NUEVA YORK.- Detrás de los ataques y contraataques de la actual guerra entre Israel e Irán se esconde el choque de dos doctrinas estratégicas —la que aplica Irán y la que aplica Israel—, y ambas profundamente defectuosas. Si está a la altura de las circunstancias, sin embargo, el presidente estadounidense, Donald Trump, tiene la oportunidad de corregirlas y crear la mejor oportunidad en décadas para lograr la estabilidad en Oriente Medio.
La defectuosa doctrina estratégica de Irán —que también fue practicada por su aliado Hezbollah con resultados igualmente desfavorables—, es lo que yo llamo “superar en locura” al adversario. Irán y Hezbollah siempre están dispuestos a ir a fondo, convencidos de que sin importar de lo que hagan sus oponentes en respuesta, Hezbollah o Irán siempre los superarán con una respuesta aún más extrema.
Piensen en lo que se les ocurra —asesinar al primer ministro del Líbano, Rafik Hariri, volar la embajada estadounidense en Beirut, ayudar a Bashar al-Assad a asesinar a miles de sus propios compatriotas para aferrarse al poder—, y detrás de todo eso encontrarán las huellas de Irán y de su aliado Hezbollah, juntos o por separado. En efecto, ellos le dicen al mundo: “Nadie está más loco que nosotros, así que cuidado con enfrentarnos, porque van a perder. Porque nosotros vamos hasta las últimas consecuencias, y ustedes, los moderados, simplemente se van”.
Gracias a esa doctrina Hezbollah expulsó a Israel del sur del Líbano, pero falló cuando Irán y Hezbollah creyeron que podían expulsar a los israelíes de su patria bíblica. En ese sentido, Irán y Hezbollah están delirando, lo mismo que Hamas, porque siguen pensando al Estado judío como si fuera un emprendimiento colonial extranjero, sin conexión originaria con la tierra, y por lo tanto dan por sentado que los judíos tarde o temprano correrán la misma suerte que los belgas en el Congo Belga. Es decir, que bajo suficiente presión, eventualmente regresarán a su Bélgica de origen.
Pero los judíos israelíes no tienen Bélgica. Son tan originarios de su patria bíblica como los palestinos, sin importar las pavadas “anticoloniales” que se enseñen en las universidades de élite. Por lo tanto, nunca superarán “en locura” a los judíos israelíes. Y si las cosas se ponen feas, ellos los superarán a ustedes. Actuarán según las reglas locales, que no son las reglas de las Convenciones de Ginebra: son las reglas de Oriente Medio, a las que llamo las Reglas de Hama, por los ataques perpetrados en Hama por el gobierno sirio de Hafez al-Assad en 1982, cuyo desarrollo me tocó cubrir como corresponsal. En Hama, al-Assad exterminó a la Hermandad Musulmana arrasando sin piedad franjas enteras de la ciudad y bloques enteros de departamentos hasta dejarlos como una playa de estacionamiento. Las Reglas de Hama son que no hay ninguna regla.
El exlíder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, y el líder supremo de Irán, el ayatollah Ali Khamenei, creían poder superar en locura a los judíos israelíes, que Israel nunca intentaría matarlos de manera directa, y que Israel era, como le gustaba decir a Nasrallah, una “telaraña” que algún día cedería bajo presión. El año pasado, ese error de cálculo le costó la vida, y probablemente también le habría costado la vida al líder supremo si la semana pasada Trump no hubiera intervenido, según se dice, para evitar que Israel lo asesinara. Nadie superará en locura a estos judíos israelíes: por eso siguen teniendo un Estado propio en un vecindario tan complicado.
Dicho esto, Benjamin Netanyahu y la banda de extremistas que hoy manejan el gobierno israelí están atrapados en su propia falacia estratégica, que yo llamo la doctrina del “de un vez por todas”.
Ojalá tuviera un dólar por cada vez que después de un ataque asesino contra judíos israelíes por parte de palestinos o aliados iraníes, el gobierno israelí declaró que iba a resolver el problema “de una vez por todas” por medio de la fuerza.
Solo hay dos maneras de acabar con este problema “de una vez por todas”. Una es que Israel ocupe de manera permanente Cisjordania, la Franja de Gaza y todo Irán, como hizo Estados Unidos con Alemania y Japón tras la Segunda Guerra Mundial, e intente cambiar la cultura política de esos lugares. Pero Israel no tiene la menor posibilidad de ocupar todo Irán, y tiene ocupada Cisjordania desde hace 58 años y todavía no logró eliminar la influencia de Hamas en esa región, y mucho menos el nacionalismo palestino laico. Y eso se debe a que los palestinos son tan originarios como los judíos en su tierra natal. Israel nunca los someterá “de una vez por todas”, a menos que mate hasta el último de ellos.
