DAMASCO.- Después de dos décadas de especulaciones alrededor de un ataque a las instalaciones nucleares iraníes, esta madrugada, Israel, con el beneplácito de Estados Unidos, se atrevió a dar el paso. La opinión de la mayoría de los analistas siempre fue que tal ataque incendiaria la región, provocando una gran guerra de consecuencias imprevisibles. Sin embargo, todos los cálculos y equilibrios cambiaron en la región tras los ataques del 7 de octubre de 2023 del grupo terrorista Hamas contra Israel y hace falta reevaluar los análisis.
En estos momentos de gran tensión, la duda es hasta qué punto Irán tiene la capacidad de responder de forma contundente a la agresión, o incluso la voluntad de hacerlo.
El año pasado, en los dos intercambios de bombardeos entre ambos países, en abril y octubre, el escudo antimisiles israelí fue capaz de neutralizar la práctica totalidad de los proyectiles y drones iraníes. Entonces, los analistas iraníes aseguraron que Teherán no había respondido con todas sus capacidades, sino que se guardó sus mejores cartas como elemento disuasorio ante un posible ataque contra su programa nuclear. ¿Estaban en lo cierto o ese era otro farol del régimen de los ayatollahs? Lo sabremos pronto.
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De lo que no hay duda es que la principal punta de lanza disuasoria de Irán, la milicia libanesa Hezbollah, se halla extremadamente debilitada y ya no puede cumplir su función. No solo salió claramente derrotada de la guerra contra Israel del año pasado, sino que el Ejército hebreo descabezó la organización, e incluso dañó muchos de sus cuadros medios con el audaz ataque de los bípers. Aunque Hezbollah quizás disponga de parte de su arsenal de misiles, no está claro que pueda utilizarlos sin sufrir duras represalias.
La posición de la grupo terrorista dentro del Líbano es la más precaria de su historia. Cualquier ataque a Israel se traduciría en una dura represalia que podría afectar las principales infraestructuras del país e inflamaría el conflicto entre la organización y el nuevo presidente libanés, Joseph Aoun, apadrinado por Estados Unidos. De hecho, Aoun se comprometió en desarmar a Hezbollah, tal como exige Washington.
El hecho de que Irán no haya sido capaz de abatir ninguno del centenar de aviones que participaron en los bombardeos de esta madrugada pasada da cuenta de la debilidad de su Ejército, sobre todo después de que los anteriores ataques israelíes neutralizaran buena parte de las defensas antiaéreas iraníes. Los cielos de Teherán están ahora desnudos, un pésimo escenario para declarar una guerra total a Israel, y por añadidura, a Estados Unidos.
Por supuesto, el régimen liderado por el ayatollah Ali Khamenei ya no puede contar con Hamas, que lucha por su supervivencia en una Gaza hecha ruinas. Una de las pocas cartas de las que todavía dispone Irán son las milicias chiitas en Irak, y los hutíes del Yemen, que han demostrado ser la más peligrosa milicia pro-irani de la región.
Sin embargo, sumando todas sus capacidades, no parece que Irán pueda “incendiar la región”, como se había temido. Así las cosas, es probable que el régimen se limite a llevar a cabo algunos ataques de limitado alcance y busque algún tipo de acuerdo con Trump que le permita sobrevivir, su prioridad absoluta.
Teniendo en cuenta su extrema debilidad, el dúo temerario Netanyahu-Trump podría apostar por apretar las tuercas aún más e intentar forzar un cambio de régimen en Irán. Eso sí podría desembocar en un estallido de violencia, aunque el corazón de tal deflagración sería en territorio iraní, no tanto en el resto de países de la región. Como sucedió con su aliado sirio, Bashar al-Assad, si el régimen iraní ha de morir, lo hará matando.
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