PARÍS.– Vladimir Putin juega con fuego, pero es él quien tiene el fósforo y hace saber a aquellos que no quieran seguir su partitura y sus voluntades que no tiene miedo de encender la mecha. Después del silencio que siguió a la cumbre ruso-estadounidense de Anchorage el pasado 15 de agosto, ese gran manipulador envía cada día el mismo mensaje a amigos y enemigos: “No me rendiré”. Para los psiquiatras, lo más preocupante de esa persistencia es el aspecto “perverso y despegado de la realidad” de su personalidad.
Tanto en sus conversaciones con sus amigos chinos, como con el lanzamiento masivo de misiles y drones sobre los civiles en Ucrania, la violación voluntaria del espacio aéreo polaco o su anuncio de “poner en pausa” las conversaciones de Estambul, el presidente ruso lanza un claro mensaje: a los ucranianos les dice que tiene el control militar de la guerra, a los europeos que corren un grave peligro si concretan el envío de sus tropas al terreno, pero también advierte que el Kremlin se prepara para una escalada de la confrontación con la OTAN. Y finalmente le transmite a Trump que, si hay paz con Ucrania, será en sus condiciones o no existirá.
La cuestión de la salud mental de Vladimir Putin es un tema recurrente desde el inicio de la guerra en Ucrania. “Manipulador”, “loco”, “calculador”… Los adjetivos para describir al presidente ruso son numerosos y poco halagadores, especialmente desde su entrada en guerra contra Ucrania en febrero de 2022.
Y los psiquiatras son tajantes: todo en Vladimir Putin habla de un individuo “carente de afectividad”, así como habitado por un “placer patológico en la desgracia de los demás. Lo demuestra esa voluntad de destruir. Todo lo que concierne a su relación con el mundo se realiza en la violencia, en el odio y en el terror que hace vivir a los otros”, dice Marc Hayat, psiquiatra y psicoanalista.
“Hay un sentimiento de persecución, un sentimiento de orgullo, de invulnerabilidad que son características del funcionamiento paranoico. Putin vive en un mundo paralelo, quizás podríamos incluso hablar de una construcción delirante”, explica el profesional.
Y un reciente episodio parecería darle la razón. La escena parece sacada de una novela distópica. El 3 de septiembre, tres dictadores dotados con armas nucleares caminaban juntos hacia el balcón de la Ciudad Prohibida. A pocos minutos del inicio de un inmenso desfile militar en forma de advertencia a Donald Trump, en la plaza Tiananmen, en el corazón de Pekín: el chino Xi Jinping, el ruso Vladimir Putin y el norcoreano Kim Jong-un parecían de excelente humor.
Antes, la gente rara vez vivía hasta los 70 años. Pero hoy, a los 70, todavía se es un niño, lanzó Xi a Putin frente a las cámaras. Gracias a los avances en biotecnología, los órganos humanos pueden ser trasplantados infinitamente y las personas pueden vivir cada vez más tiempo, incluso alcanzar la inmortalidad, respondió el ruso, de 72 años.
En el poder desde hace más de un cuarto de siglo y liberado de cualquier verdadera fecha electoral, Putin está convencido de que ganará —incluso— la batalla contra el tiempo frente a dirigentes occidentales efímeros. Ya ha tratado con cinco presidentes estadounidenses. Él, que comenzó la guerra de Ucrania hace 11 años apoyando a los separatistas prorrusos del Donbass, planea ganar por desgaste, y no importa si tarda 11 años más. ¿Acaso no firmó una ley que le permite permanecer en el poder hasta 2036?
En verdad, no solo parece vivir en un mundo paralelo sino que, para la historiadora y especialista en Rusia, Gallia Ackerman, existe un bemol: el presidente ruso se inscribe en una estrategia a largo plazo, que se basa en un “mecanismo perverso” fundado en una reescritura de la historia. “Está disociado de las emociones y no tiene empatía. Para alcanzar sus objetivos no tiene en cuenta al otro. Pero es un hombre inteligente”, afirma.
“No quisiera contrariar a la señora Ackerman por su inmenso conocimiento de la historia de Rusia, que respeto infinitamente. Pero, desde un punto de vista psiquiátrico, ¿se puede estar en sano juicio para querer reescribir en 2025 la historia de Rusia reproduciendo los comportamientos de Iván el Terrible, Pedro el Grande, Catalina de Rusia, Lenin y Stalin? ¿Para no tolerar ninguna oposición, no tener ningún remordimiento en sacrificar a un millón de hombres para conquistar territorios que no necesita? ¿Para hacer asesinar a sus opositores, y ocultar a sus hijos y a su compañera? Me permito dudar”, analiza a su vez la psiquiatra Arianne Bousquet.
Por el momento, hay que reconocer que la estrategia le ha dado resultados. A pesar de las amenazas de Trump, nunca seguidas de efectos, los rusos continúan bombardeando Ucrania: lanzaron más de 800 drones y 13 misiles en la noche del 6 de septiembre, un récord, y alcanzaron por primera vez la sede del gobierno en Kiev. Lo que no impide que Putin afirme que está dispuesto a negociar, pero que el proceso está bloqueado por los europeos y los ucranianos. Una estratagema para evitar que Trump imponga sanciones. Y ganar más tiempo.
Después de su encuentro en Anchorage (Alaska) a mediados de agosto, el “presidente Maga” se mostraba optimista frente a líderes europeos que acudieron a apoyar a Volodimir Zelensky en la Casa Blanca, prometiendo un inminente encuentro entre los presidentes ruso y ucraniano. Según él, la resolución del conflicto estaba en buen camino porque Putin quería un “acuerdo”. ¿Qué ha pasado desde entonces? Nada. Salvo miles de nuevas muertes en Ucrania e incluso una reciente incursión de drones rusos en el espacio aéreo polaco, que puso en alerta máxima a la OTAN.
