La explosión de la IA le plantea una inquietante pregunta a las democracias

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WASHINGTON.- Se suponía que la tecnología iba a distribuir el poder. Los visionarios pioneros de Internet esperaban que la revolución digital empoderara a los individuos para liberarse de la ignorancia, la pobreza y la tiranía. Y al menos por un tiempo, así fue.

Hoy, sin embargo, hay algoritmos cada vez más inteligentes que están aprendiendo a predecir, y moldear, todas y cada una de nuestras elecciones, lo que hace posible la aparición de formas de control y vigilancia centralizados y desregulados de una eficacia nunca antes vista.

De hecho, la inminente revolución de la IA hasta podría hacer que los sistemas políticos cerrados sean más estables que los abiertos: en una era de cambios exponenciales, la transparencia, el pluralismo, los controles y contrapesos, y otras características democráticas claves podrían resultar una desventaja.

Si la apertura fue la gran ventaja que siempre tuvo la democracia, ¿será también esa apertura la que la termine sepultando?

Hace dos décadas esbocé la “curva en J”, que vincula la apertura de un país con su estabilidad: las democracias maduras son estables porque son abiertas, las autocracias consolidadas son estables porque son cerradas, y los países atrapados en un confuso punto intermedio tienden a desmoronarse bajo presión.

Pero esa relación no es estática: está moldeada por la tecnología. En aquel entonces, el mundo atravesaba una revolución descentralizadora de las telecomunicaciones, con Internet que había logrado conectar a personas de todo el mundo y les acercaba más información de la que jamás habían tenido acceso, inclinando la balanza hacia los ciudadanos y los sistemas políticos abiertos.

Desde la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética, hasta las “revoluciones de colores” en Europa del Este y la Primavera Árabe en Medio Oriente, la liberalización global parecía un destino inexorable.

Desde aquel momento, sin embargo, ese impulso de apertura se ha revertido drásticamente. La revolución descentralizadora de las TIC —tecnologías de la información y el conocimiento— dio paso a una revolución centralizadora de los datos, construida en base a los efectos de las redes de contactos, la vigilancia digital y el empujón algorítmico.

En lugar de dispersar y distribuir el poder, esta tecnología lo concentró, dándole al pequeño grupo de actores que controlan los mayores conjuntos de datos —ya sean gobiernos o empresas tecnológicas— la posibilidad de moldear lo que miles de millones de personas ven, hacen y creen.

A medida que los ciudadanos dejaron de ser actores principales y pasaron a ser objeto de filtros tecnológicos y recopilación de datos, los sistemas cerrados empezaron a ganar terreno. Y así fue que los avances logrados por las revoluciones de colores y la Primavera Árabe se revirtieron, que Hungría y Turquía amordazaron la libertad de expresión y politizaron su Poder Judicial, y que Xi Jinping se consolidó en el poder y revirtió dos décadas de apertura económica en China.

El presidente chino, Xi Jinping, también secretario general del Comité Central del Partido Comunista de China y presidente de la Comisión Militar Central, visita el Centro de Innovación de Modelos de la Fundación de Shanghai, una incubadora de modelos de gran tamaño que alberga a más de 100 empresas, en Shanghai, en el este de China. (Xinhua/Wang Ye) Wang Ye – XinHua

Más dramáticos todavía fueron sus efectos en Estados Unidos, que pasó de ser el principal exportador mundial de democracia —aunque con hipocresía y poca coherencia— a ser el principal exportador de las herramientas que la socavan.

La explosión de la capacidad de la IA le está echando nafta a esas tendencias. Los modelos de IA que se entrenaron con nuestros datos privados individuales pronto nos “conocerán” mejor que nosotros mismos, programarán el futuro de los humanos más rápido de lo que podemos programarlos nosotros mismos y concentrarán aún más poder en el puñado de actores que controlan los datos y los algoritmos.

Es ahí donde la curva en J se deforma. A medida que la IA se extiende, tanto las sociedades cerradas como las hiperabiertas se vuelven frágiles, hundiendo la curva hacia una forma de U. Con el tiempo, a medida que la tecnología mejore y se consolide el control sobre los modelos más avanzados, la IA podría fortalecer a las autocracias y debilitar a las democracias, cambiando la forma de la curva hacia una J invertida, cuya pendiente estable ahora se inclina a los sistemas cerrados.

En ese mundo, el Partido Comunista Chino convierte su vasto acervo de datos, el control estatal de la economía y el aparato de vigilancia en una ventaja política perdurable.

La Inteligencia Artificial ocupa un espacio cada vez más importante

La deriva de Estados Unidos es hacia un sistema tecnopolar, cleptocrático y más verticalista, donde un pequeño club de titanes tecnológicos ejerce una creciente influencia sobre la vida pública en pos de sus intereses privados. Ambos sistemas se vuelven igualmente centralizados —y dominantes— a expensas de los ciudadanos.

Países como la India y los Estados del Golfo siguen el mismo camino, mientras que Europa y Japón, al quedar rezagados en la carrera por la supremacía de la IA, corren el riesgo de caer en la irrelevancia geopolítica, o peor aún, a la inestabilidad interna…

¿Hay escapatoria de ese futuro distópico? Quizás, siempre y cuando terminen triunfando los modelos descentralizados de IA de código abierto.

En Taiwán, un grupo de ingenieros y activistas están financiando mediante crowdsourcing el desarrollo de un modelo de código abierto basado en DeepSeek, con la esperanza de que la IA avanzada quede en manos ciudadanas, y no corporativas o estatales.

Su éxito podría recuperar parte de la descentralización que Internet prometía en sus inicios, aunque también podría reducir la barrera para que actores malintencionados desplieguen sus dañinas habilidades. Por ahora, sin embargo, el impulso del momento lo siguen teniendo los modelos cerrados que centralizan el poder.

En la historia encontramos al menos un atisbo de esperanza. Todas las revoluciones tecnológicas anteriores —la imprenta, el ferrocarril, los medios de comunicación— primero generaron inestabilidad política, y luego impusieron nuevas normas e instituciones que finalmente restauraron el equilibrio entre apertura y estabilidad. La gran pregunta es si las democracias podrán adaptarse de nuevo a tiempo, antes de que la IA las borre definitivamente del guion.

(Traducción de Jaime Arrambide)

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