El pueblo que quedó congelado en el tiempo tras el asedio de la Guerra Civil

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“Pueblo Viejo de Belchite, ya no te rondan zagales, ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres”. Natalio Baquero nació en Belchite cuando la artillería arrasaba este pueblo aragonés en plena guerra civil española. Su madre tuvo que refugiarse para dar a luz en una cueva, la del tío Joaquín, porque su casa había sido destruida por las bombas.

Años después, un día que Natalio descansaba a la sombra de las ruinas de la iglesia de San Martín de Tours, después de recoger albahaca y otras hierbas para ponérselas al santo, el joven se vio invadido por la nostalgia de una época que nunca llegó a conocer y de un pueblo que la guerra le arrebató apenas nacer.

Allí mismo, con un trozo de yeso y electrizado por la inspiración, escribió en las puertas de lo que quedaba del templo la famosa coplilla que recoge la memoria de Belchite, unos sencillos versos que encapsulan el horror de una guerra. Belchite fue escenario de uno de los asedios más sangrientos de la guerra civil española, que devastó el país entre 1936 y 1939. Unas 5000 personas murieron en apenas dos semanas cuando las tropas leales al gobierno de la República rodearon este pueblo aragonés y se desató una violenta batalla que asoló la localidad.

Como una Pompeya ibérica, sus ruinas permanecieron congeladas en ese momento trágico de la historia de España por deseo del dictador Francisco Franco, que quiso que quedaran como símbolo de la brutalidad de la guerra. Muchos de los casi 4000 vecinos que tenía Belchite, un pueblo próspero y con una vibrante vida local antes de la guerra, huyeron a otras localidades.

Los vecinos que aún malvivían entre los cascotes fueron trasladados a un nuevo Belchite que Franco ordenó construir junto al devastado, y que se levantó con mano de obra de presos republicanos y brigadistas que fueron alojados en un campo de concentración que llamaron “la pequeña Rusia”. Los últimos vecinos abandonaron el Pueblo Viejo en 1964.

Hoy, despojadas del barniz propagandístico que el “generalísimo” quiso dar a Belchite “como bastión que aguantó la furia rojocomunista”, las ruinas del Pueblo Viejo se convirtieron en un lugar de memoria “que representa lo que fue una guerra civil, una guerra entre hermanos, entre padres e hijos”, explica a BBC Mundo Carmelo Pérez, alcalde de Belchite.

Miles de curiosos visitan cada año sus restos – en 2024 fueron 38.000-, que se convirtieron también en escenario de películas como “El laberinto del Fauno”, de Guillermo del Toro, “Las aventuras del barón Munchausen”, de Terry Gillian o el taquillazo de Marvel “Spider Man: lejos de casa”. Pero su deterioro es constante.

La coplilla de Natalio Baquero recibe a los visitantes de Belchite.CESAR MANSO/AFP via Getty Images

Apenas queda el 15% de su trazado original y, aunque fue declarado Bien de Interés Cultural en 2002, las inclemencias meteorológicas y el paso del tiempo hacen mella en los esqueletos de lo que fue una rica arquitectura barroca y mudéjar. Entre ellos están las ruinas de la imponente iglesia de San Martín de Tours, del siglo XIV, o la Torre del Reloj, bellas muestras del arte mudéjar, típico de esta región y que fusiona elementos cristianos con técnicas del arte islámico.

La calle Mayor, por la que ya no rondan los zagales que recordaba Natalio Baquero, fallecido en 2021, lleva a los visitantes desde el Arco de la Villa al de la Capilla de San Roque, ambos barrocos. Algunos puntos fueron restaurados. La mayoría aguarda, impotente, la degradación del tiempo.

El Pueblo Viejo de Belchite fue incluido este año en la lista de monumentos en peligro del World Monuments Fund (WMF), una organización con sede en Nueva York que ayuda a captar fondos para preservar patrimonio histórico y cultural en peligro. En la misma lista fueron incluidos, por ejemplo, el trazado histórico de la ciudad de Gaza o la Casa del Maestro de Kyiv.