En pocas semanas, Putin se ha dado márgenes de maniobra. Hazaña diplomática, los dos dirigentes más poderosos del planeta le han literalmente desplegado la alfombra roja. En Alaska, Donald Trump —a quien le vendió la idea de que un alto el fuego no era en absoluto un requisito previo para las conversaciones de paz— le ofreció una legitimidad inesperada aplaudiéndolo como a un héroe. Lejos de mostrarse más conciliador, el jefe del Kremlin se apresuró a burlarse de él mostrándose junto a Xi, con quien firmó un acuerdo para la construcción de un segundo gasoducto gigante entre Siberia y China, mientras escenificaba su cercanía con el primer ministro indio Narendra Modi, ex gran aliado de Washington hasta que Trump arruinó todo imponiéndole extravagantes tasas de importación si no dejaba de comprar petróleo y gas ruso. ¿Aislado, Putin? Ya no tanto.
A pesar de la actitud marcial de Emmanuel Macron y el primer ministro británico Keir Starmer, los europeos tienen dificultades para encontrar la respuesta. Ciertamente, la Coalición de Voluntarios anunció el 4 de septiembre que se había puesto de acuerdo sobre las garantías de seguridad para Ucrania.
“Pero en Moscú se considera esta agitación diplomática como vana, puramente política y retórica, sin ninguna posibilidad de éxito”, resume Akerman.
Sobre todo, esas garantías solo se desplegarían una vez cumplidas dos condiciones: un alto el fuego y un sólido apoyo estadounidense. Todo eso está muy lejos.
“Putin sabe muy bien que los europeos nunca entrarán en guerra contra él”, sentencia la historiadora. Aun así, les recuerda una y otra vez su línea roja: cualquier soldado europeo enviado a Ucrania se convertiría en un objetivo.
Amenazar al adversario, exigir siempre más sin ceder nunca nada. El método, heredado de la URSS, aunque sea conocido —los ministros de Relaciones Exteriores soviéticos, Viatcheslav Molotov y luego Andrei Gromyko, lo dominaban a la perfección—, sigue funcionando.
Recientemente, Moscú difundió un video donde el jefe del estado mayor ruso, Valeri Guerásimov, se dirigía a sus generales. Detrás de él, un mapa de Ucrania indicaba los objetivos de guerra —Odessa, Kherson y Kharkiv—, que aún escapan a su control. Un mensaje claro enviado a los occidentales: “Cedan a nuestras exigencias —anexión total del Donbass y desmilitarización de Ucrania— o iremos aun más lejos”.
Sin embargo, después de tres años y medio de guerra, el ejército ruso sigue estancado. En los hechos, su ejército pierde 1500 soldados por día y su economía envía señales preocupantes, sobre todo desde que los ucranianos atacan las refinerías de petróleo. Pero ¿qué importancia tiene cuando se puede sofocar toda contestación?
“A los ojos de Putin, el estado de la economía y el cansancio de la sociedad rusa no constituyen obstáculos”, subraya Tatiana Kastouéva-Jean, del Instituto Francés de Relaciones Internacionales.
En realidad, Putin se mueve en una cuerda floja, persiguiendo tres objetivos simultáneamente: dividir a los europeos, quebrar la moral de los ucranianos y, sobre todo, separar a Estados Unidos de Kiev, intentando disuadir a Trump de brindar garantías de seguridad limitadas a los ucranianos, como el intercambio de información o sistemas de defensa antimisiles.
Para ello, Putin utiliza dos métodos “inventados por el KGB”: halagar el ego sobredimensionado de Trump —que los rusos identificaron desde los años 1980— y prometerle contratos jugosos.
“Putin retoma una receta leninista: el uso del instrumento económico para alcanzar fines políticos, principalmente romper el frente unido de los ‘imperialistas’, analiza la historiadora Françoise Thom. En mayo de 1918, Lenin hizo vislumbrar a los estadounidenses concesiones en Siberia oriental, dando a entender que Estados Unidos reemplazaría al Reich como socio económico de Moscú. Los bolcheviques querían entonces incitar a Washington a separarse de la Entente, que incluía principalmente a Francia y Reino Unido. Hoy, las negociaciones entre Steve Witkoff —enviado especial de Trump— y Kirill Dmitriev —director del fondo soberano ruso— son una copia de aquel procedimiento: Rusia proponiendo a Trump una participación en el comercio del gas ruso a cambio del abandono de Ucrania”, concluye Thom.
Nadie sabe si es por esa razón o por otras muchos más turbias, que Donald Trump sigue haciendo el juego de Vladimir Putin. ¿De qué lado se inclinará finalmente la balanza cuando el presidente norteamericano se vea obligado a tomar una decisión? Sobre Vladimir Putin, con quien comparte una frontera común de 1300 kilómetros, el presidente finlandés, Alexander Stubb, conocido por su reciente “bromance” con Donald Trump, con quien comparte la pasión por el golf, dice no tener “ninguna ilusión”.
“Le he dicho en varias ocasiones al presidente Trump que no debe confiar en él. Putin es un mentiroso patológico. Continuará ganando tiempo. Encontrará excusas, tomará medidas dilatorias. Pero es evidente que su objetivo y sus ideas no han cambiado. Primero, sigue negando a Ucrania su derecho a la independencia. Luego niega su soberanía. Y finalmente, quiere apoderarse del territorio ucraniano para restablecer la grandeza de Rusia”, afirma. Y concluye: “Es alguien que sigue nostálgico de la URSS y no se ha recuperado de su colapso. Ese es el hombre con el que estamos tratando”.