ROMA – Las llaves, la paloma, la cruz, la colonnata de la Plaza San Pedro, el anillo de pescador… Incluidos los gestos y los nombres, todo en la iglesia representa un símbolo destinado a enviar un mensaje a aquellos que están dispuestos a entenderlo. Y la elección de papa León XIV no ha sido una excepción. Todo lo contrario.
“Juntos, debemos encontrar cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia (…) que esté dispuesta a acoger con los brazos abiertos —como esta misma plaza— y a recibir a todos los que necesitan de nuestra caridad, de nuestra presencia, de diálogo y de amor”, afirmó ayer el nuevo papa desde el balcón de la basílica de San Pedro, en una primera declaración con visos de programa de acción.
Naturalmente, el nuevo pontífice no hizo esa alusión a la ligera.
Ícono de la arquitectura católica, la colonnata que rodea la inmensa plaza de plano oval de San Pedro tiene por objetivo abrazar a toda la humanidad: “A los católicos para confirmarlos en sus creencias. A los herejes para atraerlos a la Iglesia. Y a los infieles para iluminarlos sobre la verdadera fe”, escribió su autor, el célebre arquitecto y urbanista Gian Lorenzo Bernini (1598-1680).
Pero León XIV no se limitó a esa simple alusión para marcar su voluntad de unir, reunir y crear puentes. Hombre de su tiempo, sensible a lo subliminal, también lo dejó claro no solo con sus palabras, sino también con el nombre que escogió y con las prendas que decidió vestir para su primera aparición ante el mundo como nuevo sucesor de San Pedro.
Con las palabras de ese primer mensaje, el nuevo jefe de la Iglesia católica dejó bien claras sus intenciones de continuar la tarea comenzada —tal vez en forma demasiado brutal, según algunos de sus críticos— por papa Francisco. Y al mismo tiempo, mediante un sutil juego de símbolos, León XIV también supo dirigirse a los descontentos de la era del difunto papa, a los conservadores en primer lugar, cuando, en el balcón de la basílica, apareció llevando la vestimenta de gala tradicional: la mozzeta roja y la estola bordada con las figuras de san Pedro y san Pablo. En 2013, la aparición de un Francisco vestido con una sotana blanca había marcado el tono de su pontificado: simple y humilde. Una decisión que sus detractores calificaron de indiferente, desordenada y autocrática.
Durante las congregaciones generales previas al cónclave, muchos cardenales habían expresado su expectativa de una gobernanza más apacible y menos personal, aunque eso implicara perder en esplendor. Con sus prendas, sin expresarlo explícitamente, León XIV envió el mensaje de que lo había escuchado.
“El hábito es un símbolo y un mensaje, tan fuerte como las palabras”, analiza Roberto Regoli, profesor de historia de la Iglesia en la universidad pontificia gregoriana, en Roma.
“El papa Prevost tranquiliza así tanto en el exterior como en el interior de la Iglesia”, dice. Para el especialista, el nuevo papa envía así “un mensaje de unidad” y se presenta como “un papa de equilibrio”.
Y después está el simbolismo del nombre escogido. Hasta el 56º papa elegido en 533, Juan II, cada nuevo obispo de Roma utilizó su nombre civil. Con la notable excepción del primero de todos ellos, el apóstol Simón, que fue llamado Pedro por Jesús, según la famosa fórmula: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mateo 16, 18).
El nombre de Pedro nunca fue retomado por un Papa, por deferencia o por superstición. Así, por ejemplo, Pietro Canepanova, elegido en 983, eligió el nombre de Juan XIV para no usar el suyo, Pedro. Y si bien la adopción de un nuevo nombre fue iniciada por Juan II, cuyo nombre civil era Mercurio —nombre de un dios pagano imposible de llevar para un católico—, no se volvió sistemática hasta el siglo X.
Se pueden distinguir dos grandes categorías para elegir un nombre de papa: el nombre “homenaje”, escogido para rendir homenaje a una persona querida, ya sea otro papa, un santo o incluso un familiar, o el nombre “programa”. Y este suele dar la primera indicación de la dirección que dará a su pontificado.
Así, con un deseo de unidad y reconciliación de los católicos, Juan Pablo I eligió reunir en su nombre a sus dos predecesores, Juan XXIII y Pablo VI, cuyas orientaciones muy distantes habían fracturado la Iglesia: el primero había iniciado el Concilio Vaticano II (1962-1965), suscitando la oposición de los más conservadores, debido en particular a la puesta en cuestión de la misa en latín, mientras que el segundo publicó la encíclica Humanae vitae (1968), que prohibía la contracepción artificial y provocó críticas muy fuertes, no solo entre las mujeres católicas.
El papa Francisco hizo también una elección política: al mismo tiempo que rindió homenaje a san Francisco de Asís, el “poverello” (pobrecito), anunció una línea pastoral afirmada, radicalmente orientada hacia los más pobres.
No hay ya ninguna duda de que, esta vez, la decisión de los cardenales fue imponer un hombre de compromiso entre la apertura de Francisco y la firmeza de su predecesor, Benedicto XVI. Y es tal vez en ese marco que habría que interpretar la decisión de Robert Prevost de recurrir a un nombre abandonado desde hace más de un siglo, el de León XIII (1878-1903). Ese papa de la era industrial floreciente fue en efecto a la vez progresista por su apertura al mundo y su atención a la clase obrera, y conservador por su voluntad de no apartarse de la doctrina católica tradicional.
Pero ya que de símbolos se trata, tampoco habría que ignorar aquellos “fortuitos”, que la tradición católica —y en especial los mismos fieles— terminan interpretando como auténticos mensajes del cielo. Por ejemplo, aquel rayo que se abatió sobre la cúpula de la basílica de San Pedro el 11 de febrero de 2013, inmediatamente después de la dimisión de Benedicto XVI, la primera renuncia de un Papa en siglos. O el simple y persistente vuelo de las tres gaviotas —dos adultas y un pichón—, que se impusieron a todos los teleobjetivos del planeta durante los dos días de cónclave, provocando un tsunami de memes en la redes sociales. Tanto, que algunos llegaron a afirmar que ya estaban allí en 2013, para la elección de papa Francisco. ¿Imposible? Cuando se trata de símbolos, nunca se sabe…