que, una vez finalizada esta operación, no quede nada en pie del programa nuclear de Irán. “Y si eso significa proporcionarles bombas, que les proporcionen bombas”, dijo Graham, y agregó una clara referencia al Massive Ordnance Penetrator GBU-57: “Sean las bombas que sean. Si hay que volar con Israel, volaremos con Israel”.
Pero no todos los republicanos están de acuerdo, y las opiniones contrapuestas sobre el uso de una de las armas convencionales más poderosas del Pentágono para ayudar a uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos deja expuesta una grieta mucho más profunda. No se discute solo la destrucción o no de las centrifugadoras de Fordo, sino la visión del movimiento MAGA sobre el tipo de guerras en las que Estados Unidos debería evitar involucrarse a toda costa.
El ala anti-intervencionista del partido, cuya voz más resonante es el influyente podcaster Tucker Carlson, sostiene que la lección que dejaron las guerras de Irak y Afganistán es que involucrarse a fondo en otra guerra en Medio Oriente solo entraña riesgos negativos. El viernes, Carlson escribió que Estados Unidos debería “soltar a Israel” y “dejarlos que luchen sus propias guerras”.
Trump por ahora puede permitirse tener un pie en cada lado. Con un nuevo intento de “diplomacia coercitiva”, puede demostrarles a los partidarios del MAGA que está utilizando la amenaza de la demoledora bomba GBU-57 para llevar el conflicto a una solución pacífica. Y puede mandarles a decir a los iraníes que por las buenas o por las malas igual terminarán dejando de enriquecer uranio, ya sea por un acuerdo diplomático o porque una GBU-57 dejó un cráter donde había una montaña.
Ahora bien, si esa combinación de persuasión y coerción fracasa, Trump no tendrá más remedio que decidir si esta es la guerra de Israel o la guerra de Estados Unidos.
Traducción de Jaime Arrambide