La guerra civil española estalló el 17 de julio de 1936, cuando un grupo de militares se sublevó en la guarnición militar de la ciudad de Melilla contra el gobierno de la Segunda República, y el levantamiento se extendió al día siguiente a otros cuarteles en la península. Este golpe de Estado fallido derivó en una guerra abierta.

Franco contó con el apoyo de la Alemania nazi.Getty Images

Apoyados por la Alemania nazi y por la Italia fascista, los militares sublevados libraron una guerra contra las tropas leales al gobierno del Frente Popular, una coalición de izquierdas que había sido elegida democráticamente y que tuvieron durante la contienda un apoyo limitado de la Unión Soviética y de las brigadas internacionales.

El conflicto se extendió durante tres años hasta finalizar en 1939 con la victoria del general Francisco Franco, que impuso una dictadura hasta su muerte, de la que en noviembre se cumplen 50 años. Se calcula que la contienda y la represión en ambos bandos dejaron más de 500.000 muertos.

La guerra fue extremadamente sangrienta y dejó profundas divisiones en la sociedad española que vio cómo, de un día para otro, desacuerdos políticos o viejas rencillas entre vecinos se convertían en trincheras. Pueblos y ciudades iban cambiando de bando según avanzaran unas tropas u otras, multiplicándose las venganzas cada vez que una nueva autoridad tomaba las riendas.

Belchite, que cambió tres veces de manos durante la guerra, quedó en la memoria por la cruenta batalla que el pueblo vivió en el verano de 1937. “Fueron 14 días de asedio que, a finales de agosto, con los calores del verano y esta tierra tan árida, uno puede imaginarse el sufrimiento que padeció la población, sobre todo la civil. Porque en Belchite, como en toda España, quienes sufrieron más la guerra fueron los civiles”, cuenta su alcalde.

Aquel verano el ejército republicano lanzó una operación para tomar Zaragoza, que estaba en manos del bando sublevado -también conocido como nacional-, y desviar así la presión del frente norte, donde las tropas de Franco avanzaban. Clave para alcanzar Zaragoza era Belchite, que se encuentra a unos 40 kilómetros al sur de la capital aragonesa. El frente se había estabilizado cerca del pueblo.

Carmelo Pérez recuerda las historias que contaba su abuela de cómo, en la nochevieja de 1936, las 12 campanadas que dieron paso al nuevo año fueron 12 cañonazos de las tropas republicanas que estaban situadas en el Mojón del Lobo, una colina a las afueras del pueblo.

Las tropas leales al gobierno democrático se fueron acercando y, del 24 de agosto al 6 de septiembre, se desató sobre el pueblo uno de los combates más intensos de la guerra. La cifra de fallecidos de aquellos aciagos días no está clara, y los historiadores la sitúan entre 4000 y 5000 contando militares y civiles. “Nadie sabe la cifra exacta”, reconoce Pérez, que también preside la Fundación Pueblo Viejo de Belchite, dedicada a la conservación y promoción turística de las ruinas. “Fueron días convulsos, no se hacían recuentos”, señala.

El trujal del pueblo, un antiguo molino de aceite, se utilizó como fosa común improvisada durante los combates, llegando a albergar decenas de cuerpos de un bando y otro, que fueron cubiertos con cal viva para evitar la propagación de enfermedades.

Cuando las tropas republicanas tomaron finalmente el pueblo, “en la plaza Nueva, donde está la cruz, quemaron también un montón de cuerpos, por lo que es muy difícil conocer la cifra exacta de fallecidos”, señala Carmelo Pérez. En el cementerio, algunas lápidas dejan constancia de la represión que siguió la toma del pueblo. “Asesinada por los rojos”, dice una lápida fechada en 1937. “Asesinado por los enemigos de Dios y de España”, se lee en otra.

Uno de los primeros periodistas internacionales que visitaron las ruinas aún humeantes de Belchite fue el novelista y reportero Ernest Hemingway.

Heminway en Belchite.Colección Hulton-Deutsch/Corbis via Getty Images

El autor de “Por quien doblan las campanas”, libro basado en su experiencia en la guerra civil española, relató en sus crónicas cómo los soldados republicanos “lucharon de casa en casa, de habitación en habitación, rompiendo paredes con piquetas, abriéndose paso a bombazos mientras intercambiaban disparos con los fascistas en retirada desde esquinas, ventanas, tejados y agujeros en las paredes”.