La única manera de acercarse siquiera a poner fin “de una vez por todas” al conflicto palestino-israelí es trabajar en pos de la solución de los dos Estados, y eso me lleva a lo que Trump debería hacer ahora con respecto a Irán. Trump todavía dice tener la esperanza “de que haya un acuerdo”. Si realmente quiere un acuerdo que funcione, entonces debería declarar que hará dos cosas.
Primero, que equipará a la Fuerza Aérea israelí con bombarderos B-2, bombas antibúnkeres de 13.600 kilos y aviones de entrenamiento norteamericanos, lo que le daría a Israel la capacidad de destruir todas las instalaciones nucleares subterráneas de Irán a menos que Irán acceda de inmediato a permitir que los equipos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) desmantelen esas instalaciones y tengan acceso a todos los emplazamientos nucleares de Irán para retirar la totalidad del material fisible fabricado por Teherán. Solo si Irán cumple plenamente con estas condiciones, se le debería permitir tener un programa nuclear civil, y bajo estrictos controles del OIEA. Pero Irán solo cumplirá bajo una amenaza creíble de uso de la fuerza.
Al mismo tiempo, Trump debería declarar que su administración reconoce a los palestinos como un pueblo con derecho a su autodeterminación nacional. Para alcanzar ese derecho, sin embargo, los palestinos deben demostrar que pueden cumplir con las responsabilidades de un Estado, con una renovada Autoridad Palestina que Estados Unidos considere creíble, libre de corrupción, y comprometida tanto con servir eficazmente a los ciudadanos palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza como con la coexistencia con Israel. Pero Trump también debe dejar en claro que no tolerará la rápida expansión de los asentamientos israelíes ni el “Estado único” que Israel está creando: esa es la receta de una guerra eterna, ya que los palestinos de Cisjordania y Gaza no desaparecerán ni renunciarán “de una vez por todas” ni a su identidad y ni a sus aspiraciones nacionales. (A fines de mayo, el gobierno de Netanyahu aprobó 22 nuevos asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada —la mayor expansión en décadas—, lo cual es, simplemente, una locura).
Para lograrlo Trump también debe comprometerse a patrocinar las conversaciones de paz conducentes a la solución de los dos Estados, con el mismo plan de paz hacia los dos Estados de su primera presidencia como punto de partida, pero no como punto de llegada: para llegar a eso, las partes deben negociar directamente.
Estar dispuesto a ser el más loco de Medio Oriente le ha servido a Israel para sobrevivir, pero no es suficiente. Como demuestra la guerra de Gaza, esa estrategia solo genera más de lo mismo. Aunque a veces parezca injusto, aunque a veces parezca ingenuo, si un país se dice amante de la paz debe seguir explorando alternativas y combinando el uso de la fuerza con la negociación diplomática. Eso no solo es la mejor política para Israel frente a los palestinos: también es la mejor manera que tienen Israel y Estados Unidos para aislar a Irán.
Por lo tanto, si Trump realmente quiere la paz en Medio Oriente, y creo que es así, Estados Unidos no debe convertirse ni en rehén de Netanyahu ni en títere de Irán. Estados Unidos no tiene ningún interés en que Israel sea un lugar seguro para su expansión mesiánica ni en que Irán sea un lugar seguro para su mesianismo nuclear. Trump debe ignorar el peligroso e instintivo aislacionismo de su vicepresidente, J.D. Vance. Y debe evitar el consejo igualmente insensato de los generales de escritorio y evangélicos republicanos que le dicen que Netanyahu hace todo bien. Ninguno de los dos favorece los intereses ni la credibilidad de Estados Unidos en la región. Para que en Medio Oriente se alcance una paz que le permita a Estados Unidos reducir, pero no eliminar, su presencia militar en la región, es necesario, aunque no suficiente, que se den determinadas condiciones: que Irán se vea forzado a establecer claramente su frontera occidental, a dejar de intentar colonizar a sus vecinos árabes y destruir a Israel con una bomba nuclear; que Israel se vea obligado a trazar una frontera oriental clara y a dejar de intentar colonizar toda Cisjordania; y que los palestinos se vean obligados a trazar fronteras orientales y occidentales claras entre Israel y Jordania, y a descartar la absurda idea de “desde el río hasta el mar”.
Esta guerra ofrece la mejor oportunidad en décadas para que un estadista sabio aplique lo que en su nuevo libro, Statecraft 2.0, el veterano negociador con Medio Oriente Dennis Ross llama “diplomacia coercitiva”. ¿Trump estará a la altura? La verdad que no lo sé, pero estamos a punto de enterarnos.
Traducción de Jaime Arrambide
La entrada La forma inteligente que tiene Trump para poner fin a la guerra Israel-Irán se publicó primero en DIARIO DIGITAL MORENO MEDIOS.