“Make America nuclear again”. Ese es el lema de Rick Perry, exgobernador de Texas y secretario de Energía durante el primer mandato de Donald Trump. El 4 de julio, para respaldar el eslogan, lanzó Fermi America, una empresa que aspira a construir el mayor complejo energético y de centros de datos del mundo. A las afueras de Amarillo, un pueblo ganadero en la llanura texana, las topadoras remueven tierra roja para un proyecto que primero generará electricidad con gas natural y energía solar, y luego avanzará con la construcción de reactores nucleares convencionales y varios reactores modulares pequeños (SMR, por sus siglas en inglés), que producirán 11 gigavatios (GW) de potencia.
Los últimos 20 años no han sido los mejores para la energía nuclear. Aunque en algunos países esta fuente sigue siendo clave en la matriz energética, en Europa y Norteamérica ninguna planta se construyó respetando plazos y presupuestos. Al mismo tiempo, la caída de los costos de las energías renovables volvió aún menos competitivos a los proyectos nucleares, ya de por sí caros, que en Estados Unidos, Reino Unido y Finlandia acumularon retrasos y sobrecostos gigantescos. Pero el 25 de agosto, en una nueva señal de entusiasmo nuclear, Fermi y Westinghouse, una firma tecnológica del sector, anunciaron una alianza para buscar autorización y construir cuatro de los grandes reactores AP1000 en Amarillo. ¿Será que, tras un largo invierno nuclear, comienzan a asomar los primeros brotes de primavera?
El renovado optimismo se apoya en tres factores. Primero, muchos gobiernos occidentales quieren garantizar una fuente segura e independiente de electricidad. Segundo, la demanda energética de las grandes tecnológicas —junto a su preocupación por las emisiones— sumó a un poderoso aliado “verde”. Y tercero, nuevos modelos operativos y financieros podrían mejorar la frágil economía del sector. “Esta vez algo es distinto”, asegura Sama Bilbao y León, directora de la World Nuclear Association.
En ningún lugar el cambio de actitud es más evidente que en Estados Unidos. Trump propone cuadruplicar la capacidad nuclear doméstica hasta 400 GW para 2050. Aunque esa meta es irreal, ya movilizó al sistema político. La One Big Beautiful Bill Act, aprobada en julio, otorga créditos fiscales a la industria. Estados republicanos como Texas le abren las puertas, y también algunos demócratas: en Nueva York, que cerró una central nuclear en 2021, ahora hay funcionarios quieren que la empresa estatal construya otra nueva.
En Europa, la Comisión Europea presentó en junio una hoja de ruta que prevé aumentar la capacidad nuclear de 100 a 145 GW hacia 2050. Alemania abandonó su oposición a que la energía nuclear sea clasificada como “verde” en la legislación europea, lo que facilita a Francia levantar seis nuevas plantas. En julio, el gobierno británico dio luz verde definitiva a Sizewell C, dos gigantescos reactores que costarán más de £38.000 millones (US$51.000 millones).
Suecia, por su parte, confirmó que construirá varios SMR, pequeños generadores que pueden fabricarse en serie y transportarse a distintos sitios. Aunque aún no son comercialmente viables, prometen menores desembolsos de capital y una escala más rápida, lo que ha seducido a más de 120 empresas que ya trabajan en su desarrollo. El banco Barclays proyecta que entre 2030 y 2050 la capacidad nuclear neta fuera de China y Rusia crecerá más de un 50%, superando los 450 GW, con los SMR aportando entre 40% y 60% del total, lo que implicaría un mercado de US$1 billón. Decenas de startups también apuestan a la fusión nuclear, una iniciativa mucho más riesgosa, pero que podría ofrecer energía limpia virtualmente ilimitada.
Las tecnológicas financian ambas apuestas. Desde principios de 2024, las startups de SMR recaudaron más de US$2000 millones. En junio, Oklo, respaldada por Sam Altman (CEO de OpenAI), levantó US$460 millones, y TerraPower, fundada por Bill Gates, consiguió US$650 millones. Google firmó un acuerdo para ayudar a Kairos Power a desplegar una flota de SMR hacia 2035. La fusión también atrae capital: Commonwealth Fusion Systems, también apoyada por Gates, consiguió US$863 millones el 26 de agosto. En conjunto, las startups de fusión levantaron US$2600 millones en el último año.
