¿La guerra de 12 días contra Irán fue un éxito? Esto es lo que dice la evidencia

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WASHINGTON.- La guerra de 12 días que Israel y Estados Unidos libraron contra Irán ha terminado. Ahora vienen las preguntas: qué logró esa guerra y qué no.

La buena noticia es que tanto Israel como Estados Unidos demostraron que pueden bombardear a voluntad las instalaciones nucleares y otros objetivos en Irán. En el caso de la Operación Martillo de Medianoche, Estados Unidos envió bombarderos furtivos B-2 que atravesaron medio mundo para lanzar 14 bombas antibúnkeres de 13.600 kilos cada una. Irán parece más debilitado y vulnerable que nunca: el espejismo de poder que irradiaba para intimidar a sus vecinos se ha desvanecido.

La intervención militar norteamericana también podría servir para advertirles a China, Corea del Norte, Rusia y otros regímenes hostiles que no se metan con el presidente Donald Trump, que parece no oponerse al uso de la fuerza si ayuda a evitar disputas prolongadas.

Otra buena noticia, relacionada con la primera, es la ineficacia de la respuesta iraní, qué básicamente consistió en disparar misiles balísticos de largo alcance contra Israel y algunos misiles de corto alcance contra la base aérea de Estados Unidos en al-Udeid, Qatar.

Advertidas con antelación por Israel, las fuerzas norteamericanas no sufrieron bajas, mientras que Israel tuvo 28 muertos y 3000 heridos. Es una cifra terrible, pero mucho más baja que las estimaciones más pesimistas cuando Israel lanzó la Operación León Ascendente.

Soldados israelíes inspeccionan los daños en Ramat Gan, cerca de Tel Aviv. (Photo by Jack GUEZ / AFP)JACK GUEZ – AFP

Si esa es la magnitud de la represalia iraní, Israel y Estados Unidos pueden respirar aliviados, pero hay que tener en cuenta que la venganza a veces tarda en llegar. En 1986, el gobierno de Reagan se jactó del éxito de su bombardeo sobre Libia para castigar a Muammar Khadafy por apoyar al terrorismo. Dos años después, sin embargo, agentes libios hicieron estallar el vuelo 103 de Pan Am sobre Lockerbie, Escocia, matando a 270 personas. Así que hay que estar en alerta máxima ante la posibilidad de futuros atentados terroristas similares de parte de Irán, dado su largo historial como mayor patrocinador del terrorismo.

A Trump hay que darle crédito por haber obligado a Israel y a Irán a declarar un alto el fuego el martes, asegurando así que esta guerra no se prolongara indefinidamente. Sin embargo, la magnitud del daño causado al programa nuclear iraní sigue siendo objeto de intensas especulaciones. El sábado a la noche, cuando anunció los ataques aéreos y mucho antes de que se pudiera realizar una evaluación de daños, Trump aseguró que “las principales instalaciones de enriquecimiento nuclear de Irán han sido total y completamente destruidas”. Y sostiene lo mismo hasta hoy con su vehemencia característica, a pesar de la creciente evidencia que lo pone en duda.

El martes, varios medios de comunicación informaron sobre la filtración de un informe de la Agencia de Inteligencia de Defensa que calcula que Estados Unidos había retrasado el programa iraní solo unos meses, y que gran parte de las reservas de uranio altamente enriquecido de los iraníes habían sido trasladadas antes de los ataques a un lugar que actualmente se desconoce. Por su parte, las evaluaciones preliminares de la inteligencia de Israel concluyeron que el daño al programa de armas nucleares iraní fue más extenso, lo suficiente como para retrasarlo varios años.

Una imagen publicada por la Organización de Energía Atómica de Irán el 6 de noviembre de 2019 muestra el interior de la instalación de conversión de uranio de Fordow (Fordo) en Qom, en el norte del paísAFP

El Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional, un centro de estudios fundado por el experto en armas David Albright, se inclina más por la evaluación de los israelíes, y estima que “los ataques de Israel y Estados Unidos destruyeron eficazmente el programa iraní de enriquecimiento de uranio por centrifugación, y pasará mucho tiempo antes de que Irán se acerque siquiera a la capacidad que tenía antes del ataque”.

Pero hasta el informe de Albright admite que “quedaron residuos, como reservas de uranio enriquecido al 60%, 20% y 3-5%, y también las centrifugadoras fabricadas pero aún no instaladas en Natanz o Fordo. Estas partes no destruidas representan una amenaza, ya que en el futuro podrían utilizarse para producir uranio de grado armamentístico”. Conclusión, el programa iraní no fue destruido, sino simplemente degradado, quizás gravemente.

Un exfuncionario de Defensa norteamericano me advirtió que la respuesta de Irán a los ataques tal vez haya sido “tan floja” porque los mullahs podrían estar considerando usar lo que queda de su material nuclear y capacidad de centrifugación para intentar fabricar una bomba nuclear rudimentaria. Si bien para Irán sería muy difícil y le llevaría mucho tiempo producir una ojiva nuclear que encaje en la cabeza de un misil, le sería mucho más rápido y sencillo detonar un dispositivo rudimentario en una prueba que acapararía la atención mundial. Fue lo que hizo Corea del Norte en 2006 con su primera prueba nuclear. El dispositivo nuclear que detonaron los norcoreanos era pequeño y poco sofisticado, pero el éxito de la prueba fue suficiente para que Corea del Norte fuera considerada un Estado con armas nucleares, y desde entonces se hizo mucho más improbable que Estados Unidos se arriesgara a un ataque preventivo contra sus instalaciones de enriquecimiento de uranio.

Si ahora Irán continúa con su programa nuclear en la clandestinidad, también hay un precedente relevante: en 1981, Israel bombardeó el reactor nuclear de Osirak, en Irak. Pero en lugar de poner fin al programa nuclear iraquí, Saddam Hussein lo aceleró, y no fue descubierto por el mundo ni se detuvo hasta la Guerra del Golfo de 1991. Si Saddam no hubiera invadido Kuwait, para mediados de la década de 1990 Irak podría haber tenido su propia arma nuclear.

La historia enseña que es casi imposible erradicar un programa nuclear únicamente con ataques desde el aire. De no llegarse una invasión terrestre —algo que nadie contempla en el caso de Irán—, la única opción viable para garantizar la desnuclearización es un acuerdo internacional vinculante. Lo irónico es que en 2015 el presidente Barack Obama llegó precisamente a ese acuerdo con Irán —el Plan de Acción Integral Conjunto—, pero en 2018 Trump se retiró irresponsablemente de ese acuerdo, lo que llevó a Irán a acelerar su enriquecimiento de uranio.

El acuerdo nuclear de Obama tenía sus defectos, pero mientras Irán lo cumplió —y hubo inspecciones internacionales para garantizarlo—, durante al menos 15 años Teherán no habría podido avanzar hacia la fabricación de un arma nuclear. Y hasta los escenarios más optimistas sobre los daños causados estos días ​​por los ataques aéreos estadounidenses e israelíes sugieren que retrasaron el programa iraní por mucho menos tiempo que el acuerdo de 2015.

En 2018, cuando se retiró del acuerdo, Trump prometió que negociaría un arreglo mucho más estricto con Irán. Nunca lo hizo, y ahora dice que ya no es necesario. Se equivoca. Al final, por muy precisos que sean los impactos de las bombas sobre sus objetivos, para lidiar con las ambiciones nucleares de Irán nada puede sustituir la vía diplomática.

Traducción de Jaime Arrambide

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