Todo fue en vano. Aunque el ejército republicano logró tomar Belchite, sus tropas no consiguieron avanzar hacia Zaragoza ni lograr sus objetivos estratégicos. Acabada la guerra, Franco decidió que las ruinas se mantuvieran como símbolo de la barbarie. El trujal, donde yacían víctimas de distintos bandos y nacionalidades, quedó convertido en un monumento a la memoria de los caídos en el bando nacional.

Pero el horror de Belchite no se circunscribió a aquellas dos semanas de verano. La muerte rondó el pueblo desde los primeros días de la guerra.

La calle Mayor de Belchite.GERARD JULIEN/AFP via Getty Images

La sublevación militar triunfó en la comarca de Belchite donde, desde el 18 de julio de 1936, militares y guardias civiles leales al “Alzamiento Nacional”, como los rebeldes denominaron al golpe de Estado, fueron pueblo por pueblo arrestando a los alcaldes, concejales y simpatizantes del Frente Popular.

A los uniformados se unieron las milicias de la Falange Española, el movimiento político de ideología fascista fundado por José Antonio Primo de Rivera en 1933, que posteriormente dio una arquitectura ideológica a la dictadura franquista.

Entre los detenidos estuvo Mariano Castillo, el alcalde socialista de Belchite, arrestado junto con otros vecinos a los pocos días del alzamiento militar. Castillo se suicidó en prisión el 31 de julio, pero muchos de los otros detenidos acabaron fusilados en fosas comunes. Las ruinas del Pueblo Viejo de Belchite quedaron como muestra del terror de la guerra.

“Pero hubo una parte de la historia, la de la represión que hubo desde el momento del alzamiento, que fue silenciada durante mucho tiempo, y de la que apenas había constancia”, explica a BBC Mundo Gonzalo García, fundador de la empresa de arqueología y tecnología Arquesia, que trabajó en las excavaciones de las fosas comunes que se descubrieron en el cementerio del pueblo.

Hasta el momento se recuperaron más de 100 cuerpos de las fosas comunes de Belchite.Juan Carlos Lucas/NurPhoto via Getty Images

El silencio impuesto por cuatro décadas de dictadura no logró, sin embargo, acallar la memoria. “Había algunas fuentes orales que decían que habían escuchado algo de sus abuelos, y aún había alguna persona mayor que iba a la zona de la fosa común a dejar alguna flor”, señala el arqueólogo.

Con estos indicios y algún estudio histórico previo, un equipo de arqueólogos, organizado en torno a la Asociación para la recuperación de la memoria democrática Mariano Castillo, inició una serie de sondeos en las zonas del cementerio donde se sospechaba que podía haber restos. Lo que encontraron fue “un escenario dantesco”, recuerda García, quien codirigió la excavación.

Los cuerpos de las fosas comunes de Belchite habían sido arrojados a las fosas con desprecio, asegura el arqueólogo Gonzalo García.Jorge Sanz/SOPA Images/LightRocket via Getty Images

“Había cuerpos atados de pies y manos, arrojados con todo el desprecio a la fosa, con una falta de respeto absoluta, ya no solo en la vida sino también en la muerte”, describe el arqueólogo.

Solo en la campaña de 2021-2022, los arqueólogos encontraron 95 cuerpos, sobre todo hombres, “pero también muchas mujeres”, e incluso algunos menores. La mayoría tenía orificios de bala, muchos de ellos tiros de gracia en la zona occipital del cráneo, donde “la única manera de llegar ahí con una bala es poniéndole una pistola a uno directamente en ese sitio, una crueldad”.

El reto ahora es encontrar a posibles familiares para que puedan dar una sepultura digna a los represaliados. “Hay una historia que sigue estando bajo nuestra tierra, bajo nuestras piedras o enterrada en cunetas”, señala el arqueólogo, “y mediante criterio científico arqueológico tratamos de devolver la voz a aquella gente que de manera tan injusta fue asesinada”.

Por Paula Rosas