Según Michael Terrell, de Google, la industria tecnológica necesita “energía limpia y firme” de origen nuclear para complementar a las renovables. A corto plazo, señala, las extensiones de vida útil, reinicios y mejoras de plantas existentes tendrán mayor impacto. Luego vendrán las grandes centrales de diseño probado y los SMR. Solo en el largo plazo, dice, podría llegar la fusión.
Un ejemplo del nuevo rol de las tecnológicas es la central Clinton, en Illinois, operada por Constellation Energy, el mayor operador privado de plantas nucleares. Iba a cerrarse en 2027, al expirar los subsidios estatales, porque el shale gas la había vuelto inviable. Pero en junio, Meta (Facebook) firmó un contrato de 20 años para financiar su extensión a cambio de los créditos de carbono que genera la electricidad nuclear. El año pasado Microsoft firmó un acuerdo similar para reactivar un reactor en Three Mile Island, Pensilvania.
Constellation también invierte en equipamiento, software y procesos para ampliar la producción. Su CEO, Joe Domínguez, calcula que entre 7 y 10 GW podrían sumarse en Estados Unidos gracias a estas mejoras incrementales, y que el apoyo de las big tech permitirá poner en el mercado unos 30 GW adicionales que de otro modo no existirían.
No son solo las tecnológicas: desarrolladores nucleares y empresas de la cadena de suministro recaudan cientos de millones en ofertas públicas, y las acciones de compañías del sector se dispararon desde que Trump emitió órdenes ejecutivas de apoyo. Como dice Jacob DeWitte, CEO de Oklo: “Ya no existe la mentalidad de escasez ni la dependencia del dinero público. Ahora podemos hacer muchos intentos a la vez”.
Esto alimenta el tercer motor del optimismo: modelos financieros y operativos innovadores que buscan resolver la histórica pésima economía de las plantas nucleares. Como recuerda Barclays, los costos de la potencia nuclear —incluidos los SMR— aún superan el precio de mercado de la electricidad. Pero China y Corea del Sur demostraron que es posible construir grandes reactores en cinco años y respetando el presupuesto, gracias a diseños estandarizados, múltiples unidades por sitio y continuidad entre proyectos, lo que mantuvo activa a la mano de obra y a las cadenas de suministro.
Un estudio reciente en Nature subraya la importancia del enorme mercado eléctrico chino como garantía de demanda que impulsa la inversión en la cadena de valor. En Occidente, la solución podría ser diferente. Jim Schaefer, de Guggenheim Securities, propone modelos financieros donde grandes consumidores —como las tecnológicas— compartan riesgos y financien flotas nucleares mediante contratos de largo plazo a precios por encima del mercado. A cambio, obtendrían energía confiable. “Las utilities tradicionales y sus clientes no pueden costear proyectos”, explica.
La innovación financiera ayudaría, pero también hacen falta avances operativos. “No alcanza con uno o dos proyectos: se necesitan diez, se necesita un programa nacional, no proyectos aislados”, dice Armond Cohen, de Clean Air Task Force. Westinghouse parece coincidir: quiere empezar a construir diez reactores AP1000 en Estados Unidos hacia 2030. La startup Nuclear Company busca un enfoque similar: “diseñar una vez, construir muchas”, con seis plantas idénticas financiadas por coaliciones de clientes.
Nada garantiza aún el renacimiento nuclear. Pese a las innovaciones, el aspecto económico sigue siendo frágil. La regulación excesiva frena proyectos, y reducirla demasiado puede desatar la resistencia social. Las cadenas de suministro son débiles y falta mano de obra calificada. Tanto el apoyo público como el privado pueden ser volátiles.
Pero los pioneros no se desaniman. “No tenemos la hamaca cómoda de los fondos públicos para escalar y comercializar”, dice Clay Sell, CEO de X-energy, una startup de SMR que prepara cuatro reactores en una planta petroquímica de Dow, en Texas. Amazon invirtió en la firma y se comprometió a ayudarla a desplegar decenas de unidades. Según él, “hoy hay más oportunidades para los innovadores nucleares que incluso en los inicios de la era nuclear comercial, en los años 60”. Una afirmación que refleja la enorme ambición de la industria, aunque todavía no su realidad.
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