Los jóvenes israelíes que están “cansados” por las ofensivas en Gaza e Irán: “Hace demasiado tiempo que estamos en guerra”

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JERUSALÉN.- “No sabemos cómo vivir, ya no hay futuro, nos las pasamos en los refugios esperando los misiles, pero queremos vivir. Por eso matamos el tiempo bailando, con el karaoke, cantando canciones de paz, tomando, fumando… ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Esperar? ¿Ponernos ansiosos?”.

Son las cuatro de la tarde y el Baroque Bar Café de la calle Ben Sira, pese al estado de emergencia, está abierto. Hay jóvenes de entre 20 y 27 años sentados en las mesas que toman una cerveza, charlan, escuchan música, a la espera de que en sus celulares de repente suene la alarma que dice que hay que ir corriendo a un búnker porque está por llegar otra andanada de misiles iraníes. Son jóvenes universitarios israelíes, cristianos y palestinos nacidos en Jerusalén —poseedores de un documento de identidad especial— que intentan, como pueden, abstraerse de un clima de tensión, alerta y miedo que nunca se sintió tan intenso como ahora.

Mientras los misiles cruzan el cielo sobre Jerusalén, una generación descreída del poder político busca maneras de resistir el miedo con arte, compañía y una voluntad férrea de no ser arrastrados por el odioGentileza

“No hay emociones, estamos cansados de todo esto, hace demasiado tiempo que estamos en guerra, aborrecemos lo que está sucediendo en Gaza y también aborrecemos esta guerra contra Irán que nos está paralizando y poniendo en peligro como nunca antes”, dice Angeli, estudiante de Ciencias Sociales en la Universidad Hebrea de Jerusalén, que está junto a amigos de diversas edades que estudian cine, arte, historia.

Contracorriente de esa euforia generalizada en este país por una arriesgada guerra contra Irán, los jóvenes critican duramente al gobierno “fascista” y extremista de Benjamin Netanyahu e, inmersos en una profunda crisis existencial, dicen que lo único que sueñan es un futuro de paz.

También artista —canta y toca el piano—, Angeli nació hace 24 años en Jerusalén oriental, en el seno de una familia de inmigrantes filipinos que fueron deportados. Tuvo una infancia muy difícil, pero gracias al apoyo de la Iglesia católica primero obtuvo una visa humanitaria y, tras años de trámites “horribles”, logró acceder al pasaporte israelí.

Estudiantes que bailan, cantan y organizan cine mientras sienten que ya no hay futuro, pero igual lo imaginan, aunque sea como acto de resistenciaGentileza

“¿Cómo vivo este momento? Estoy shockeada. Mi vida ahora es una mochila esencial con la que voy a todos lados, donde tengo una alfombrita para tirarme a dormir, mi laptop, mis cargadores, mi documento de identidad y mi pasaporte. Mi zona de confort es sobrevivir y por suerte tengo muchos amigos con los que comparto este momento”, asegura esta joven, que vive en uno de los dormitorios de la universidad y que para mantenerse trabaja para la Fundación Andrea Bocelli, que busca empoderar a una comunidad de Belén, en Cisjordania, a través de la música y la educación.

La universidad está cerrada, algunos hacen clases por Zoom, pero no son obligatorias, los exámenes están suspendidos y el otro día hablé con el decano que me dijo que no me preocupara por los finales”, cuenta Angeli, describiendo el limbo en el que han entrado los chicos de su edad.

En pleno conflicto con Irán, la juventud jerusalemita vive entre alarmas, refugios y escenas de una extraña normalidadGentileza

Para enfrentar este momento de incertidumbre absoluta, a veces depresión, o angustia por lo que vendrá, su amiga israelí, Mikhal, de 23, organizó un cine en el campus de arte. “El sábado, el segundo día de esta guerra de locos, miramos El ciclista, una película iraní de 1989, que describe el episodio de la vida de un inmigrante afgano pobre en Irán. Cuando se terminó no sabíamos qué hacer, hicimos karaoke, después tomamos algo, algunos se pusieron a fumar y nos pusimos todos a bailar”, cuenta Mikhal, que estudia relaciones internacionales. “Ayer, en cambio, vimos El gran dictador de Charles Chaplin”, precisa, con una pícara sonrisa.

“No sé, es difícil decir qué sentimos ahora. Yo no siento nada, salvo que todos podemos morir”, interviene Sami, estudiante de historia, de 27 años, palestino que vive en la Ciudad Vieja -la ciudad sagrada para las tres grandes religiones monoteístas-, que, desde el viernes pasado, cuando empezó la guerra contra Irán, solo es accesible a los residentes. Y que dice que allí, en este momento de compás de espera, los chicos de su misma edad matan el tiempo subiendo a los techos a fumar y a ver cuando el sistema de Defensa israelí intercepta algún misil. “¿Qué otra cosa se puede hacer?”, se pregunta.

Jóvenes palestinos, cristianos e israelíes criados en Jerusalén resisten al terror cotidiano de la guerra con IránGentileza

Nadie quiere estar solo en este momento, por eso, todo esto es paradójicamente una forma de volver a conectarnos. Es muy íntimo estar en una crisis existencial todos juntos”, apunta Angeli, la más locuaz. “Y me siento cercana a los iraníes que están sufriendo, a los palestinos, a los israelíes, todos gobernados por gente que quiere destrucción, guerra. Y nosotros somos vecinos, rechazamos ser consumidos por el odio que destilan, queremos tener un futuro, queremos vivir juntos, queremos poder imaginar cosas nuevas”, dice.

“No hay que creerles a los medios, tenemos más en común los unos con los otros que lo que la gente cree. Yo tengo amigos palestinos que aprenden hebreo y judíos que aprenden árabe. El problema son los políticos”, insiste, consciente de que ella y sus amigos son “una minoría”. “Pero existimos”, remarca.

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