SANTIAGO DE CHILE.- El aire en Santiago huele a smog como todos los inviernos, pero en el país también se respira incertidumbre. Seis meses separan a los chilenos de los comicios que definirán al nuevo mandatario, pero la instancia está lejos de entusiasmar y la sensación dominante es la que se refleja en las aprehensiones ciudadanas: al cambio abrupto, al estancamiento y a que todo siga igual pero peor.
El destino de Chile para el período 2026-2030 se definirá en dos domingos cruciales: el 16 de noviembre, cuando el país acuda masivamente a las urnas para elegir presidente y renovar el Congreso, y el 14 de diciembre, fecha reservada para un muy probable ballotage.
De momento, las encuestas perfilan a la candidata de derecha Evelyn Matthei como la favorita indiscutida, pero la verdadera historia se juega en la fragmentación: una derecha que enfrenta tensiones internas a pesar de las primarias del 29 de junio, y un oficialismo agrietado por escándalos, divisiones ideológicas y candidatos que buscan distanciarse del gobierno. En medio de un clima de desapego ciudadano y fatiga electoral, la pregunta es si alguien logrará encender la chispa de una mayoría.
“Estamos ante el escenario más complejo y volátil en treinta años”, afirma a LA NACION Mario Herrera, cientista político de la Universidad de Talca. “Por primera vez tenemos cuatro fuerzas con chances reales: una derecha dividida pero favorita, un oficialismo herido, una ultraderecha que aprendió de sus errores y populistas que se alimentan del descontento. El problema es que ninguna logra articular una mayoría clara”.
La última encuesta Agenda Criteria revela que Evelyn Matthei (Chile Vamos) lidera con un 26% de menciones espontáneas, aunque con una leve baja. José Antonio Kast (Republicanos) se consolida en segundo lugar con 17%, con un discurso más moderado que en el pasado. La sorpresa es Carolina Tohá (Socialismo Democrático), quien irrumpe con un 10%, empatando técnicamente con Johannes Kaiser (Partido Nacional Libertario). Más abajo, Jeannette Jara (PC) y Gonzalo Winter (Frente Amplio) anotan un 5% cada uno, confirmando la dispersión en la izquierda.
En rigor, Evelyn Matthei debería estar celebrando. Pero sus cercanos reconocen que la campaña “se siente más pesada cada día”. Para Herrera, es “la candidata del ‘mal menor’, no del entusiasmo”. Su mensaje moderado atrae a votantes cansados de sobresaltos, pero no moviliza emociones fuertes. Su techo parece difícil de superar: el 45% de los chilenos asegura que nunca votaría por ella, según la UDP.
Mientras tanto, José Antonio Kast ha suavizado su retórica. Hoy habla de pensiones, inflación y orden público. Este nuevo tono le ha permitido subir cinco puntos en seis semanas, aunque sigue siendo una figura divisiva. Más volátil es Johannes Kaiser, quien tras un ascenso meteórico perdió fuerza por falta de estructura y tropiezos en entrevistas que erosionaron su credibilidad.
Del otro lado, el oficialismo transita una interna compleja. Carolina Tohá, Jeannette Jara y Gonzalo Winter compiten por liderar una coalición fragmentada. Tohá es la mejor posicionada, pero carga con el desgaste del gobierno de Gabriel Boric, que enfrenta una desaprobación del 65%, según CEP. La crisis de confianza se agudiza con escándalos como el de la ONG Procultura y una sensación extendida de falta de rumbo.
“Cuando un gobierno llega a este punto de desgaste, ya no hay candidato que pueda salvarlo”, advierte Hernán Campos Parra, académico de la UDP. Incluso figuras con experiencia o cercanía a Bachelet, como Jara, enfrentan un terreno minado. Winter, por su parte, conecta con los jóvenes militantes, pero genera rechazo fuera de ese nicho.
En este escenario desalentador, emergen dos outsiders: Franco Parisi y Marco Enríquez-Ominami. Parisi, desde Estados Unidos, refuerza su estrategia de redes sociales con un mensaje que mezcla meritocracia, autogestión y crítica al sistema. Sin estructura territorial, apuesta por el voto joven, digital y decepcionado.
MEO, en su quinta aventura presidencial, reconfigura su discurso hacia una crítica dura al sistema político. Apunta a capitalizar el fracaso de la Convención Constitucional y presentarse como un “yo se los dije”. Pero carga con el desgaste de quien ya no representa novedad.
En este escenario ya de por sí volátil, un elemento adicional podría cambiar todas las reglas del juego: el retorno del voto obligatorio. La medida, aprobada el año pasado tras un largo debate en el Congreso, tendrá una nueva prueba de fuego en estas elecciones.
“En países con alta desafección como Chile, el voto obligatorio suele beneficiar a candidatos antisistema”, explica Herrera. La razón es simple: quienes normalmente no votan suelen ser los más descontentos con el statu quo. “Si Parisi o Kast logran movilizar a ese electorado silencioso, podríamos tener sorpresas mayúsculas”, advierte.
Los números asustan: según el Servel, cerca de 3 millones de chilenos en edad de votar (de un padrón total de 15 millones) no participaron en las últimas elecciones. “Son principalmente jóvenes de sectores populares y clases medias bajas”, precisa Campos Parra. “El gran interrogante es hacia dónde irán esos votos”.
Más allá de quién gane en noviembre, un hecho parece inevitable: el próximo presidente gobernará con una oposición feroz y un Congreso fragmentado. “Ni siquiera Matthei, que es la que mejores números muestra, lograría mayoría en el Legislativo”, proyecta Herrera. “Estamos hablando de un escenario donde hasta las reformas más básicas estarán bloqueadas”.
La última simulación del Instituto Res Publica pinta un panorama desolador: incluso en el mejor de los casos, la fuerza ganadora no superaría el 35% de los escaños. “Será necesario negociar cada ley, cada presupuesto, cada nombramiento”, advierte Lagos. “Y en este clima de polarización, eso puede derivar rápidamente en parálisis institucional”.