Corría el año 1955 y James Dean, con apenas 24 años, ya era un ícono de la nueva juventud americana: rebelde, veloz e impredecible. Un actor de teatro en ascenso con grandes proyectos por delante y, al mismo tiempo, un fanático de los fierros. Todo hasta que aquel 30 de septiembre, mientras aceleraba por la Ruta 46 de California a bordo de su Porsche 550 Spyder, no sabía que estaba firmando el último capítulo de su corta vida.
Lo que nadie podía prever es que su muerte sería solo el comienzo de una historia de hechos desafortunados y accidentes inexplicables que involucrarían al modelo, de quien el actor ya desconfiaba. Era un auto liviano, ágil, nacido para la competición.
Apenas una semana antes del accidente, Dean se lo mostró al actor británico Alec Guinness en Los Ángeles, cuya impresión quedó plasmada en su diario personal y cobraría relevancia a las semanas: “El deportivo me pareció siniestro”. Junto a la anotación, agregó que al verlo escucho una voz que no era propia advertirle: “Por favor, no te subas nunca. Si te subes a ese auto, te encontrarán muerto dentro de una semana a estas horas”. El pronóstico se cumplió con precisión fantasmal.
El día del accidente, a Dean le habían recomendado remolcar el auto hasta la carrera de Salinas donde competiría, pero a su amigo y mecánico Rolf Wütherich le parecía que lo mejor era llevar el modelo andando, para que James se puediese acostumbrar al motor. Por lo que decidieron emprender el viaje los dos, con el especialista Bill Hickman siguiéndolos en su camioneta.
A lo largo del viaje la policía los detuvo múltiples veces exceso de velocidad, pero eso no impediría que sigan poniendo a prueba al Spyder. Horas después, en una intersección de California donde la Ruta 46 cruza con la 41, un estudiante universitario giró imprevistamente y se subió a la ruta de sorpresa con su Ford Tudor. Dean, que venía a 137 km/h, no tuvo tiempo de reaccionar. El impacto fue brutal. Wütherich salió despedido inmediatamente del auto, mientras que Dean fue declarado muerto al llegar al hospital Paso Robles War Memorial a las 18:20.
Sin embargo, el accidente solo sería el comienzo de la maldición, una que no terminaría con su sepelio, sino que cobraría forma en la carrocería torcida y desfigurada del auto al que él mismo había bautizado con un nombre cargado de ironía: Little Bastard.
Declarado pérdida total, el Porsche fue directamente vendido como chatarra, una oportunidad para algunos entusiastas de la cuál se iban a arrepentir. El Dr. William Eschrich adquirió el auto en un depósito de Burbank, fundado en su fanatismo por los autos y la posibilidad de reutilizar el motor para su Lotus IX. El resto de las piezas no le eran de gran utilidad, así que se las regaló a algunos amigos corredores, como fue el caso con su colega Troy McHenry, quien necesitaba partes para la transmisión y suspensión.
Ambos decidieron inscribirse en las carreras de autos deportivos de Pomona de 1956, donde la desgracia volvería a circular cerca del Spyder. Los médicos tuvieron brutales choques, pero aunque Eschrich sobrevivió, McHenry no tuvo tanta suerte. Chocó contra un árbol y murió en la misma ruta, y así, la “maldición del Pequeño Bastardo” cobró todavía más fuerza.
Unos meses después, el publicista George Barris, compró el destrozado Spyder y prometió reconstruirlo desde cero, buscando devolverlo a sus buenas épocas. Después de múltiples intentos y ver que no era posible por el faltante de piezas, el destrozo y el precio que implicaría, decidió simplemente exponer el modelo al público, como una especie de advertencia sobre los peligros de la velocidad.
En 1959, en un galpón cerrado en Fresno, ciudad en California, el vehículo se incendió de forma inexplicable, sin participación de terceros o algún tipo de accidente doméstico. Solo sufrió algunos daños menores en la pintura. Sin embargo, eso no fue todo. Barris había vendido unos días atrás un par de las gomas del Porsche, y se rumorea que al nuevo dueño se le reventaron simultáneamente, provocando un accidente.
También existen otros episodios que forman parte de la cultura popular automotriz y se comentan pero que ya rozan lo improbable: una exposición en Sacramento donde el auto habría caído y fracturado a un espectador; la muerte de un operario mientras lo transportaba; y, finalmente, su desaparición en 1960, mientras era trasladado en tren entre Miami y Los Ángeles, donde el vagón apareció intacto, sellado, pero vacío. Desde entonces, nadie volvió a ver al Little Bastard ni a saber de él.
En 2005 se ofreció una recompensa de un millón de dólares por información sobre su paradero. Nadie reclamó el premio. Barris, quien muchos creen que alimentó el mito por conveniencia y con las habilidades que le brindó su profesión, murió en 2015, llevándose con él la última pista confiable del paradero del emblemático Porsche.
Hoy, a meses de que se cumplan los setenta años del accidente, el Porsche 550 Spyder de James Dean sigue desaparecido. Y con cada década que pasa, el relato se hace más denso y legendario. Un auto que, en la cúspide del sueño americano, se transformó en símbolo de tragedia y misterio.
La entrada La historia del auto maldito: trágicas muertes, misterios sin resolver y una desaparición que quedó inconclusa se publicó primero en DIARIO DIGITAL MORENO MEDIOS.